[ 𝙇𝙤𝙨 𝙥𝙚𝙧𝙧𝙤𝙨 𝙝𝙪𝙚𝙡𝙚𝙣 𝙚𝙡 𝙢𝙞𝙚𝙙𝙤 ]

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Las maderas de sus colores se habían acabado.

Dibujar, era la única habilidad que lograba distraerla, no es que no hiciera nada más, claro que cocinaba y también sacudía el polvo de los marcos. Hacía todo lo que una niña de su edad no debía hacer. Aprender a tener una casa limpia era indispensable, pero Hee, era más bien una pequeña sirvienta.

Cortar zanahorias en cubitos, la ponía melancólica, ya dominaba la fuerza del cuchillo, rara vez se raja los dedos. Limpiar a los pollos crudos que Young-Mi traía, le revolvía el estómago y le hacía doler la cabeza. Limpiar los baños la cansaba.

Dibujar era lo único que la ponía feliz.

Se dio cuenta de que, si ella se apresuraba a realizar todos sus deberes, la anciana le permitía descansar el resto del día. El señor Jeon siempre buscaba la manera de poder supervisarla y en cuanto comenzaba a reclamarle porque no hacía otra cosa que colorear, Mi la defendía.

Entonces, el señor Jeon se dio cuenta de que Park Hee dibujaba cuando ya había cumplido todas sus labores. El tiempo no se detenía y Hee ni siquiera lo sentía tanto, quienes sí lo sufrían eran los colores de la niña. Afortunadamente ellos ya descansaban.

Porque Hee se acabó la caja de Faber Castell que el señor Jeon le había comprado.

Ahora mismo, Hee tenía el culo en la alfombra de la sala de la mansión, tenía un montón de hojitas recicladas encima de una pequeña mesa que estaba al centro de los sillones de cuero. El objeto más preciado de Hee en esta última semana, había sido una cajita de 96 crayolas.

Crayolas que el señor Jeon le había comprado.

De sus colores anteriores, solo quedaba un color amarillo y uno blanco. A pesar de que Hee, estaba embelesada con las crayolas, aún conservaba la cajita de sus colores pasados, y estaba en perfecto estado, porque ella era muy cuidadosa con sus cositas.

Aunque las escondiera debajo de los sillones de cuero.

El señor Jeon no tenía interés por el dibujo, Hee desconocía las tantas marcas profesionales existían, así que ella no le pedía ninguna en específico. Si el producto sobrepasaba los miles, el Señor Jeon lo adquiría sin mayor importancia.

Faber Castell era una marca importada y a Jeon no le importaba que tan costosa fuese.

La cajita de las crayolas, era un tanto infantil, en el exterior, tenía un dibujo de 2 elefantitos jugando debajo de un sol. El boceto presumía toda la gama de colores de las crayolas. Hee se había dado cuenta de que, si mezclaba los colores entre sí, obtenía nuevos.

De esa forma fue como obtuvo ratoncitos cirqueros de todos los colores.

En un torpe movimiento, Hee empujó la cajita de crayolas con su codo fuer de la mesita de cristal y estas rodaron por todo el suelo de la sala. Su mayor preocupación era que la cera de colores se batiera con la alfombra, afortunadamente eso no pasó, pero sus crayolas fueron más allá de su radar y tuvo que gatear en el suelo.

Detrás del sillón, unas orejas puntiagudas la intimidaron.

Park Hee se congeló, no supo qué hacer, pero sus crayones estaban a las patas del animal. Sintió como la presión se le bajó de golpe y no supo por qué, si le dio tanto miedo, decidió que era buena idea meter su manita entre sus patas. Inmediatamente, el animal se inclinó de manera protectora y comenzó a gruñir. El animal indicaba peligro, un desconocido.

Entonces, el perro ladró y Park Hee se subió al sofá con mucho miedo.

Lo que Hee desconocía, es que ese no era un perro normal, era un perro que había sido entrenado desde crío para las misiones de la mafia. Era un Dóberman Alemán que medía 70 cm y tenía una cadena al cuello. Su pelaje brillaba y el animal pronto comenzó a ladrar con fiereza. ¿Pero a quién defendía? ¿Por qué el perro parecía querer masticarla viva?

La muñequita de un demonio |JJK (+15)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora