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Ya es tarde. Son más de las 2 y no sé por qué narices
sigo aquí. La noche se me ha pasado volando. Es agradable no tener que volver a casa corriendo para ayudar a los niños con los deberes, preparar la cena y ocuparme de mis obligaciones. Creo que casi todos los asistentes a la convención también siguen aquí. El ambiente es alegre y jovial. Estoy al fondo de la sala, cerca de la barra. Somos 10 en éste grupo y mientras unos cuentan anécdotas, otros nos reímos y lo pasamos bien.

De vez en cuándo, echo un vistazo hacía la otra punta de la
sala y me sumerjo en los ojos de Emilio Osorio. Me está mirando y se ha pasado toda la noche haciéndolo. Su mirada me quema la piel con la fuerza del mismísimo
sol. Me pregunto si será tan intenso en la cama, porque, en éste momento, no sólo me está desnudando con los ojos, sino que también me está follando con ellos. Estoy tan excitado que me hierve la sangre. De pronto, nos
imagino a los dos desnudos.

Atiende a todo el mundo que se le acerca, aunque lo hace
de manera automática y un poco mecanizada. Me recuerda a una máquina bien engrasada. Todos quieren hablar con él, codearse con él. Además, estoy convencido de que todas las mujeres y muchos hombres aquí presentes sueñan con llevárselo a la cama. Incluido yo. Pero no lo haría. Jamás. Por nada en el mundo.

Sin embargo, su manera de intentar seducirme, tan
descarada, resulta muy atractiva, incluso para quiénes no
estamos interesados en él. Me permito divagar un instante. ¿Cómo sería vivir una noche de sexo salvaje y sin compromiso con un hombre cómo él, teniendo en cuenta que no existe la más mínima posibilidad de que tengamos un futuro juntos?

Limitarnos a vivir el momento.

Centro la mirada en la pajita mientras le doy vueltas. Mi
mente comienza a funcionar y organiza mis pensamientos.
Hacía mucho tiempo que no pensaba en sexo. De hecho, no lo hacía desde que Andrés murió.

El mes que viene se cumplirán 5 años.

Tenía 33 años cuándo perdí a mi marido. Apenas
acababa de llegar a la plenitud sexual. Perdí mucho aquel día, y no sólo a él; una parte importante de mí también murió. Andrés y yo nos conocimos en la universidad. Salimos juntos durante 2 años. Entonces, pasó lo inimaginable: me quedé embarazado a los 20 años a pesar de que tomaba la pastilla anticonceptiva porque sí soy doncel, unos de los pocos hombres que puede concebir. Andrés se alegró muchísimo. Durante nuestra relación, nunca tuvo dudas y tenía claro que quería estar conmigo. En la cuarta cita, me dijo que se casaría conmigo. Él era 3 años mayor que yo y se creía que lo sabía todo. Sonrío con nostalgia. Al echar la vista atrás me doy cuenta de que, efectivamente, acertó en su pronóstico. Nos recuerdo mientras nos besábamos y nos reíamos en la cama y hacíamos el amor.

Y se me encoge el corazón.

No sólo lo echo de menos a él, sino que, además, echo de
menos todo lo que hacíamos juntos. Que me hiciera sentir
atractivo y deseado sólo con su forma de mirarme.

La excitación.

Los orgasmos.

Cierro los ojos con impotencia.

Dios…

Allá vamos.

Tengo que dejar de beber. Ahora recuerdo porqué no suelo
hacerlo. Afecta de forma negativa a mi estado de ánimo y me entristece, cómo si el alcohol fuera un nubarrón gris que ensombrece todo lo que hay a mi alrededor. Un nubarrón pesado y cargado de responsabilidades.

Dejo la copa en la barra.

—Yo me marcho — anuncio mientras me despido con la
mano —. Hasta mañana.

LA FUSION 《ADAPTACIÓN EMILIACO》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora