CAPÍTULO 21: POLOS OPUESTOS

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KARA

Marxel cerró la puerta de su despacho y se dispuso a caminar en dirección al armario que se encontraba cerca de su escritorio. La habitación era tan grande que tenía todo lo necesario para él, un sofá se encontraba al lado de su armario, un probador detrás y una alfombra dorada que se desprendía por toda la habitación, todos aquellos muebles podían costar miles de praks.

Él abrió su armario y me sorprendí la cantidad de prendas que podía tener a su disposición. Comenzó a desajustarse el cinturón y habló por encima de su hombro.

—¿Pensabas qué todo sería tan sencillo después de tú regreso? —dijo con la voz ronca.

Suspiré, sintiendo el corazón latirme demasiado rápido.

—¿A qué te refieres?

—Es qué no tienes ni la menor idea —se burló, pero un cansancio se aferró a sus facciones mientras se cambiaba de ropa delante de mí. Marxel no tenía ningún pudor sobre tener qué desnudarse, se deshizo de su camisa y los pantalones de lino, me fijé en la piel pálida que acomodaba los músculos de sus piernas hasta subir hacia arriba, un rubor alcanzó mis mejillas y una sonrisa socarrona aferró sus labios cuándo me pilló mirándolo.

Tragué saliva.

—Quizás si intentaras explicármelo lo entendería mejor.

Suspiró, terminando de colocarse el pantalón de satén azul y una camisa de manga larga blanca que se aferraba a los músculos de sus bíceps, ¿Como era posible que le quedara tan bien algo tan simple?

—Solo intento protegerte de todos en este edificio —murmuró—. Los soldados elitistas no aprueban tú estadía aquí, y te seguirán repugnando si sigues ganándoles en la lucha tan solo tú primer día.

—¿Entonces es por ello qué decidiste pelear contra mi? —murmuré, volviendo la vista hacia él—, quieres qué pierda delante de todos para poder satisfacer a los demás.

—Sabía qué eras lista —repuso con burla.

Resoplé.

—¿Qué más da si gano o pierdo?

—Los soldados militares llevan entrenando toda su vida y les molesta que tú vengas aquí con tus trucos de la reserva.

—No tengo ningún truco de la reserva —repuse enfadada, cruzándome de brazos—. Durante mi tiempo ahí no conocí a ningún entrenador rebelde. Mi padre fue quién me enseñó.

—Tomará tiempo para que los soldados se acostumbren a convivir con los rebeldes. Harán lo que sea por desafiar mis órdenes —dijo, caminando hacia a mí y alcé la barbilla para poder mirarlo mejor con sus casi dos metros de altura que sobrepasaba de mí—. Tendrás que cuidar tú espalda, vendrán detrás de ti.

—De eso estoy acostumbrada.

—Seguro que sí —dijo mirándome—. Pero ya no llevas una máscara, ahora vives con tú verdadero rostro delante de todos aquellos que conocen tus crímenes.

—No necesito tú protección.

Suspiró, irritado con mí respuesta.

—¿Quieres que deje de preocuparme por ti? —dijo, adelantando un paso hacia a mí y del cuál yo tuve que retroceder para mantener el espacio entre los dos —. Adelante, te dejaré con los lobos dispuestos a cazarte.

Me fijé en sus ojos grises tan resplandecientes por la luz que entraba de los ventanales de su oficina. Mi mente solo se había quedado con lo primero y una sonrisa de suficiencia se asomó en mis labios.

Ladrón de Humo| 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora