Luchar por los sueños, Batirse contra las sombras, Caminar en las tinieblas. Uno debe hacer esto y mas, si quiere que cuando el tiempo ya haya pasado, la vida no se les haya sido robada.
De «Frases de Murphy», por Sayer Arijaya.
El dolor es cegador e instantáneo. Su nariz se ve infestada por el fuerte olor a sangre que sintió muchos años atrás en el útero de su madre.
Unos relámpagos irregulares de luz cruzan los ojos de Meda, quien cae de rodillas. Se lleva una mano a la mejilla mientras utiliza la otra para evitar caerse de lado. Ya nota cómo se forma el verdugón, cómo se le hincha y cierra el ojo. Las piedras que hay debajo están húmedas con la sangre chorreante de Murphy; el aire huele a él.
-¡Paraca! ¡Lo vas a matar! -chilla Meda sintiendo el olor de la sangre espesa de Murphy.
Las pocas luces que iluminan la plaza oscura le permiten ver brevemente la cara de su atacante: dura, con profundas arrugas y una boca cruel; pelo a la altura del hombro recogido en una trenza, ojos tan negros que parecen tener sólo pupilas, una nariz larga y encorvada enrojecida por el aire helado. El fuerte brazo sube de nuevo, directo hacia Meda, y esta se lleva la mano al hombro, esperando encontrar una cerbatana..., pero, claro, sus armas están escondídas en el helado y oscuro bosque. Meda aprieta los dientes esperando el siguiente latigazo.
-¡Cortar! -grita una voz. Aparece Diomedes y tropieza con un guardia de la luz que está tirado en el suelo. Es Horus, con un enorme chichón morado sobresaliendo de su frente y una vaca está parada junto a el rumiandole del cabello, el cual parece haber sido rapado de mamera forzada. Está inconsciente, aunque respira. Parece haber intentado ayudar a Murphy antes de que ellos lleguen.
-¡No sabe reconocer a la nieta del emperador!
Diomedes no le hace caso a Horus y pone en pie a Meda con torpeza.
-Ah, por Afrodita su abuelo va a estar furioso -dice, levantándole la barbilla-. Tiene que posar para una estatua con su vestido de novia escogido por el emperador Mirren en persona la semana que viene y tiene ademas una sesión de fotos. ¿Qué voy a decirle ahora a su monje estilista? El escultor no me va a perdonar esta falta.
Meda ve que los ojos del hombre del látigo por fin ven sus tatuajes faciales y la reconocen como la ofrenda de la Carrera y la nieta que el viejo utiliza como mejor se le antoje. Abrigada contra el frío, sin maquillaje y con la diadema de trenza metida descuidadamente debajo del velo hijab no resulta fácil identificarla como una de las ofrendas de la Carrera de la Muerte, y además una de las mas veneradas por toda Babilonia, sobre todo si está tiene media cara hinchada. No obstante, Diomedes lleva años saliendo en televisión y una estatua con su imagen está ubicada frente al barracón de los guardias de la luz así que es difícil de olvidar.
El hombre baja el látigo.
-Ha interrumpido el castigo de un delincuente confeso.
En este hombre todo apunta a una amenaza desconocida y peligrosa: su voz autoritaria, su extraño acento... ¿De dónde ha venido? ¿De la tribu de Benjamin? ¿Del Gad? ¿De Babilonia?
-¡Me da igual que se haya atrevido a profanar la mismísima tumba del profeta Paul! ¡Mírele la mejilla! ¿Cree que estará lista para las cámaras en una semana? -ladra Diomedes.
La voz del hombre sigue fría, pero se detecta una ligera vacilación.
-No es mi problema.
-¿No? Bueno, pues lo va a ser, noble ciervo de Vucub-Camé. ¡Lo primero que haré cuando llegue a casa será llamar a la ciudad de Chavín y preguntarle al abuelo de esta joven, es decir al emperador quién le ha dado permiso para destrozarle la cara a mi preciosa ofrenda! ¡Tenga por seguro que la diosa no perdonará sus pecados en la Pista!
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La carrera de la muerte 2
Подростковая литератураEstá la primera parte en la que he estado trabajando, en ella cuento como para demostrar su poder, el régimen del estado totalitario de Tiamat se organiza cada año el rito religioso llamado "La carrera de la muerte" en honor del dios Vucub-Camé. En...