Capítulo 36: EL CUBÍCULO DE ESPEJOS

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KARA 

Sentí que el aire se iba acortando cada vez más en aquel cubículo de espejos.

Pam había obtenido lo que él quería.

Dante y yo formábamos parte de aquella lista de seleccionados que formaría el Paraíso. Ambos éramos los candidatos de su plan, y estábamos justo en el sitio necesario para efectuarlo. No le había resultado tan difícil traerme hacia aquí.

Sabía que en el momento en que Dante desapareció de la Alta Torre, yo haría lo que fuese por ir en su búsqueda. Utilizó a su propio hijo para poder llegar a mí.

Tragué saliva, girándome en dirección hacia Dante.

En sus ojos, contemplé la indiferencia a sus palabras, el propio vacío de no sentir nada que no fuera rabia, ira, y venganza. Como si todo lo que fuese él se hubiese marchitado ante mis ojos. Esperé poder ver algo distinto, algún brillo que me recordara a mi amigo, pero parecía que la persona delante de mí estuviera luchando contra sí mismo.

O como si estuviese consumiendo lo poco que quedaba de él.

Él lo sabía. Por supuesto que lo sabía.

Había utilizado las palabras necesarias para convencerme de subir las escaleras. Sabía que no dudaría de él, porque sería siempre el chico que me abrasaría después de cada pesadilla, quién me había enseñado todo un mundo desconocido, y que, ante todo, me protegería.

Me convencí, de alguna manera, que la persona delante no era él. Dante jamás me traicionaría. Jamás le daría la razón a Pam sobre el futuro de Prakva. Habían jugado con su mente, le habían hecho creer que no tenía opción.

—¿Kara?

Mi corazón tiritó al escuchar aquella voz familiar.

Marxel.

Intenté levantarme del suelo, pero mis rodillas fallaron en el momento en que coloqué la fuerza sobre ellas. Por lo que avancé, arrastrándome por el suelo mientras me acercaba al cristal transparente que me separaba de él.

Él corrió hacia a mí.

Una mezcla de pánico y sorpresa me sacudió al verlo solo. No podía estar solo.

Tampoco tendría porque estar aquí.

Sus ojos grises se detuvieron a mitad del trayecto, y se fijaron un segundo en los míos antes de posarlos en aquella prisión de cristal en la que estábamos encerrados.

—¡Marxel, cuidado! —grité, intentando sacudir el cristal.

Pam se giró a su izquierda, avanzando hacia él.

—No, no, no —empujé el cristal—. No deberías estar aquí.

Intenté llamarlo, pero era incapaz de escucharme. Estaba atrapada en aquellas cuatro paredes. Una jaula que me permitía ver todo lo que sucedía fuera, sin poder hacer nada. Arrastré las uñas por el cristal en el momento en que Marxel sacó el arma de fuego y apuntó hacia Pam.

En menos de un segundo, me pareció escuchar el estallido fuerte y seco. Había disparado dos veces, lo suficiente para que resonara en la superficie del cubículo de cristal. Todos los que estábamos dentro lo escuchamos. James, en el suelo, se removió y levantó la barbilla.

Marxel no tuvo un ápice de piedad, no tendría por qué tenerla.

En sus ojos no hubo ni una sola fracción de duda. No dejó caer el arma mientras apretaba su mandíbula. Me callé en aquel momento, observando lo que estaba ocurriendo detrás del cristal. Incapaz de poder creerlo, aprisioné las palmas contra el cristal para ver mejor.

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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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