XVIII

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Después del ritual, la vida de Roberto y Susana cambió radicalmente. La rivalidad que alguna vez los había consumido, especialmente alimentada por la magia que compartían, se desvaneció. Ya no había lugar para competencia entre ellos. Sus poderes, que antes eran su orgullo, ahora eran apenas una sombra de lo que solían ser.

Un día, mientras ambos estaban en la cocina de la casa familiar, Susana lanzó un suspiro pesado.

¿Te has acostumbrado ya? —preguntó ella, con una amargura que intentaba disimular.

Roberto, concentrado en sus libros, levantó la mirada lentamente.

A qué, ¿a no tener más magia? —respondió, encogiéndose de hombros—. Creo que sí... No vale la pena seguir lamentándolo. Hay otras cosas en las que podemos enfocarnos.

Susana rió, pero el sonido fue vacío.

Para ti es fácil decirlo, siempre fuiste el "equilibrado", el que se centraba en los estudios. Pero yo... —hizo una pausa—, no sé quién soy sin la magia.

Roberto cerró su libro y se giró hacia ella, con una expresión de sinceridad en el rostro.

Susana, eres mucho más que magia. No necesitas eso para ser brillante, lo sabes, ¿no?

Susana se quedó en silencio, evitando su mirada.

Quizá, pero no me siento así. Y no sé si alguna vez lo haré.


Roberto pronto decidió dejar ese mundo atrás. La magia era algo que ahora usaba solo de vez en cuando, y siempre para pequeños detalles. Fue durante este tiempo que su relación con Patricia se consolidó. Durante una de sus citas, mientras paseaban por el jardín de la casa de Patricia, ella señaló un rincón del jardín que parecía vacío.

Me encantaría tener un árbol aquí, justo al lado de mi ventana —comentó Patricia con una sonrisa soñadora—. Algo que le diera vida a este rincón tan solitario.

Roberto la miró en silencio durante un momento, antes de susurrar un pequeño encantamiento bajo su aliento. Esa misma noche, mientras Patricia dormía, una rama comenzó a estirarse lentamente hacia su ventana, dejando una flor en su marco. A la mañana siguiente, cuando Patricia abrió la ventana y vio la flor, se quedó sin palabras.

¿Cómo hiciste eso? —exclamó, observando el árbol.

Magia —respondió Roberto con una sonrisa, abrazándola desde atrás—. Pequeños detalles para ti.

Patricia lo miró, con los ojos llenos de cariño.

No necesito magia para amarte, Roberto. Pero debo admitir que es un lindo toque.

Así, su amor floreció, literalmente. Roberto y Patricia continuaron su relación a pesar de la distancia cuando entraron a universidades diferentes. Roberto había aceptado su nueva realidad y se enfocaba en lo que realmente importaba: su futuro con ella.


Mientras Roberto avanzaba con su vida, Susana luchaba en la universidad. A pesar de los intentos de encontrar un propósito en mitología e historia, la pérdida de sus poderes seguía siendo una herida abierta. Un día, mientras caminaba por el campus, se encontró con Emiliano, un hombre mayor de ojos profundos que le ofreció una mirada que parecía atravesarla.

Pareces perdida —dijo Emiliano, acercándose con una sonrisa tranquila.

Quizá lo estoy —respondió Susana, sin ganas de ocultar su frustración.

Hay lugares donde puedes encontrarte, si sabes dónde buscar —sugirió Emiliano, su tono era misterioso y seductor.

La conexión entre ellos fue instantánea, y en poco tiempo, Susana se había mudado con él. Sus padres trataron de advertirle sobre Emiliano.

Los lobos no son de fiar, Susana —le dijo su padre en una llamada telefónica—. No sabemos lo que buscan, y tú no deberías estar involucrada con ellos.

No me importa lo que pienses, papá —respondió ella, molesta—. Él me hace sentir viva, me hace sentir... como en casa.

Así fue como Susana se alejó de su familia y se sumergió en una nueva vida con Emiliano y su manada. Pronto quedó embarazada, y aunque Emiliano la mantenía en una cabaña alejada, Susana comenzó a dar clases a los pequeños lobos de la manada. A pesar de su apariencia de normalidad, siempre había una sombra de inquietud sobre ella.


Un día, mientras estaba en la pequeña escuela, uno de los miembros del clan se le acercó con un aire de desconfianza.

¿Qué hace una Armstrong aquí? —preguntó con voz fría—. Pensé que tu tipo y el nuestro éramos enemigos.

Susana intentó mantener la calma.

Yo solo soy una maestra ahora, no una bruja —dijo, aunque sabía que sus palabras no serían suficientes.

Pronto, los rumores comenzaron a extenderse por el clan, y finalmente, la confrontaron. William Chankimha, el alfa, estaba convencido de que Susana representaba una amenaza para su gente.

No confío en ti, Armstrong —dijo William, sus ojos brillando con rabia—. Las brujas como tú siempre traen problemas.

No soy la misma de antes —replicó Susana, tratando de defenderse—. He cambiado, ya no tengo los poderes que crees. No represento ningún peligro para ti ni para tu clan.

Pero sus palabras cayeron en oídos sordos. En un acto desesperado, Susana trató de lanzar un hechizo, un último intento por defenderse y huir, pero nada ocurrió. Repetía el conjuro una y otra vez, pero era inútil.

¡Por favor, déjame ir! —gritó mientras retrocedía, sintiendo que el peligro se cernía sobre ella.

William, sin saber de su impotencia, la mató de un solo golpe.


A cientos de kilómetros de distancia, Roberto sintió una opresión en el pecho. Algo no estaba bien. Durante todo el día, estuvo inquieto, caminando de un lado a otro de la sala mientras Patricia lo observaba preocupada.

Roberto, ¿qué te pasa? —le preguntó, intentando calmarlo—. Estás alterando a las niñas también.

No lo sé —respondió él, con el ceño fruncido—. Es como si algo estuviera... mal.

En ese momento, el teléfono sonó, rompiendo el silencio de la casa. Roberto contestó y, al escuchar las palabras al otro lado de la línea, dejó caer el teléfono al suelo.

¿Qué sucede? —preguntó Patricia, aterrada.

Susana... —susurró él—. Está muerta.

El dolor fue inmediato. Roberto se desplomó, sollozando mientras recordaba la última conversación que tuvo con su hermana, años atrás. La culpa lo inundó. Aunque no había sido a propósito, la había dejado atrás. Ahora, era demasiado tarde para enmendar las cosas.


El informe de la autopsia confirmó lo que más temía: un lobo había matado a su hermana. Roberto no podía simplemente aceptar esto. Una noche, decidió escabullirse hasta el vertedero, el lugar donde sabía que los lobos se refugiaban. Desde las sombras, escuchó una conversación entre dos chicas.

¿Supiste lo que le pasó a la maestra Susana? —dijo una.

Sí, pero ¿qué hacía una Armstrong aquí? —preguntó la otra—. Ella misma se lo buscó.

Dicen que vino a espiarnos e intentó atacar a William.

Esas palabras encendieron un fuego dentro de Roberto. "Es mentira", pensó con rabia. "Ella no atacaría a nadie sin razón". A partir de ese momento, la venganza se convirtió en su único objetivo.

Voy a destruirlos a todos —murmuró entre dientes—. William será el primero.

Las GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora