MARXEL
El concejero Tyrel apareció en mi despacho y sus ojos analizaron la decoración del sitio, pues era la primera vez que se planteaba delante de mi zona de trabajo. Contuve la respiración cuando sus ojos se quedaron mirando más tiempo en el rincón del armario y el probador.
Tenía que estar jodiendome.
El sudor se acumuló en mi frente, como se diera cuenta que Kara estaba escondiéndose detrás de mi probador todo iba a salir muy mal.
—¿En qué puedo ayudarle, concejero Tyrel? —pregunté con un tono áspero provocando que el concejero se enfocara en mí, pues tenía una mala hostia desde el momento en que nos interrumpieron a Kara y a mí. Todavía sentía la suavidad de su piel en la punta de mis dedos, tan delicada como la capa fina de un algodón, y el sonido de los pequeños suspiros que salían de sus labios cuando mi boca se encontraba cerca de su cuello. El recuerdo iba a atormentarme toda la vida.
Los ojos del hombre se encontraban abiertos y apenas parpadeaba, también habían unas ligeras ojeras debajo de sus ojos que parecía desvelar que no había dormido en días. El hombre era demasiado viejo para tener que molestarse en viajar hasta aquí.
Algo debía estar sucediendo en la zona elitista y lo podía sentir en su mirada inquieta.
—Me pareció ver a nuevos rostros en el camino —fue lo primero que dijo, con las manos un poco temblorosas.
Estuve a punto de maldecir, pero contuve cualquier palabrota de mis labios. Me apoyé sobre el escritorio y relajé los hombros.
—Nuevos soldados del cuartel.
—Ah, por ello las marcas —sus dedos tocaron la zona de su cara—. ¿De qué zona provienen? —preguntó curioso.
Suspiré.
—Starlock, la zona marginal —Una parte de aquella mentira también era cierta, habían algunos cuantos que provenían de Starlock y Victoria, la zona trabajadora del sur.
—Después de todo lograste cambiar las reglas de acceso al cuartel militar. Bien hecho —me apremió, pero apenas pude asentir y él levantó un poco las manos cuando sus ojos se detuvieron en la silla cerca de mi escritorio, refiriéndose de quién solía utilizarla, dijo—: Algo que tu padre no habría permitido, lo sabes, ¿no?
Chasqueé la lengua.
—Permitimos ampliar el número de soldados para atacar la fortaleza y usted había estado a favor de la decisión desde la última junta de concejo —aclaré. Me acerqué al escritorio y susurré una orden al comando de voz para que permitiera la visualización del holograma con los últimos avances para ver las nuevas cifras.
Tyrel miró los resultados con los ojos iluminados y de repente, la imagen del mapa de Prakva se escapó entre los archivos de mi trabajo y rogué para que él no preguntara sobre las dos rutas que había establecido hacia la zona de la fortaleza. Una ruta más directa para cuando los soldados atacaran finalmente la Orden y otra, mucho más discreta y encubierta, que yo tomaría. Por suerte, Tyrel pasó desapercibido del mapa porque dijo:
—Es algo de lo que sentirse orgulloso, su majestad.
No dije nada sobre ello, él no opinaría lo mismo sabiendo que había permitido una alianza con los rebeldes en secreto y que mientras teníamos aquella conversación tenía a la ladrona de espejos detrás de los probadores, y que, momentos atrás, la tenía a ella encima de aquel escritorio con las piernas alrededor de mi cuerpo mientras la besaba hasta que los dos nos quedábamos sin aliento.
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Ladrón de Humo| 2
Ficção CientíficaDespués de escapar hacia la zona norte, Kara descubrirá que el mundo de los rebeldes no es tan malo como parece y que detrás de todas las decisiones tomadas por los grandes líderes prevalece una historia y muchos secretos enterrados. La Orden está e...