4. Los ojos no mienten

150 28 22
                                    

La noche continuó, sus nervios se relajaron poco a poco, aunque nunca bajaba la guardia. No conversaba con nadie, a decir verdad, se limitaba a asentir o negar con la cabeza, e incluso a sonreír en casos muy específicos.

Por ejemplo, cuando las mujeres esposas de los señores poderosos le dirigían una tímida mirada, él sentía que regresarles el gesto podría ayudar a parecer más gentil. Se supone que era el principal trofeo de su marido, al menos quería simular que estaba disfrutando de esta decisión.

Todavía no sabía por qué escogieron a Kouyou de entre tantas mujeres existentes en el mundo, no tenía idea de si ella estaba enterada y fingió no saber nada, habían muchas dudas al respecto que no podría resolver tan fácilmente ahora. Pero, lo único que tenía muy en claro, era que esta noche iba a matar a Dazai para liberar del matrimonio a su hermana, costara lo que costara.

La fiesta se acabó alrededor de la medianoche, la luna creciente estaba cerca de su punto máximo, y las estrellas formaban las constelaciones que disfrutaba ver en compañía de Kyouka durante sus noches de insomnio. Suspiró delicadamente, cuidando sus pasos mientras Hirotsu abría la puerta del carruaje para que volviera a entrar.

Esperó unos momentos, recargó su cabeza en la ventana cubierta por una tela suave y opaca, viendo que subían los regalos a otro carruaje, y uno más pequeño se emparejaba al suyo; todos tenían el mismo emblema en las ruedas. Más y más llegaban, más y más se iban, las personas invitadas también regresaban a sus casas.

Entonces se dio cuenta y recordó lo que seguía: la noche después de la boda. Asomó su cabeza por la puerta que permanecía abierta, Hirotsu no la había cerrado porque inevitablemente esperaba a alguien más, así que hizo un esfuerzo por encontrar la voz del señor Mori entre todas las demás.

— No recordaba que su cabello fuera tan corto– añadió Ougai en su conversación con su hijo — Supongo que lo compensa con sus ojos, no hay muchas mujeres en Japón que tengan el color del cielo en ellos

— Ajá

— Es muy... plana, ¿no lo crees?

— Ajá

— Aunque sus facciones son bastante aceptables, no dudo que tenga una muy buena genética a pesar de venir de las calles– y se detuvo para soltar un quejido — ¿Podrías al menos fingir que te interesan mis opiniones, querido hijo?

— Ajá

— Por todos los Dioses, te conseguí una compañera verdaderamente hermosa y sumisa, ¿qué más quieres de mí?– interrogó enfadado, poniendo una mano sobre el hombro del castaño y apretándolo con fuerza — Si llego a enterarme que tú matrimonio es un fracaso, te enviaré a Londres lo antes posible

— Ajá

Mori se quejó aún más ofendido y empujó el hombro de su hijo con rudeza, aunque no le hizo ni tropezar. Se dio media vuelta, no sin antes decirle que consultara a la médico del palacio a la mañana siguiente, y Chuuya supuso que lo llevarían a él a realizarse algún examen o cosas así.

Escondió sus nervios detrás de su manga nuevamente, era una reacción que la misma Kouyou tenía cuando algo le generaba alguna emoción complicada de demostrar. Hubieron más detalles no tan importantes de los que ambos hombres hablaron, hasta que Mori subió al carruaje a su costado y se perdió de su vista.

Al poco rato, Dazai se unió a su montaña de problemas en el momento exacto donde puso un pie dentro y tomó asiento al frente de él, permitiendo que Hirotsu cerrara finalmente la puerta.

Su corazón latía despacio, ya no eran nervios lo que recorría su cuerpo, sino deseo de matarlo.

Desvió la mirada por completo sin querer verlo, aunque su curiosidad a veces le ganaba y le miraba de reojo por unos instantes, notando detalles que probablemente nadie vio antes. Su manga izquierda estaba manchada de té, su cabello era más ondulado de la parte frontal, había un pequeño lunar cerca de su clavícula, y su perfil derecho se veía peor que el izquierdo.

Mentiras azules // SKKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora