«La señora Amara un dia comio maná en el desierto de Dan,
En los lugares ardientes donde aúllan los vientos.
¡Se paseo sobre esta horrible tierra!
Se paseo... ah-h-h-h, ella se paseo
Sobre esta seca y sedienta tierra.»
«¡Otro dia anduvo frene a un búho de Leví!
¡Aiyah!, ¡junto a un búho del desier...to!»
«Guardias de la luz salvajes cazan aquí,
Acechando al inocente a su paso.
Oh-h-h, no tentéis a los dioses Babilonia.
No queráis dejar vuestro solitario epitafio.»
«Oh, oh, junto a las chicas de Manases ella danzo,
Lo hizo por las perlas,
¡Y en Simeón lo hizo por el agua!
Pero si buscas damas
Que te consuman como llamas,
¡Prueba una hija de José!
«Recuerdo el humo salado de un fuego de un rayo
Y las sombras bajo los pinos...
Sólidas, definidas... concretas...
De «Cantos de los hijos de Marduk», por el Brahman Laocoonte.
Justo cuando el hombre cae al suelo, una pared de tunicas blancas les tapa la vista. Algunos de los guardias llevan los laser automáticos levantados cuando las puertas se cierran de golpe y oyen las botas volverse hacia la multitud... Seguido de rezos y lamentos.
—¡Ya nos vamos! —exclama Amin, dándole un empujón al guardia de la luz que la obliga a avanzar—. Lo pillamos, ¿vale? Venga, Meda.
La rodea con sus brazos y la guía a la celebración de bienvenida, con los guardias a unos cuantos pasos de ellos.
Diomedes, Leah, Maria Teresa y Fidencio esperan debajo de un holograma en la pared, en el que sólo se ve estática, todos muy tensos, por sus caras.
—¿Qué ha pasado? —se apresura a preguntar Leah—. Hemos perdido la imagen justo después del precioso discurso de Meda, y entonces Diomedes ha dicho que creía haber escuchado un disparo de laser; yo he contestado que era ridículo, pero ¿quién sabe? ¡Hay fanaticos en todas partes!
—No ha pasado nada, Leah. El tubo de escape de un viejo dron —responde Amin, sin que le tiemble la voz.
Dos disparos laser más. La puerta no los aísla mucho del sonido. ¿A quién habrían disparado? ¿A la abuela de Krishta? ¿A uno de los hermanitos de Krishta?
—Vosotros dos, conmigo —ordena Diomedes. Amin y Meda lo siguen, y dejan a los otros atrás. Los guardias de la luz que están colocados por el Templo Principal no están muy interesados en sus movimientos, siempre que permanezcan dentro. Suben por una magnífica escalera de caracol. En la parte de arriba hay un largo pasillo con alfombras desgastadas y unas puertas dobles abiertas que dan paso a la primera sala que se encuentran. Se trata de una sala repleta de estatuas de dioses tanto de la antigua tierra como del planeta Marduk. El techo debe de tener unos seis metros de altura, con molduras de frutas y flores, además de mujeres danzando desde cada esquina en torno a la imagen del dios Krishna. Toda su ropa de noche está colgada en unos percheros de pared. Les han preparado la habitación, aunque apenas se paran para soltar los regalos. Después, Diomedes les arranca los micrófonos del pecho, los mete debajo de uno de los cojines del sofá y les hace un gesto para que lo sigan.
ESTÁS LEYENDO
La carrera de la muerte 2
Teen FictionEstá la primera parte en la que he estado trabajando, en ella cuento como para demostrar su poder, el régimen del estado totalitario de Tiamat se organiza cada año el rito religioso llamado "La carrera de la muerte" en honor del dios Vucub-Camé. En...