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Despierto al notar una hilera de besos en el hombro. Sonrío, somnoliento. Está aquí. Enseguida me doy cuenta de que he dormido con Emilio. Pega su mejilla a la mía.

— Buenos días — digo con una sonrisa.

— Bondoni — ronronea.

Me río entre dientes y me giro hacía él para que me vuelva
a besar en la mejilla.

Qué noche.

El éxtasis no se acerca ni de lejos al estado al que me lleva
éste hombre. Sus caricias son de otro mundo.

— Precioso, debería irme — murmura — En media hora
tengo una reunión en la otra punta de la ciudad.

— De acuerdo — digo con una sonrisa. Me pongo frente a
él y nos miramos un momento. Le acaricio su barba incipiente.

— ¿Cuándo volveré a verte? — me pregunta.

Se me cae el alma a los pies. Sé que nuestra relación no
tiene futuro y que debo arrancar la tirita de golpe.

— Nunca. No podemos seguir con ésto.

Me mira a los ojos y frunce el ceño, pero no dice nada.

— Ojalá las cosas fueran distintas — digo en voz baja
mientras lo beso en los labios — De verdad — Me concentro
en el tacto de su barba para no oír a mi corazón que me pide que me calle — Por un lado, están mis hijos y por el otro, no soy de relaciones esporádicas. Y aunque lo fuera, no es la vida que a tí te gustaría llevar.

Exhala de forma sonora y pesada, sabe que tengo razón.
Entonces, mira hacia otro lado.

— Encajamos muy bien — susurro mientras hago que me
mire de nuevo — En… En otra vida nos habría ido de
maravilla, pero no en ésta.

Por cómo me mira a los ojos, me dá la sensación de que se
muere de ganas de hablar, pero decide no hacerlo.

— Prométeme una cosa.

— ¿El qué? — suspira, no muy convencido.

— Prométeme que de vez en cuándo pensarás en mí.

Nos miramos fijamente.

— No, no puedo hacer eso, Bondoni. Si no puedo estar
contigo, no quiero pensar en tí.

Sonrío con pesar y lo beso. Ambos torcemos el gesto al
mismo tiempo.

Ésto es una despedida.

Sin dejar de mirarme, me acaricia el rostro, cómo si
quisiera memorizar cada centímetro.

— Ojalá las cosas fueran distintas — susurra.

— Ojalá.

Por cómo frunce el ceño, sé que quiere que lo hagamos por
última vez. Se dispone a tumbarse encima de mí.

— No puedo, Emi. — Niego con la cabeza mientras me
embarga la emoción — No.

Aprieta la mandíbula y se levanta de la cama en un
santiamén. Se viste en silencio mientras lo observo tumbado.

— Sabes que tengo razón — susurro.

Se niega a mirarme y se anuda la corbata.

— ¿No vas a decir nada? — pregunto.

— No. — Se pone la chaqueta, se dirige al baño para buscar
su carísimo reloj y se palpa los bolsillos para asegurarse de
que lo lleva todo. Se dirige a la puerta. Contengo la respiración mientras lo observo.

LA FUSION 《ADAPTACIÓN EMILIACO》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora