Capítulo 8 (parte 2): LA ENCRIPTACIÓN

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MARXEL

—Ninguno quiere hablar, Marxel —me dijo Víctor, repasándome con una expresión de preocupación en sus ojos.

Felicia, Jules, y Héctor tenían la mirada perdida en el suelo, sentados con las manos atadas detrás de la espalda. Ninguno se había atrevido a mirarme a lo ojos.

Los malditos traidores se encontraban ahora callados. Le eché un vistazo a Jules, donde las gotas de sangre se habían deslizado por debajo de su cien.

Era incapaz de verle los ojos pero atisbaba la sonrisa retorcida en sus labios.

—Van a tener que hacerlo —espeté con un gruñido.

A mis espaldas, alguien se aclaró la garganta. Volví la vista hacia atrás para notar como John se acercaba a mí.

—Puedo emplear otro tipo de mecanismo —ofreció con un tono de calma, totalmente insensato a lo que ofrecía sus palabras. Se refería a una tortura. Después de enterarme sobre el tipo de torturas que se manejaba aquí abajo mi padre me convidé de manera reflexiva de que no torturaría a nadie más.

Observé como sujetaba el mango de su arma dispuesto a liberarla en cualquier momento.

Ese «tipo de mecanismo» podría ser la solución rápida y fácil, pero por otro lado la más inhumana, cobarde y terrible. No íbamos a sacarles nada dándole unos golpes, cortándoles una oreja o un brazo. Me daba la sensación de que Jules tenía todas las respuestas, pero jamás sedería.

Al menos que le ofreciéramos algo a cambio.

—Volveré a preguntarlo —alcé la voz y me incliné sobre mis rodillas para mirar primero a Felicia. Esta se sobresaltó un poco por mi tono de voz y levantó la mirada, escrutándome con su iris azul—. ¿Dónde está Pam Bennett?

Torció el cuello, pero no alzó la mirada.

—No lo sé.

Ya iba varias veces repitiéndolo. Coloqué una mano por detrás de su silla. Miró por encima del hombro. Un nerviosísimo se cruzó por su mirada al obligarla a mirarme.

—¿No lo sabes? ¿No sabes donde está tu líder? ¿No sabes a quién sigues ordenes? —liberé en su oreja y se estremeció por mi voz.

—No —probó decir con la boca seca.

Chasqueé la lengua y miré hacia abajo, hacia su brazalete.

—Supongo que entonces la respuesta está aquí —dije. Me aparté un segundo después e hice una señal con la cabeza a John para que se encargara de retirar los brazaletes de los prisioneros.

Felicia negó con la cabeza mientras apretaba los dientes, Héctor fue listo en ni siquiera probar resistirse, y Jules...

Jules todavía seguía con aquella sonrisa de burla plantada en el rostro, pero ahora había alzado la cabeza y me miraba directamente a los ojos.

—No vas a encontrar nada relevante, Leví. Volverás a perder tu tiempo —dijo y la palabra «volverás» me dejó bastante petrificado. Su mirada se centró en los demás que se encontraban en la habitación. Le echó un vistazo de pura insignificancia a Víctor—. Nuestros brazaletes tienen encriptada la memoria. No hay nada dentro.

Podía mentir fácilmente, pero su sonrisa despreocupada me revelaba desde el principio todo lo contrario.

La Orden iba a más de un paso delante de nosotros, no revelaría sus secretos tan fácilmente y jamás arriesgaría a sus aliados. Probablemente Pam había pensado una y otra vez los errores de su juego, en todas aquellas posibilidades de vulnerabilidad.

Ladrón de Humo| 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora