Las ofrendas parte 2

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Intentar comprender a Meda sin comprender a sus compañeros de escuela, Amin y Murphy, es intentar ver el día sin conocer la noche. Es intentar ver la nieve sin conocer las llamas. Es imposible.

Del «Manual de la diosa Meda», por el Profeta Diomedes.

Una vez Meda estaba escondida en lo alto de un árbol mezquite, esperando inmóvil a que apareciese una presa, cuando se quedo dormida y cayó sobre un cactus de espaldas desde una altura de tres metros. Fue como si el impacto de las espinas la dejase sin una chispa de aire en los pulmones, y allí se quedo, luchando por inspirar, por espirar, por lo que fuera.

Así se siente ahora bajo su burka. Intenta recordar cómo respirar, no puede hablar y está completamente aturdida, mientras el nombre le perfora las paredes del cráneo. Alguien la coge del brazo, un chico de Banu Qurayšī, la chica había empezado a caerse pero alguien la sujeta.

Tiene que haber un error, esto no puede estar pasando. ¡Serbal sólo tenía una esfera entre miles! Sus posibilidades de salir elegido eran tan remotas que Meda ni siquiera se había molestado en preocuparse por él. ¿Acaso no había hecho todo lo posible? ¿No había cogido ella los sacramentos y le había impedido hacer lo mismo? Una sola esfera, una entre miles. De inmediato recordó a los bebes llorones cuyo significado su madre le había explicado cuando tenía cinco años, a los cuales su hermano tenia cierto parecido. La suerte estaba de su parte, del todo, pero no había servido de nada.

En algún punto lejano, se escucha a la multitud murmurar con tristeza, como hace siempre que sale elegido un chico de trece años; a nadie le parece justo. Entonces Meda lo ve, con los ojos llorones, dando pasitos hacia el escenario, aferrando sus manitas a su bufanda para que nadie le vea el rostro, y nota que uno de los botones de su chilamba se sale de su lugar hasta caer en el suelo. Es ese detalle, el botón que se rueda por el suelo hasta detenerse frente a Murphy, lo que hace que la chica vuelva a la realidad.

--¡Serbal! --El grito estrangulado le sale de la garganta y los músculos vuelven a reaccionar--. ¡Serbal!

No le hace falta apartar a la gente, porque los otros chicos le abren paso de inmediato y crean un pasillo directo al Zagambling. Meda llega donde el justo cuando está a punto de subir los escalones y lo empuja detrás de ella.

--¡Me presento como ofrenda! --grita, con voz ahogada--. ¡Me ofrezco como ofrenda para el señor Vucub-Camé!

En el escenario se produce una pequeña conmoción.

-- Me disculpas querida, pero una chica no tiene permitido ofrecerse en lugar de un chico –afirmo rápidamente Leah Shapiro. Hazte a un lado por favor y deja pasar al chico ofrenda.

Los guardias de la luz intentan arrebatarle a Serbal de los brazos pero ella se niega con todas sus fuerza.

La tribu de Judá no envía niños índigos desde hace décadas, y el protocolo está un poco oxidado. La regla es que, cuando se saca el nombre de la ofrenda, otro chico en edad elegible, si se trata de un chico, u otra chica, si se trata de una chica, puede ofrecerse a ocupar su lugar. En algunas tribus en los que ganar en el diezmo se considera un gran honor y la gente está deseando arriesgar la vida, presentarse como niño índigo es complicado. Sin embargo, en la tribu de Judá, donde la palabra ofrenda y la palabra cadáver son prácticamente sinónimas, los niños índigos han desaparecido casi por completo.

Luego de unos cuantos segundos que resultaron eternos, finalmente Leah Shapira dijo: --Okay... Okay, me han informado que el Nefilim encargado de la carrera de la muerte, ha permitido que la señorita aquí presente, a pesar de ser una chica, se ofrezca en el lugar de la ofrenda elegida.

-- Por lo visto Eva ha sido creada primero, ¡esplendido! --exclama Leah Shapiro--. Pero creo que queda el pequeño detalle de presentar al ganador del diezmo y después pedir niños índigos, y, si aparece uno, entonces... --deja la frase en el aire, insegura.

La carrera de la muerte 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora