XII

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La lluvia caía con fuerza, formando charcos en la carretera mientras Namo saltaba entre ellos, mirando ansiosamente a Freen, que cargaba a Becky en sus brazos. —Freen, por favor, es mejor que tu y Manaow regresen a tu casa. Si mi padre se entera de que estás por aquí, te va a asesinar, dijo Namo, su voz llena de preocupación.

Freen siguió caminando con determinación, protegiendo a Becky de la lluvia. —No me voy a ir, Namo. Las voy a acompañar lo más cerca de su casa que pueda. No pienso dejarlas solas.

Becky, notando el tono firme de Freen, se removió en sus brazos. —¡Suéltame! Puedo caminar perfectamente, se quejó, intentando liberarse.

Freen negó con la cabeza, su expresión seria. —¡No! No me arriesgaré a que te pase algo más. Y Namo, añadió, mirando hacia atrás, —mejor dile a las tórtolas que se apuren.

Namo se giró y vio a su mejor amiga y a Manaow, besándose apasionadamente contra un árbol. Frunció el ceño y corrió hacia ellas, gruñendo molesta. —¡Ya basta! ¡Parecen conejos!

Gyo y Manaow se separaron rápidamente, riendo por la interrupción. Mientras tanto, Freen le lanzó una advertencia a Becky, quien seguía intentando zafarse. —Y tú, deja de moverte ya, o prefieres que te deje caer, dijo con una sonrisa traviesa. —Aunque las castiguen, dile a tu padre que te lleve al médico mañana. Charlotte es buena, pero prefiero que te den una segunda opinión con análisis de sangre y todo.

Becky, sintiéndose atrapada, decidió responder con sarcasmo. —Sí, mamá, se burló. —¿Desde cuándo te importo tanto?

Claro que me importas, respondió Freen, con una sinceridad que sorprendió a Becky. Pero antes de que pudiera decir algo, Freen añadió, —No te ilusiones, bonita. Eres la hermana de mi novia. Solo te cuido por eso.

¡Ugh! ¡Eres tan imbécil! No te soporto, refunfuñó Becky. —Me daré un baño de cuatro horas para quitarme tu ADN de encima.

Freen soltó una carcajada, disfrutando de la molestia de Becky. —Ya quisieras que te tocara como tanto deseas, le susurró, apretando un poco más su agarre sobre el muslo de Becky, quien se tensó de inmediato. El rubor en sus mejillas se disimuló con la oscuridad de la noche, y rezó para que Freen no lo notara. Por favor, que no se dé cuenta porque me muero de la vergüenza..., pensó Becky.

Unos gritos interrumpieron el tenso momento. —¡AY! ¡Namo! Gyo gritó cuando le cayo encima el agua de uno de los charcos donde brincó Namo, y tanto ella como Manaow estallaron en carcajadas.


Dentro de la casa de los Armstrong, Patricia lloraba desconsolada, mientras su esposo, Roberto, trataba de consolarla. —Ya lo intenté todo, Paty. Algo no me permite encontrarlas, dijo Roberto, recordando cómo había revisado el cuarto de sus hijas durante la madrugada solo para descubrir que ninguna de las dos estaba.

Patricia, con la voz temblorosa, preguntó, —¿Qué pasa si ya lo saben, Robbie, y son ellas mismas las que no te permiten ver?

Roberto negó con la cabeza, tratando de mantener la calma. —Es imposible. Solo Becky ha mostrado los síntomas y no creo que esté tan avanzada como para hacer algo así.

¿Y qué tal si Namo es la que...? Antes de que pudiera terminar su frase, el timbre de la puerta sonó, cortando la conversación. Roberto se levantó rápidamente y la abrió, encontrándose con tres muchachos altos, con cabello rubio teñido y ojos azules, todos con las mismas facciones y uniformes. Eran hermanos trillizos, parte del grupo de lobos que habían abandonado la zona roja para unirse a los Armstrong.

Las GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora