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Señorita Armstrong?

Becky estaba completamente absorta en el dibujo que tenía delante. El lápiz se deslizaba sobre el papel con movimientos precisos, casi automáticos, mientras su mente se perdía en los recuerdos de aquellos ojos rojos que la habían observado esa mañana. Sentía como si esos ojos la atravesaran, llenos de un odio que no comprendía. Su concentración era tal que apenas notó el ligero toque en su hombro.

Señorita, ¿se encuentra bien?

La voz la sacó bruscamente de su ensimismamiento. Becky parpadeó varias veces, sacudiendo la cabeza como si intentara despejar una neblina invisible. Alzó la vista y se encontró con la expresión preocupada de su maestra.

Eh... ¿Qué? Disculpe —respondió, aún desorientada.

La maestra la miró con un ceño ligeramente fruncido, un gesto que mezclaba preocupación y curiosidad.

Becky, ¿estás bien? Ya terminó el examen y aún no te levantas, cuando usualmente eres una de las primeras en salir.

Becky miró a su alrededor. El aula estaba casi vacía, con excepción de una sola persona al fondo que guardaba sus cosas en la mochila. El tiempo parecía haberse esfumado mientras dibujaba, perdiendo todo sentido de realidad.

No sé qué me pasó —dijo, su voz sonando extrañamente distante incluso para ella.

La maestra dirigió su mirada hacia el papel sobre el escritorio.

¿Terminaste tan rápido que te pusiste a diseñar?

Becky siguió la mirada de su maestra hacia el dibujo en la hoja del examen. Había trazado inconscientemente una figura perturbadora: un par de ojos feroces, rodeados por sombras oscuras que se extendían como garras.

No me di cuenta, perdón —dijo, sintiendo una mezcla de vergüenza y desconcierto. Becky borró el dibujo con torpeza y entregó el examen a la maestra.

Esta lo tomó con cautela, como si el papel pudiera revelar algo más allá de las respuestas escritas.

¿Está todo bien? Sabes que además de ser tu maestra, puedes confiar en mí.

Becky asintió, pero sus pensamientos estaban lejos de la clase, atrapados en la imagen de esos ojos.

Sí, está todo bien. Solo estoy un poco distraída y abrumada por tantos exámenes.

La maestra asintió, aunque su expresión revelaba que no estaba completamente convencida.

Vale, te veo en la próxima clase.

Becky se levantó lentamente, guardando sus cosas con movimientos mecánicos. Se colgó la mochila al hombro y se dirigió hacia la puerta, sintiendo que cada paso la alejaba más de la realidad que la rodeaba.

Al salir, Namo la esperaba en el pasillo, su expresión ansiosa reflejando la típica preocupación de una hermana menor.

Hermanita, dime que el examen estuvo fácil, por favor.

Becky se encogió de hombros, evitando el habitual tono de seguridad que solía acompañar sus respuestas.

Creo que sí.

Namo la miró con extrañeza cuando Becky pasó junto a ella sin alardear acerca de lo bien que le había ido. Algo no estaba bien, pero Namo no quiso presionar.

¿Y a esta qué le picó? —murmuró para sí misma.

Becky caminó en silencio, sus pensamientos volviendo a ese dibujo. Lo que había visto esa mañana seguía grabado en su mente, como una sombra que no podía despejar.


¿Dónde estará? ¿Por qué no me contesta?

Namo revisaba su teléfono por enésima vez, con la esperanza de ver una notificación de Sarocha. Cada segundo de silencio hacía que la ansiedad en su pecho creciera un poco más.

Namo.

¿Eh? —respondió Namo sin levantar la vista de su teléfono.

Papá mandó a alguien a recogernos.

Namo negó con la cabeza, sintiendo una mezcla de frustración y decepción.

Freen viene por mí.

Becky la miró con una ligera sonrisa, aunque sus ojos mostraban comprensión.

Ella me dijo esta mañana que no iba a poder. Seguro se le olvidó escribirte.

Namo exhaló, sintiendo cómo la esperanza se desinflaba en su interior.

Ya ni modo. La veré otro día.

Las dos hermanas se dirigieron a la salida de la escuela, donde una limusina negra las esperaba. El chofer, un hombre con expresión neutral y traje impecable, les abrió la puerta con un gesto profesional.

Namo...

¿Quéé? Me vas a gastar el nombre de tanto que lo dices.

Becky dudó por un momento, pero decidió hablar de todas formas.

Deberías alejarte de ella. No es bueno que te mezcles con su clase. Si se entera papá, te va a matar.

Namo la miró con un destello de desafío en los ojos.

A menos que tú le digas algo, él no se va a enterar. Además, a mí las clases sociales no me importan. Ella me ha demostrado que es una buena persona, pero como todo el mundo corre a juzgarla por quién era su papá, no se dan ni la oportunidad de conocerla.

Becky suspiró, sabiendo que no podía ganarle en ese argumento.

No lo digo por eso, sino por...

Tranquila, hermanita —interrumpió Namo con una sonrisa juguetona—. Usaremos condón.

¡¿Qué?! —exclamó Becky, sorprendida y ligeramente avergonzada.

Namo se echó a reír, poniéndose los audífonos con la música a todo volumen. Becky negó con la cabeza, sintiendo una mezcla de exasperación y cariño.

¿Cuándo será el día que me hagas caso? —murmuró, mientras sacaba una libreta de su mochila.

En ella, había esbozado la silueta que había visto esa mañana. Por más que giraba el dibujo y lo observaba desde diferentes ángulos, siempre veía la misma figura: un lobo gigante, imponente, con una mirada que parecía atravesarla. Becky suspiró, arrancando la página y tirándola en el pequeño bote de basura que había cerca.

Definitivamente, me estoy volviendo loca —murmuró para sí misma.

Las GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora