28. No estamos en Fedora

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Montecarlo, Mónaco

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Montecarlo, Mónaco.

La brisa nocturna agitaba las cortinas de mi habitación y hacía que me tapara la cara con la sábana. Entre sueños, mi mente me transportó a una escena que jamás había vivido, pero que se sentía terriblemente real.

Dino no se quedó en la puerta y luego se fue. En el sueño, él cruzaba el umbral de la casa con paso decidido, sus ojos verdes oscurecidos fijos en mí con una determinación que me helaba la sangre. No era el Dino que recordaba, ese muchacho despreocupado de sonrisa fácil. No. Este era diferente: sombrío e irreconocible. Sin decir una palabra, avanzaba hasta la habitación de Fausto y, antes de que pudiera reaccionar, lo levantaba en brazos.

──¿Qué haces? ──intenté gritar, pero mi voz no salía.

Dino me miró, inexpresivo, con cara de obviedad.

──Es mi hijo también, Chiara. Solo que siempre has querido ser el centro del Universo ──dijo, y la puerta de la casa se cerró tras él con un estruendoso seco. Las tablas de madera parecían despedazarse.

Corrí tras ellos, siguiéndolos, pero mis pies parecían hundirse en el suelo, como si la casa misma me sujetara. Podía oír a Fausto llamándome con su vocecita confusa, asustada. Extendí la mano, pero el auto de Dino se alejaba cada vez más, hasta desaparecer en la niebla.

¿Volverían? ¿Se quedarían en Montecarlo? ¿Regresarían a Bolonia? ¿Qué pasaría con mi hijo?

El terror me despertó.

Me incorporé de golpe, con el corazón desbocado y la respiración entrecortada. Mis manos temblaban al apartar las sábanas. La casa estaba en completo silencio, pero mi mente aún resonaba con los ecos de aquel sueño. Sin dudarlo, salí de mi habitación y caminé descalza por el pasillo. Abrí la puerta de la habitación de Fausto con delicadeza y me acerqué a la cama. Allí estaba mi hijo, dormido enredado entre las mantas con temática de Cars, con la carita relajada. Me incliné sobre él y con mis dedos temblorosos le aparté un rizo de la frente. Necesitaba verlo, asegurarme que estuviera allí, conmigo.

Mi respiración se fue calmando poco a poco. Sin embargo, al notar que el amanecer ya teñía el cielo, decidí despertarlo.

──Fausto... Fausto ──susurré, acariciándole el brazo──. Es hora de levantarse.

Él gruñó y se giró, hundiendo la cara en la almohada.

──Cinco minutos más, mamá...

Sonreí, la angustia disipándose un poco.

──Si nos demoramos, no alcanzaremos a tomar el desayuno. Recuerda que las personas que no desayunan no corren tan rápido... ──me reí mientras decía esa mentira. Sorprendentemente mi hijo siempre caía en ella.

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⏰ Última actualización: 3 days ago ⏰

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