Lover of the profane

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- ¿Cómo mierda quieres que me la ponga?

Pregunte y tire levemente de la cadena que ataba mi cuello, viendo como ahora el piso bajo mis piernas comenzaba a llenarse de sangre.

Me miro completamente indeciso y con cara de incomodidad y bajo los ojos, mirando el charco.

Salió de la habitación y a los pocos segundos regreso, esta vez con vendas, gasas y una pequeña llave en su mano.

Abrió el grillete de mi cuello y lo dejo en el piso, agachándose frente a mí.

Aun sin el grillete no tenía oportunidad alguna de escapar, aún tenía un par de cadenas que ataban mis pies a aquella habitación.

Aparto bruscamente mi cabello y poso las gasas sobre el corte, ahora comenzando a rodear mi cuello con las vendas.

- Atrévete a mover las manos y te cortare los dedos- Dijo con voz autoritaria, mirándome a los ojos.

No respondí y aparte la mirada, no me gustaba para nada su amenaza.

Sinceramente prefería que me matara allí mismo, a que me cortara los dedos mientras seguía viva.

Esa advertencia me había hecho acordar de la chica que vi tirada en la calle muerta y completamente desnuda.

Me estremecí ante el recuerdo y comencé a preguntarme si él era el mismo que le había hecho eso a la pobre chica, estaba en tan mal estado que podía verse que les sería difícil reconocerla.

Las dudas comenzaron a asaltar mi mente y aprete los puños, ahora temerosa de que me torturara mientras seguía viva.

Engancho la venda con un par de clips y enseguida tomo el grillete, dirigiéndolo hacia mi cuello.

Por un instante dudo, mirando mi cuello ahora completamente vendado.

-Por hoy no utilizaras esto, ¿No queremos que ocasione problemas, ¿verdad?

Acerco su mano a mi mejilla y pensé que me golpearía así que cerré los ojos, completamente sobresaltada.

Sentí un ligero roce de algo áspero y lentamente abrí los ojos, asustada.

Con la punta de sus dedos trazaba círculos en mi mejilla, lenta y calmadamente.

- ¿Que..? - Me pregunte a mí misma y aparto la mano, tirando de manera dolorosa mi mejilla.

Se levanto y encendió un cigarro, con el encendedor que había en la habitación.

- Ponte la sudadera, si algo llega a salir mal no quiero tener que sacarte así.

Expulso el humo de su boca y me miro de reojo, de pies a cabeza.

Ya estaba más que acostumbrada a esas miradas indiscretas, pero de igual manera intente cubrirme, sintiéndome expuesta de nuevo.

Comencé a ponerme la sudadera y esta olía a sudor, desagradándome completamente el olor.

- Oye, pero esta cosa esta y huele asqueroso. ¿No tienes otra más limpia?

Me atreví a decir y se ahogó, comenzando a toser. Parece que no se esperaba el comentario.

- ¿Que? ¿Estas loca mujer? Tu tampoco hueles muy agradable que digamos, ¿Y quieres ponerte una sudadera limpia? Me hiciste la noche.

Dijo ahora girándose hacia mí, pues antes me estaba dando la espalda. Por alguna razón me molesto y avergonzó el comentario.

Sabía que no olía bien, pues la última vez que me di una ducha había sido hace mucho más de dos semanas. En libertad. En mi casa.

Poco más que el Síndrome de Lima.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora