26. Pastelito de arroz dulce

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Dazai dejó a Yumeno durmiendo en la habitación compartida que tenían los niños de Odasaku, no quería que se sintiera solo y normalmente estar junto a ellos le traía calma.

Se despidió del mayor, recibiendo una caricia en la cabeza como despedida, diciéndole adiós a Ango usando su mano. Quería descansar, no exactamente dormir, pero acostarse un rato sin nada más que hacer le sería de mucha ayuda.

Miró el cielo bastante despejado a pesar del frío que hacía, un par de nubes navegando por aquí y por allá, con la brisa helada de la temporada. Era muy fanático del clima fresco, pero ahora le traía recuerdos poco agradables.

El cuerpo de Chuuya estuvo sepultado, lo encontraron porque un trozo de su ropa alcanzaba a verse entre tanta nieve, y los pasos cerca del barranco indicaban que alguien había tenido un accidente. Dazai sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no pudo distinguir si fue por el recuerdo del pelirrojo o por el viento que revolvió sus cabellos.

Era tarde. Las lámparas del palacio se mantenían siempre encendidas, aunque la luna se mostraba particularmente brillante esta noche. Tuvo que contestar un par de preguntas para que las empleadas supieran qué preparar para el desayuno de mañana, y pensó que sería buena idea comer todos juntos como en la reunión.

Sin embargo, para calmar a la gente, lo más apropiado podría ser una fiesta de jardín. Se lo propuso a la encargada de la cocina, y ella aceptó emocionada. Tal vez serviría para relajar la tensión acumulada de los últimos días, y le gustaba darle esos pequeños momentos lujosos a todos en el palacio, incluídos la servidumbre y los soldados.

Dirigió sus ojos una vez más hacia la luna, Atsushi jamás se cansaba de repetir que, si tenía alguna duda muy importante o difícil de contestar, le preguntase a ella. Suspiró divertido, negando con la cabeza y caminando en dirección a su dormitorio. Había sido un día bastante largo.

Y, de todos modos, su cansancio pareció irse volando por los aires cuando alcanzó a ver los mechones pelirrojos en esa ventana.

Una idea cruzó su mente, y como buen amante de la comedia que era, se acercó cautelosamente hacia Chuuya. Inmerso en lo que parecía ser un poema, recordó lo que dijo cuando estaba ebrio aquella noche. Así que realmente le gustaba la poesía, ¿eh?

— ¿Me dejas v...?

Chuuya, siempre tan lindo, le soltó un puñetazo en toda la cara por el susto.

Y en lugar de disculparse, se empezó a reír a carcajadas. Risas preciosas y traicioneras de alegría que intentaba reprimir, porque era medianoche y se estaba riendo como loquito.

— Me asustaste, bastardo– consiguió susurrar entre risas — Fue tu culpa, ¿quién mierda se acerca así a otra persona y a estas horas? Creí que era el fantasma

— ¿En serio? Casi no me dí cuenta– respondió con su clásico sarcasmo, sacándole otra risa al pelirrojo — Hey, en serio tienes la mano pesada, Chibi

Sin siquiera preguntar, Dazai tomó asiento al lado suyo. No estaban del lado exterior donde corrían riesgo de irse -quién sabe cuántos pisos- en caída libre, y eso dejaba más tranquilo a Chuuya.

Avergonzado por la cercanía, el más bajito trató de esconder el cuaderno en el que escribía. Siendo inútil, ya que, claro, se trataba de Dazai.

— ¿Interrumpo tu hora de escritura?— preguntó Osamu, alzando una ceja curioso — Puedo irme, si gustas

— No, por favor– contestó tan pronto como pudo, sujetando el hombro del contrario — Quédate... s-si quieres quedarte, ¿no es mu-muy tarde ya? ¿no tienes pendientes para mañana?

Mentiras azules // SKKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora