Las Gemelas

III

El viento frío de la noche golpeaba el rostro de Becky mientras corría desesperada por las calles oscuras. Sentía su corazón martillar en su pecho, cada latido resonando en sus oídos como un tambor de guerra. Las sombras se alargaban a su alrededor, distorsionando la realidad y llenando su mente de pánico. No sabía si era su imaginación o si de verdad había oído pasos detrás de ella, pero el miedo la empujaba a seguir adelante.

—¡Auxilio! ¡Por favor, que alguien me ayude! —gritó, su voz quebrada por el terror. Sus palabras se perdieron en el vacío de la noche, sin recibir respuesta alguna. Pero su grito no pasó desapercibido. Un hombre, grande y corpulento, emergió de las sombras como un depredador acechando a su presa.

—Aquí nadie te va a encontrar, hijita de papi —se burló, su voz goteando desprecio mientras se acercaba lentamente a Becky, quien retrocedió con el corazón en la garganta. Sabía que no podía escapar, pero aun así, lo intentó. Giró sobre sus talones y corrió con todas sus fuerzas, sintiendo el frío pavimento bajo sus pies. Sin embargo, sus intentos fueron en vano.

El hombre la atrapó con una rapidez aterradora, sus manos rudas aferrándose a sus brazos como garras de hierro. Becky gritó de nuevo, pero su voz se quebró en un sollozo cuando el hombre la arrojó al suelo con una fuerza brutal. El impacto la dejó sin aliento, la oscuridad alrededor se hizo más densa y opresiva, envolviéndola en una sensación de desesperanza.

—¡No! ¡Déjame en paz! —gritó Becky, su voz cargada de impotencia mientras luchaba por liberarse, pero el hombre era mucho más fuerte. Con una risa siniestra, le sujetó las muñecas, inmovilizándola en el suelo. Becky sintió el frío del pavimento penetrar su piel, la humedad del suelo se mezclaba con el sudor que corría por su frente. Sus ojos, llenos de lágrimas, miraban alrededor desesperadamente, buscando alguna forma de escapar.

—No te preocupes, esto no dolerá mucho —susurró el hombre, su aliento fétido rozando la mejilla de Becky mientras intentaba arrancarle la ropa. Becky cerró los ojos, deseando que todo fuera solo una pesadilla. Pero cuando sintió el peso del hombre sobre ella, la realidad se tornó en una pesadilla viviente.

De repente, todo pareció detenerse. Becky, en su desesperación, abrió los ojos justo a tiempo para ver cómo una sombra emergía de la oscuridad. Todo sucedió en cámara lenta. Una mano firme agarró al hombre por el cuello y lo levantó de un tirón, como si fuera un simple muñeco de trapo. Becky, con el corazón acelerado y el cuerpo tembloroso, se incorporó rápidamente, intentando cubrirse con su camisa rasgada.

Los golpes resonaron en la oscuridad, el sonido sordo de los puños impactando contra la carne y los gruñidos de dolor del hombre llenaron el aire. Becky trató de enfocar su vista, pero la confusión y el miedo nublaban su mente. Todo lo que podía hacer era escuchar los sonidos violentos que provenían de las sombras.

De repente, los ruidos cesaron. Becky sintió su respiración entrecortada mientras miraba hacia donde provenían los sonidos. Lo que vio la dejó sin palabras. De entre las sombras emergió Sarocha, su expresión seria pero con un destello de preocupación en sus ojos oscuros.

—S-Sarocha...? —murmuró Becky, su voz temblorosa. Sarocha no dijo nada al principio, simplemente se quitó su chaqueta de cuero y luego su camisa, revelando una camiseta sin mangas debajo. Sin decir una palabra, se la tendió a Becky.

—Cúbrete —dijo Sarocha con suavidad, su voz firme pero no carente de calidez. Becky, aún en estado de shock, tomó la camisa rápidamente y se la puso. A pesar del frío, sintió un ligero alivio al estar más cubierta.

—Puedes agarrar la chaqueta también. Hace frío —añadió Sarocha, extendiéndole la prenda. Becky la miró con sorpresa y preocupación.

—Pero... ¿y tú? No puedes quedarte simplemente con una camisilla. Te vas a resfriar —respondió Becky. A pesar del pánico que aún la embargaba, no podía evitar preocuparse por la chica que acababa de salvarla.