La Carrera parte 1

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Luchar por los sueños, Batirse contra las sombras, Caminar en las tinieblas. Uno debe hacer esto y mas, si quiere que cuando el tiempo ya haya pasado, la vida no se les haya sido robada.

De «Frases de Murphy», por Sayer Arijaya.

El dolor es cegador e instantáneo. Su nariz se ve infestada por el fuerte olor a sangre que sintió muchos años atrás en el útero de su madre.

Unos relámpagos irregulares de luz cruzan los ojos de Meda, quien cae de rodillas. Se lleva una mano a la mejilla mientras utiliza la otra para evitar caerse de lado. Ya nota cómo se forma el verdugón, cómo se le hincha y cierra el ojo. Las piedras que hay debajo están húmedas con la sangre chorreante de Murphy; el aire huele a él.

-¡Paraca! ¡Lo vas a matar! -chilla Meda sintiendo el olor de la sangre espesa de Murphy.

Las pocas luces que iluminan la plaza oscura le permiten ver brevemente la cara de su atacante: dura, con profundas arrugas y una boca cruel; pelo a la altura del hombro recogido en una trenza, ojos tan negros que parecen tener sólo pupilas, una nariz larga y encorvada enrojecida por el aire helado. El fuerte brazo sube de nuevo, directo hacia Meda, y esta se lleva la mano al hombro, esperando encontrar una cerbatana..., pero, claro, sus armas están escondídas en el helado y oscuro bosque. Meda aprieta los dientes esperando el siguiente latigazo.

-¡Cortar! -grita una voz. Aparece Diomedes y tropieza con un guardia de la luz que está tirado en el suelo. Es Horus, con un enorme chichón morado sobresaliendo de su frente y una vaca está parada junto a el rumiandole del cabello, el cual parece haber sido rapado de mamera forzada. Está inconsciente, aunque respira. Parece haber intentado ayudar a Murphy antes de que ellos lleguen.

-¡No sabe reconocer a la nieta del emperador!

Diomedes no le hace caso a Horus y pone en pie a Meda con torpeza.

-Ah, por Afrodita su abuelo va a estar furioso -dice, levantándole la barbilla-. Tiene que posar para una estatua con su vestido de novia escogido por el emperador Mirren en persona la semana que viene y tiene ademas una sesión de fotos. ¿Qué voy a decirle ahora a su monje estilista? El escultor no me va a perdonar esta falta.

Meda ve que los ojos del hombre del látigo por fin ven sus tatuajes faciales y la reconocen como la ofrenda de la Carrera y la nieta que el viejo utiliza como mejor se le antoje. Abrigada contra el frío, sin maquillaje y con la diadema de trenza metida descuidadamente debajo del velo hijab no resulta fácil identificarla como una de las ofrendas de la Carrera de la Muerte, y además una de las mas veneradas por toda Babilonia, sobre todo si está tiene media cara hinchada. No obstante, Diomedes lleva años saliendo en televisión y una estatua con su imagen está ubicada frente al barracón de los guardias de la luz así que es difícil de olvidar.

El hombre baja el látigo.

-Ha interrumpido el castigo de un delincuente confeso.

En este hombre todo apunta a una amenaza desconocida y peligrosa: su voz autoritaria, su extraño acento... ¿De dónde ha venido? ¿De la tribu de Benjamin? ¿Del Gad? ¿De Babilonia?

-¡Me da igual que se haya atrevido a profanar la mismísima tumba del profeta Paul! ¡Mírele la mejilla! ¿Cree que estará lista para las cámaras en una semana? -ladra Diomedes.

La voz del hombre sigue fría, pero se detecta una ligera vacilación.

-No es mi problema.

-¿No? Bueno, pues lo va a ser, noble ciervo de Vucub-Camé. ¡Lo primero que haré cuando llegue a casa será llamar a la ciudad de Chavín y preguntarle al abuelo de esta joven, es decir al emperador quién le ha dado permiso para destrozarle la cara a mi preciosa ofrenda! ¡Tenga por seguro que la diosa no perdonará sus pecados en la Pista!

La carrera de la muerte 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora