MARXEL
—Tenías razón, Marxel, treinta y cinco tanques de gas tóxico almacenados. Ni uno menos —soltó Víctor mientras realizaba el recuento en las cámaras de vigilancia. Me echó un vistazo por el rabillo del ojo mientras tecleaba en su ordenador y manipulaba el sistema de vigilancia de la fortaleza—. Nunca mencionaste cómo lograste obtener toda esta información.
Mantuve la mirada fija en las pantallas de su ordenador, observando como nuestros soldados azules arrastraban los tanques por los pasillos y los llevaban hacia la planta baja. Por otro lado, en la otra pantalla, se mostraba la explosión que habíamos provocado en las aeronaves. Los soldados leales no tardarían en avanzar hacia allí.
Víctor parecía estar esperando una respuesta, por que volvió a mirarme, cruzándose de brazos sobre su pecho.
Por supuesto que no iba a mencionarle que había sido el ladrón de humo que me había entregado todos los planos de la fortaleza para poder manifestar mi plan. Nada de esto habría podido lograr si no fuera por él. Lo que sea que hubiera hecho para conseguirlos, cómo infiltrarse en la fortaleza hace un tiempo, determinaba el hecho de que nos encontráramos aquí.
—La restauración de la fortaleza se encontraba en el vivem de mi padre —musité. Un sabor amargo me recorrió al recordar el día en que destrocé el despacho de mi padre para enterarme que había escondido información muy relevante.
Víctor se rascó la barbilla y sus ojos se entrecerraron.
—Qué extraño, revisé todos los datos que estaban ahí.
Claro que lo había hecho. Era meticuloso hasta en mi vida privada.
—Eso es porque no buscaste bien.
Abrió la boca, a punto de rebatir mis palabras, cuándo algo llamó su atención en la pantalla. Fruncí al ver lo mismo que él: una chica de cabello rapado a la mitad con paso de vendaval imparable avanzaba por el pasillo del ala este de la fortaleza. Parecía caminar con una furia contenida de una tormenta. El problema era que iba en dirección hacia nosotros.
—¿No se supone que debería estar en la sala de almacenamiento? —preguntó Víctor.
La puerta de monitoreo se abrió abruptamente. Lizra apareció, y cuándo por fin su mirada se encontró con la mía, adelantó un paso dentro de la habitación. Me coloqué de pie y cerré la puerta a sus espaldas, procurando revisar que ningún soldado hubiera decidido seguirla.
—No han regresado —dijo firme.
—Deberías estar con los demás —solté—. Tienes órdenes de permanecer con tu equipo. Cualquier cosa que tengas que decir comunícalo con tú receptor.
Se quitó el aparato de la oreja.
—¡Llevo bastante rato intentando comunicarme contigo, pero esta mierda que me has dado no funciona! —arrebató, furiosa—. Y no me has escuchado, acabo de decir que no han regresado. Se suponía que tendrían que estar con nosotros hace tres minutos.
Lizra subió y bajó el pecho, respirando agitadamente. Entendí entonces a lo que se refería. Me quedé inmóvil, deseando que el tiempo se detuviera para revertir lo que acababa de decirme.
Mi respiración se ralentizó. Lo único que pude escuchar fue el latido ensordecedor en las sienes, hasta que Víctor habló detrás de mi espalda.
—Tiene razón —murmuró—. Se los han llevado.
Retrocedí y me giré para mirarlo.
—¿Qué quieres decir? —pregunté con la voz áspera. Perder el control no iba a servirme de nada, pero sentía una mezcla de rabia y miedo comenzando a formarse dentro de mi—. ¿Dónde están?
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Ladrón de Humo| 2
Science FictionDespués de escapar hacia la zona norte, Kara descubrirá que el mundo de los rebeldes no es tan malo como parece y que detrás de todas las decisiones tomadas por los grandes líderes prevalece una historia y muchos secretos enterrados. La Orden está e...