VIII

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Justo cuando la tensión parecía alcanzar su punto máximo, el teléfono de Namo sonó, haciendo que ambas se separaran bruscamente. —¡Mierda, es mi padre! —exclamó Namo, mirando la pantalla con horror. Freen, sin poder contener una risa, se alejó un poco más, disfrutando del nerviosismo evidente de Namo.

Hola, padre. No grites. Ya voy de camino a casa, —dijo Namo rápidamente, su voz temblando ligeramente mientras trataba de calmar a su padre al otro lado de la línea. —¿Quieres hablar con Gyo? ¿Con su mamá?

Namo, que antes parecía tan segura, ahora estaba brincando levemente de un pie al otro, en pánico. —Dame un momento y la llamo. —Miró a Sarocha, quien estaba sonriendo abiertamente.

La diferencia en la actitud de Namo desde que entró al gimnasio hasta ahora era casi cómica para Sarocha, pero entendía que la relación con su padre era más complicada de lo que parecía. —Parece que la niña brava tiene miedo de su papi, —dijo Sarocha, su tono burlón pero con un toque de comprensión.

Namo, aún en estado de pánico, salió corriendo del gimnasio, dejando atrás a Sarocha, quien decidió seguirla. Pero lo que Namo encontró al salir fue algo que no esperaba. Gyo estaba sin camisa encima de Naow, besándola con una pasión desenfrenada.

¡Gyo! —gritó Namo, arrojando lo primero que encontró a su alcance en dirección a su amiga. —¡Cualquiera diría que no has cenado, joder! ¡Mi padre quiere hablar con tu mamá! ¡¿Qué hacemos?!

Gyo, sobresaltada, agarró su camisa rápidamente y se apartó de Naow, quien se quedó tendida en el suelo, riendo. —Dame el teléfono. Yo hablo con él. —ofreció Naow, mientras se reincorporaba. —¿Él ha hablado con tu mamá antes? —preguntó Naow, aún tratando de recomponerse.

Gyo negó con la cabeza.

Naow tomó el teléfono y, sin vacilar, respondió con una calma impresionante. —Buenas tardes, señor Armstrong. ¿En qué le puedo ayudar? Sí, mi hija y Namo han estado aquí toda la tarde. Terminaron de estudiar hace un rato y estaban viendo una película... Claro que sí. En un rato, Namo va directo para allá. Que pase linda noche. —Naow le entregó el teléfono a Namo, quien la miraba incrédula.

¿Dime? Está bien, en un rato llego. Lo siento por no avisar. Vale. —Namo colgó y se dejó caer en el sofá, aliviada.

No puedo creer que te hayas hecho pasar por mi madre así de fácil, —dijo Gyo, aún sorprendida.

Naow se encogió de hombros con una sonrisa traviesa. —Tengo algo de práctica por las veces que llamaban a mis padres de la escuela.

Namo las miró a ambas, su expresión cambiando de alivio a curiosidad. —¿Me quieren explicar qué rayos pasó mientras hablaba con Sarocha?

Gyo, ahora roja como un tomate, intentó evitar la mirada de Namo, mientras Naow se levantaba del sofá, ajustando su pantalón de manera descarada. —Te explico, —dijo Naow con una sonrisa pícara. —Tu amiga me sedujo y yo solo caí en las redes de su lujuria.

Gyo la golpeó suavemente en el brazo, haciendo que Naow se riera aún más. Freen, que había estado observando la escena en silencio, se acercó y le dio una cerveza a Naow agarrando un pedazo de pizza que había llegado mientras hablaba con Namo.

Mejor nos vamos, Namo. No vaya a ser que tu padre le dé con ir a mi casa a buscarte, —dijo Gyo con un tono más serio.

Si quieren, las llevamos, —ofreció Sarocha, levantando una ceja con un gesto amistoso.

No queremos molestarlas, —respondió Namo rápidamente, aunque la oferta de Sarocha la había tomado por sorpresa.

No es ninguna molestia, Namo. Mi moto está en el mecánico, así que Naow conduce, —dijo Sarocha, y antes de que Naow pudiera siquiera beber un sorbo de la cerveza, Sarocha se la quitó de la mano.

Las GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora