Capítulo 4

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Lena, la heroína de mi serie de fantasía y asesina despiadada del reino de Morvern, tenía que planear su ataque al lugarteniente de la reina, Arvane, un mago que estaba teniendo una aventura secreta con el sobrino de la reina y usando su influencia y su magia para manipular el control monárquico y político. En cambio, Lena había empezado a fantasear con desnudar a Tania, jefa de la guardia de la reina. Tania, que había sido pelirroja en los cinco primeros capítulos, tenía ahora el cabello rubio y ojos celestes. Tampoco tenía que ser una heroína romántica. No tenía que haber ninguna heroína romántica. ¡Esto era cuestión de Lena!

Frustrada, aparté mi portátil.

¡Maldita Ryujin! Hasta estaba contaminando mi manuscrito con su toxicidad sexual.

Basta. Iba a renunciar por ese día. Sabiendo que Yuna traería comida china para cenar al salir de su trabajo de maestra en la NYADA, decidí ir un rato al gimnasio —que estaba justo a la vuelta de la esquina, en Queen Street— como ataque preventivo contra las calorías.

En general, no me preocupaba por mi ingesta alimentaria, pero había hecho deporte en la escuela y me gustaba mantenerme en forma. Y estaba bien, porque también me gustaban los chips o como quiera que llamaran a las papas fritas en Nueva York. Cualquier clase de chips, todos los chips que engordan deliciosos y crujientes. Mi estrecha relación con los chips era probablemente la más real de mi vida.

Quemé mi frustración respecto a mi libro en la cinta, la bicicleta elíptica, la estática y las pesas hasta convertirme en una masa sudorosa. El ejercicio me relajó lo suficiente para que mi cerebro empezara a funcionar otra vez. Había comenzado a formarse en mi cabeza un personaje que no me dejaba en paz. Sobre todo porque se parecía mucho mí. Era una mujer sola en la vida, independiente y con impulso. Había crecido en casas de acogida en Nueva York y después se había trasladado a Italia con un permiso de trabajo y terminó enamorándose.

El personaje era mi madre. La historia de mi madre había sido genial hasta que terminó de manera trágica. A todo el mundo le gusta una buena tragedia. A todo el mundo le gustaría mi madre. Había sido valiente y franca, pero también muy amable y compasiva. Mi padre la había adorado desde el primer minuto en que la vio, pero había tardado seis meses en derribar las defensas de mi madre.

Su idilio fue épico. Nunca había pensado en escribir novela romántica antes, pero no podía sacarme de la cabeza la idea de inmortalizar a mis padres sobre el papel. Destellos de recuerdos que había sepultado bajo una fría losa empezaron a desfilar ante mis ojos hasta que el gimnasio desapareció de mi alrededor: mi madre de pie delante del fregadero de la cocina, lavando los platos porque no se fiaba del lavavajillas. Mi padre apretándose en silencio contra su espalda, deslizando los brazos en torno a la cintura de ella y atrayéndola hacia su cuerpo al tiempo que le susurraba al oído. Lo que le dijo hizo que ella se echara atrás para fundirse con él, con la cabeza inclinada buscando el beso.

Entonces el recuerdo saltó a mi padre entrando en casa detrás de mamá por la noche, el portazo que nos asustó a mí y a la canguro. Mi madre gritándole por ser un macho alfa engreído. Mi padre gritándole que no iba a quedarse quieto mirando mientras un cretino del trabajo flirteaba con ella delante de sus narices. Mamá diciéndole que no tenía que darle un puñetazo al tipo. «Te estaba tocando el culo», le había soltado mi padre, mientras yo observaba desconcertada. ¿Alguien le había tocado el culo a mamá delante de papá? Idiota. «Yo me estaba ocupando de eso», argumentó mamá. « ¡No lo bastante deprisa! No vas a volver a trabajar con él.»

Desde ese punto, la discusión había ido en aumento hasta que la canguro salió corriendo sin esperar a que le pagaran. Pero a mí no me preocupaba la discusión.

QUINTA AVENIDA - Ryeji Donde viven las historias. Descúbrelo ahora