Capítulo 1

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Ciudad de Nueva York, EE.UU

Ocho años después...

Era un día hermoso para encontrar un nuevo hogar. Y una nueva compañera de piso.

Salí de la escalera húmeda y vieja de mi edificio de apartamentos y me recibió un día precioso en Nueva York. Me miré los bonitos shorts a rayas blancas y verdes de tela vaquera que me había comprado unas semanas antes en Bloomingdales. Casi no había parado de llover desde entonces y me moría de ganas de estrenarlos. Por fin el sol había salido y asomaba en la esquina, por encima de la torre de la Antigua Catedral de San Patricio, fundiendo mi melancolía y devolviéndome un poco de esperanza. Para ser alguien que había empaquetado toda su vida en Italia y había partido hacia el país natal de su madre cuando solo tenía dieciocho años, no me llevaba muy bien con los cambios.

Ya no, al menos. Me había acostumbrado a mi enorme apartamento con su interminable problema de ratones.

Echaba de menos a mi mejor amiga, Lia, con quien había vivido desde mi primer año en la Universidad de Rochester. Nos conocimos en la residencia de estudiantes y congeniamos. Las dos éramos muy reservadas y nos sentíamos cómodas una en compañía de la otra, por el mero hecho de que nunca nos presionábamos para hablar del pasado. Nos hicimos muy amigas en primer curso y decidimos alquilar un apartamento (o un «piso» como lo llamaba Lia) en segundo año. Ahora que nos habíamos licenciado, Lia se había marchado a Londres para empezar su doctorado y yo me había quedado sin compañera de piso. La guinda del pastel era la pérdida de mi otro gran amigo, Dean, el novio de Lia. Él había salido corriendo a Londres (un lugar que detestaba, podría añadir) para estar con Lia. Y para colmo, mi casero se había divorciado y necesitaba que desocupara el apartamento.

Había pasado las últimas dos semanas respondiendo anuncios de mujeres jóvenes que buscaban una compañera de piso. Y hasta el momento había sido un palo. Una chica no quería compartir piso con una latina con evidentes aires de residencia italiana con anterioridad. Me quedé con cara de alucinada. Tres de los apartamentos eran sencillamente... un asco. Estoy casi segura de que una chica pasaba crack, y el apartamento de otra tenía pinta de tener más tráfico que un burdel. Había depositado muchas esperanzas en que mi cita inminente con Shin Yuna iría bien. Era el apartamento más caro de mi lista, y se hallaba del otro lado del centro de la ciudad.

Estaba siendo austera en lo referente a mi herencia, como si gastar lo menos posible fuera a mitigar la amargura de mi «buena» fortuna. Pero me estaba desesperando.

Quería ser escritora y necesitaba el apartamento y la compañera de piso adecuados.

Vivir sola era otra opción, por supuesto. Podía permitírmelo. No obstante, la verdad auténtica era que no me seducía la idea de la soledad absoluta. A pesar de mi tendencia a guardarme el ochenta por ciento de mí misma sólo para mí, me gustaba estar rodeada de gente. A veces me hablaban de situaciones que no comprendía personalmente, y eso me ofrecía la oportunidad de ver las cosas desde otro punto de vista. Estaba convencida de que todos los buenos escritores necesitaban una perspectiva amplia. Por eso trabajaba en un bar de la reconocidísima Quinta Avenida neoyorkina: el 230 Fifth las noches de los jueves y los viernes, pese a que no lo necesitaba. El viejo cliché era cierto: las camareras escuchan las mejores historias.

Era amiga de dos de mis colegas, Chan y Jin, pero en realidad solo estábamos juntos en el trabajo. Si quería tener un poco más de vida a mi alrededor, necesitaba una compañera de piso.

Un aspecto positivo: el apartamento que iba a ver estaba a solo unas manzanas de mi trabajo.

Mientras trataba de contener la ansiedad de encontrar un nuevo domicilio, me mantenía atenta en busca de un taxi con la luz encendida. Miré la heladería, lamentando no tener tiempo de pararme y darme el capricho, y casi se me pasó el taxi que venía hacia mí desde el otro lado de la calle. Estiré el brazo, miré si había tráfico por mi lado y me alegré de que el taxista me hubiera visto y hubiera parado el coche. Me apresuré a cruzar la amplia calzada, logrando no acabar aplastada como un insecto verde y blanco en el parabrisas de un pobre desgraciado, y corrí hacia el taxi con la firme determinación de abrir la puerta.

QUINTA AVENIDA - Ryeji Donde viven las historias. Descúbrelo ahora