Old bandage

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No recordaba la última vez que dormí o comí bien, y eso se notaba en mi decadente aspecto físico. 

En la habitación no había espejo, ni siquiera en el baño, pues él lo había sacado de la habitación una vez comencé a quedarme allí.

Comencé a preocuparme de verdad cuando paso un día completo y él no regreso, ya era de madrugada otra vez.

El hambre comenzaba a volverse insoportable, no era capaz de aguantarlo. Ahora el hambre se había transformado en una especie de dolor, y uno muy fuerte.

Toque mi estómago y me acerque a la puerta, confirmando que tenía los cerrojos puestos. Y aun si estuviera abierta no podría irme, tal vez podría intentar quitarme los grilletes de los tobillos, tal vez existía la pequeña posibilidad de liberar mis pies, pero mi cuello no.

Ese imbécil me había puesto el grillete del cuello, imposibilitando cualquier oportunidad de escape.

Tampoco había caso en intentar romper las cadenas las cuales estaban pegadas a la pared, pues realmente no tenía algo con lo cual golpear.

Intente tirar con todas mis fuerzas de las cadenas, intentando moverlas, pero no cedieron, ni un poco.

Pasados diez minutos comencé a cansarme y me senté en el piso, aceptando ahora mi destino. Me pase las manos por la cara y escuche una puerta abrirse, pegue mi oreja a la puerta y efectivamente escuche pasos en el primer piso.

No sabía si me alegraba o no, en ese momento lo único que quería era probar un bocado de comida, por más podrida y apestosa que estuviera.

Comencé a escuchar como subían las escaleras y me alejé de la puerta, parándome frente a esta, impaciente.

Cuando finalmente abrió los mil y un cerrojos empujo la puerta. 

En lugar de tener puesta la sudadera con la que se había ido el día anterior, tenía puesta una camiseta sin mangas holgada la cual dejaba ver sus brazos y parcialmente su pecho. En su mano tenía una bolsa mediana, con algo dentro.

Tenía puesto el casco de la moto, era uno completamente negro. Incluso la visera era negra, impidiéndome ver que expresión tenía.

No supe que decir y él allí parado en silencio me puso nerviosa, sabía que me estaba mirando fijamente. Baje la mirada sintiéndome temerosa y juzgada por él de una forma u otra y entro en la habitación, dejando la bolsa sobre la cama.

Di un paso atrás dejando cierta distancia entre nosotros y lo observé quitarse el casco, mientras se peinaba y acomodaba su cabello de nuevo.

- No sé si te moleste, pero... ¿Podrías darme un poco de comida, por favor? Estoy hambrienta... Solo un poco será suficiente, pero por favor...

Aprete con mis manos la sudadera, odiando el tener que suplicar por comida. Era más que humillante, me hacía sentir como una escoria. Después de unos segundos en silencio y que no hubiera respuesta por su parte, levante la mirada.

Miré su rostro y me di cuenta de que tenía un golpe en su mejilla derecha el cual casi no se notaba y su labio inferior estaba roto, pero preferí no preguntar, no era asunto mío, mucho menos me importaba.

Dejo el casco en el escritorio y comenzó a hurgar en la bolsa, para sacar algo mediano envuelto en papel aluminio y estirar su brazo, para entregármelo.

- ¿Tienes hambre, no? Toma, cómetelo.

Me incito a acercarme y tomarlo con un gesto de su mano y dude en si tomarlo o no.

Era cierto que estaba hambrienta, pero temía que me golpeara simplemente por recibirle, aunque suponía que el no recibirle sería peor.

Lentamente acerque mi mano para tomarlo, temblorosa y alerta a cualquier movimiento. Apenas mis dedos tocaron el papel aluminio aparto la mano y me asuste, pensé que me golpearía.

Poco más que el Síndrome de Lima.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora