II

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Mientras caminaba por una zona poco iluminada, el sonido de risas y pasos acercándose la hizo acelerar el paso. Un frío recorrió su espalda cuando se dio cuenta de que estaba siendo perseguida. Antes de que pudiera reaccionar, alguien se plantó frente a ella, bloqueando su camino.

Pero mira a quién tenemos aquí. A una de las engendros de los Armstrong —dijo un chico, su sonrisa perversa iluminada débilmente por la luz de las farolas. Becky sintió escalofríos al darse cuenta de que estaba rodeada por otros dos chicos.

Déjenme en paz, por favor. Yo no les hice nada —dijo Becky, su voz temblorosa, tratando de mantener la calma.

Tú no, pero tu papi sí. Ese intento de político lo que está haciendo es acabar con este país. Ya es tiempo de que pague por sus errores —respondió el chico, su voz llena de odio. Becky sintió cómo el pánico se apoderaba de ella, su respiración se aceleró mientras su mente buscaba desesperadamente una forma de escapar.

El rugido de una moto interrumpió el tenso momento. Becky giró la cabeza rápidamente, y para su alivio, vio a Sarocha deteniendo su moto cerca de ellos. La tensión en el aire se disipó al instante, los chicos retrocedieron, bajando la cabeza en señal de sumisión.

Ronnie, espero que no estés molestando a mi novia —dijo Sarocha con tono frío, sus ojos fijos en el líder de los chicos. Ronnie abrió los ojos de par en par, el miedo visible en su rostro.

Discúlpame, Sarocha. No sabíamos que ella era Namo —balbuceó, su voz temblorosa.

Sarocha extendió su mano hacia Becky, quien no dudó en correr hacia ella.

Ven, bebé. Te llevaré a casa —dijo Sarocha, su tono suavizándose. Becky no necesitó más, se subió rápidamente a la moto, agradecida por la protección que Sarocha le ofrecía. Mientras Sarocha daba órdenes a los chicos, Becky solo podía pensar en lo cerca que había estado del peligro.

Chicos, lleven a Ronnie a donde Culebrita. A ver si aprende a no meterse con mi gente —ordenó Sarocha, su voz cortante como una navaja. Los chicos no dudaron en cumplir la orden, agarrando a Ronnie, quien comenzó a gritar desesperadamente.

¡Sarocha, por favor! ¡No lo volveré a hacer! ¡Suéltenme! —gritaba Ronnie, pero Sarocha no mostró ninguna compasión.

Claro que no lo harás. Sabes que no doy segundas oportunidades, Ronnie —dijo Sarocha mientras se subía a la moto, colocando un casco en la cabeza de Becky antes de arrancar.

El viaje de regreso fue silencioso. Sarocha condujo con destreza por las calles, deteniéndose a unos metros de la casa de Becky para evitar ser vista por sus padres. Becky, aún temblando, se bajó de la moto y se quitó el casco, sintiendo una mezcla de alivio y confusión.

Oye, ¿estás bien? No has dicho nada desde que te encontré —preguntó Sarocha, su voz mostrando una preocupación genuina. Becky asintió, su mente aún procesando lo que acababa de suceder.

S-sí. Gracias por salvarme. No sé qué hubiera sucedido si no llegabas —dijo Becky, entregándole el casco con manos temblorosas. Sarocha asintió, observándola con una mirada protectora.

¿Namo te dejó sola? —preguntó Sarocha, su tono endureciéndose nuevamente. Becky asintió, incapaz de mirarla a los ojos. —Después hablaré con ella. Ella sabe que no debe hacer eso y más en la zona roja —añadió Sarocha, sacudiendo la cabeza con desaprobación.

Gracias otra vez —murmuró Becky. Sarocha encendió la moto, lista para irse, pero antes de hacerlo, se inclinó hacia Becky y le dio un beso en la mejilla. Becky se quedó paralizada, sorprendida por el gesto inesperado, y antes de que pudiera reaccionar, Sarocha ya se había ido, desapareciendo en la oscuridad de la noche.

¡Rebecca Armstrong, entra a la casa ya mismo! —la voz de su padre, Roberto, resonó desde la puerta. Becky, aún aturdida, caminó lentamente hacia él, sin poder borrar la imagen de Sarocha de su mente. Cuando finalmente llegó a su padre, lo abrazó con fuerza, sintiendo una oleada de emociones que no podía controlar.

Mi vida, ¿estás bien? Estás temblando —dijo Roberto, su voz preocupada mientras la abrazaba. Becky no sabía si temblaba por el susto que acababa de pasar o por el beso que Sarocha le había dado. Quizás por ambos, pensó, mientras entraba a la casa con el corazón latiendo con fuerza, sabiendo que esa noche no sería fácil de olvidar.

Las GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora