Capítulo 8. Pasión prohibida.

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—¡Vamos, Ramón! Se nos hace tarde —exclamó Poppy, su cabello rosado brillaba bajo el cálido sol del día

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—¡Vamos, Ramón! Se nos hace tarde —exclamó Poppy, su cabello rosado brillaba bajo el cálido sol del día. Saltaba de emoción, con su energía evidente, mientras aguardaba la llegada de su novio. Era su último día en Lonesome Flats, y las despedidas siempre se sentían agridulces. Había planeado una reunión especial con Delta, aunque el troll azul parecía tener otras prioridades.

—¿Crees que lo que preparé será suficiente? —preguntó, con la ansiedad siendo evidente en su voz—. ¡Quería más chispas! —Su mirada reflejaba el nerviosismo y alegría que le provocaba aquél último día.

—Estoy seguro de que a ella le encantará. Solo quiero que se diviertan mucho —respondió Ramón, inclinándose para darle un suave beso en la frente. Poppy sonrió ante su gesto.

—¿Y tú, qué harás después de llevarme? —inquirió, deteniéndose para mirarlo a los ojos.

—Bueno, tengo que reforzar el transporte y limpiar mucho —dijo él, un atisbo de alegría en su voz.

—Increíble —exclamó, girándose mientras se tambaleaba sobre su propio eje. Luego, con ternura, le dio un suave beso en la mejilla. —Te voy a extrañar mucho —susurró.

Ramón sonrió de manera tonta, aquella expresión que lo delataba. —Bueno, nos veremos en la noche para partir a otro lugar— dijo, despidiéndose con un brillo en los ojos.

Al llegar a casa de Delta, se despidió de Poppy, quien le dedicó una sonrisa cómplice antes de marcharse. Él se encaminó a la ferretería, donde consiguió las herramientas que le hacían falta para afinar algunos detalles del vehículo. También se hizo de un energético, algo que lo mantendría despierto y alerta durante la larga noche que le esperaba.

Había tornillos flojos que crujían al tocarlos, cadenas desgastadas que necesitaban reemplazo y botones que parecían haberse atascado. Nada de eso era un verdadero obstáculo para él, y aunque sabía que le tomaría tiempo, confiaba en su habilidad. Tras aproximadamente cinco horas de trabajo, su cuerpo estaba cubierto de manchas de aceite y su ropa se miraba desaliñada.

Con el último ajuste completado, sintió la necesidad urgente de un baño. Se duchó con agua caliente, dejando que el vapor disipara la tensión acumulada en sus músculos. Al salir, la sensación de frescura renovó su energía, aunque no sus inquietudes.

Para despejar su mente, se sentó a armar un rompecabezas que había empacado, por si el aburrimiento surgía. Cada pieza que encajaba, era una celebración, pero también un despeje de los pensamientos que lo atormentaban. ¿Estaba haciendo suficiente por ella? ¿Era su esfuerzo el adecuado para hacerla feliz? Las dudas lo rodeaban constantemente. La realidad de ser pareja de la reina pesaba sobre él; los niños le preguntaban si él sería el nuevo rey, y aunque se reía de esas ocurrencias, no podía evitar que esa idea lo inquietara.

«Me preocupa mucho la villa, amo a Poppy, pero, ¿estaré a la altura de lo que ellos esperan?» murmuró para sí mismo, sintiendo cómo el estrés lo envolvía. Las dudas lo mantenían en un torbellino mental, y la presión de cumplir con las expectativas de todos lo agobiaba.

Aventura sin destino. +15Donde viven las historias. Descúbrelo ahora