Prólogo

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Ciudad de Milán, Italia
Estaba aburrida.

Jeong Yun daba pataditas al respaldo de mi silla para captar mi atención, pero el día anterior había estado haciendo lo mismo con la silla de mi mejor amiga, Bae, y no quería que ella se molestara conmigo. Bae estaba colgada de Yun. Así que la miré a ella. Estaba sentada a mi lado, dibujando un millón de minúsculos corazoncitos en la esquina de  su  libreta mientras el señor Kim garabateaba otra  ecuación en la pizarra. Tendría que haber estado prestando atención, porque soy pésima con las matemáticas. A mamá y papá no iba a hacerles gracia que suspendiera el primer semestre de mi primer curso.

—Señor Jeong, ¿quiere salir a la pizarra y responder a esta  pregunta o prefiere quedarse  detrás de Yeji  para poder seguir dando patadas a su silla un rato más?
La clase se rio  y Bae me observó con expresión acusatoria. Yo hice una mueca y le lancé una  mirada envenenada al señor Kim.

—Me quedaré aquí si no le importa, profesor Kim — contestó Yun con imprudente arrogancia.

Puse los ojos en blanco,  resistiéndome a volverme, aunque sentía el calor de la mirada de Yun en la nuca.

—En realidad era una pregunta retórica, Jeong. Ven aquí.

Una  llamada  a  la  puerta  detuvo  el  gruñido  de conformidad de Yen. Al ver a la directora, la señora Park, toda la clase se apaciguó. ¿Qué estaba haciendo la directora en nuestra aula? Solo podía ser una señal de problemas.

—Uf —exclamó Bae entre dientes.
La miré y ella señaló con la cabeza hacia la ventana.
—La poli.

Asombrada, me volví hacia la puerta al tiempo que la señora Park murmuraba algo al señor Kim, y desde luego, vi a dos agentes del sheriff esperando en el pasillo, al otro lado de la puerta entreabierta.

—Señorita Hwang.
La voz de  la  señora Park me  sorprendió e hizo que mi atención se centrara en ella. La directora dio un paso hacia mí y sentí que el corazón se  me  subía  a  la  garganta.  Su  expresión  era  cautelosa, compasiva,  e  inmediatamente  tuve  la  tentación  de retroceder de ella y de lo que estuviera a punto de decirme.

— ¿Puedes acompañarme, por favor? Coge tus cosas.
Ese normalmente era el momento en que a la clase se le escaparía alguna exclamación por el lío en el que me había metido.  Sin  embargo,  igual  que  yo,  mis  compañeros sintieron  que  no  se  trataba  de  eso.  Fuera  cual  fuese  la noticia que me aguardaba en el pasillo, nadie iba a tomarme el pelo con eso.

— ¿Señorita Hwang?
Yo estaba temblando por un pico de adrenalina y apenas podía oír nada por encima del rugido de la sangre que se me agolpaba en los oídos. ¿Le había ocurrido algo a mamá? ¿O a papá?  ¿O a mi  hermanito Hyujin?  Mis padres se habían tomado  unas pequeñas vacaciones esa semana para desestresarse de lo que había sido un verano loco.  Se suponía que ese día se habían llevado a Hyujin de pícnic.

-Yej
Bae me tocó  con  el  codo  para  captar mi  atención.  En cuanto sentí el contacto en el brazo, me aparté de la mesa, y la silla chirrió en el suelo de madera. Busqué a tientas la mochila, sin mirar a nadie, y metí en ella todo lo que había sobre la mesa. Los susurros habían empezado a extenderse por toda el aula como una ráfaga de viento frío a través de una  rendija en el cristal de  la ventana. Necesitaba  salir de allí, pese a que no quería saber lo que me esperaba.

De  alguna manera,  recordé cómo poner un pie  delante del otro y seguí a la directora al pasillo. Escuché que la puerta de la clase del señor Kim se cerraba detrás de mí.

No dije nada, me limité a mirar a la señora Park y luego a los  dos  agentes,  que me observaron con  compasión distante. Junto a la pared había una mujer en  la que no me había fijado antes. Tenía aspecto serio pero calmado.

La señora Park me tocó el brazo y yo observé su mano apoyada en mi suéter.  ¿No  había hablado ni  dos palabras con la directora antes y me estaba tocando el brazo?

—Yeji... estos son los agentes Lee y Kang. Y ella es Choin Minyi del DSS.
La miré con expresión inquisitiva.
La señora Park se puso pálida.

—El Departamento de Servicios Sociales.
El miedo me atenazó el pecho y pugné por respirar.

—Yeji  —continuó la directora—,  siento decirte esto..., pero  tus padres y  tu hermano Hyujin han sufrido un accidente de coche.

Esperé, sintiendo que se me cerraba el pecho.
—Todos  han  muerto  en  el  acto, Yeji.  Lo  siento mucho.
La  mujer  del  DSS  dio  un  paso  hacia  mí  y  empezó  a hablar. Yo la miré, pero  lo único que alcancé a ver fueron los  colores  que  la  componían.  Lo  único  que  oí  fue  el sonido  ahogado  de  sus  palabras,  como  si  alguien  hubiera abierto un grifo detrás de ella.

No podía respirar.

Presa  del  pánico,  busqué  algo,  cualquier  cosa  que pudiera  ayudarme  a  respirar. Noté  unas manos  en mí. Un murmullo  de  palabras  tranquilizadoras.  Las  mejillas mojadas. Sal en  la lengua. Y sentí que me  iba a estallar el corazón de tan deprisa que latía.
Me estaba muriendo.

—Respira, Yeji.
Esas palabras me las dijeron al oído, una y otra vez hasta que me centré en inhalar y respirar. Al cabo de un rato, mi pulso se calmó y se me abrieron los bronquios. Los puntos que  salpicaban  mi  campo  de  visión  empezaron  a desaparecer.

—Eso es. —La  señora Park estaba susurrando  y me frotaba la espalda en círculos con una mano caliente—. Eso es.

—Tendríamos que ponernos en marcha. —La voz de  la mujer  del  DSS  irrumpió  a  través  de  mi  neblina  de confusión.

—Escucha,  Yeji,  ¿estás  preparada?  —preguntó  la señora Park en voz baja.
—Están muertos —respondí, necesitada de apreciar  el significado de las palabras. No podía ser real.
—Lo siento, cariño.

Un sudor  frío se abrió paso entre  los poros de mi piel, en  las  palmas  de mis manos,  bajo  las  axilas,  en  la  nuca. Tenía  carne  de  gallina  y  no  podía  dejar  de  temblar.  Un vahído inesperado hizo que me bamboleara y el vómito hizo erupción  desde  mis  tripas  revueltas.  Me  incliné  hacia delante  y  derramé  mi  desayuno  sobre  los  zapatos  de  la señora de los servicios sociales.

—Está en estado de shock.
¿Lo estaba?
¿O era un mareo?
Un minuto antes estaba sentada en  la clase, donde había calor y seguridad. Y en cuestión de segundos, en un abrir y cerrar de ojos...  Estaba  en  un  sitio  completamente diferente.

QUINTA AVENIDA - Ryeji Donde viven las historias. Descúbrelo ahora