Capítulo 4. Confidencias y caricias.

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El día había llegado, la tarde sería el momento de partida para los dos, pero la mañana estaba reservada para que cada uno se despidiera de sus familias

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El día había llegado, la tarde sería el momento de partida para los dos, pero la mañana estaba reservada para que cada uno se despidiera de sus familias.

Ramón estaba exhausto; la falta de sueño se notaba en las sombras debajo de sus ojos. Había estado ocupado realizando modificaciones en el vehículo que sería su transporte durante el viaje. Aunque había pensado en pedir a Rhonda para ser más sencillo, pero eso habría significado dejar a John Dory sin hogar, así que descartó esa opción.

Mientras intentaba despejar su mente, escuchó que alguien lo llamaba. Al asomarse, vio a sus hermanos entrar por el elevador del búnker. Una sonrisa cansada se dibujó en su rostro. Era un momento raro para él; no los vería por un tiempo.

—Y bien, ¿a dónde van, Bitty B? —preguntó John Dory con una sonrisa traviesa—. Parece una luna de miel.

Ramón se sonrojó instantáneamente, evitando la mirada de sus hermanos mientras intentaba mantener la calma.

—No lo sé, es una sorpresa —respondió con una voz que intentaba sonar casual, pero que temblaba un poco.

John Dory, el mayor de los hermanos, le rodeó el cuello con un brazo en un gesto fraternal y juguetón.

—Diviértete, siempre estás encerrado aquí solo. Es hora de que salgas a tomar un poco de aire fresco —dijo con cariño, apretándole un poco más.

—¡Auch! —se quejó Ramón, frotándose el cuello donde John Dory había apretado. Cuando su hermano mayor soltó su agarre, sus ojos se posaron en las marcas visibles en la piel del azabache.

Bruce, desde el otro extremo del cuarto, observó con comprensión, entendiendo de inmediato la situación.

—Parece que no has perdido el tiempo aquí abajo, Ramón. Cuéntanos, ¿quién es la afortunada? —dijo, molestándolo con un tono de complicidad y picardía.

Ramón se sonrojó aún más y balbuceó:

—¿N-no es demasiado obvio? —se cubrió la cara con las manos, avergonzado.

—No lo molesten —intervino Floyd con una sonrisa, cruzando los brazos—. Nosotros nunca preguntamos cada cuánto lo haces con Brandy, ni cómo.

—E-eso es diferente. Yo estoy casado —respondió Bruce con un tono serio, cruzando los brazos con una expresión de reproche.

Clay, que había estado observando en silencio, se acercó a Ramón con una sonrisa amable. Le apretó las mejillas en un gesto cariñoso.

—Hermano, en algún momento iba a pasar. Todo está bien, no te juzgaremos —dijo, con un brillo de orgullo en los ojos—. ¡El pequeño ya creció!

Ramón se apartó, cruzando los brazos con incomodidad.

—No ayudas mucho, Clay —dijo, intentando mantener un tono serio, aunque una sonrisa se le escapó.

Aventura sin destino. +15Donde viven las historias. Descúbrelo ahora