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La hora y picó en auto que tardamos en llegar a Toluca ha
sido una pesadilla. Emilio guarda silencio, pero su mano
descansa en mi pierna con ademán protector. Yo miro por la ventanilla mientras hago un esfuerzo por no llorar. He llamado a Ethan mil veces, por eso sé que es muy probable que esté a punto de quedarse sin batería. Jason y sus amigos han salido a buscarlo, pero no hay ni rastro de él.

— Seguro que está bien — me tranquiliza Emi.

— ¿Dónde se habrá metido? — susurro. Se me humedecen
los ojos, ya no puedo más.

— Cariño… — Emilio me rodea con el brazo y me acerca a
él —. Lo encontraré, te lo prometo — musita contra mi pelo —.Lo mataré cuándo lo encuentre, pero, a pesar de eso,
aparecerá.

Llegamos a mi calle. Veo los autos de algunos amigos y
de mis padres en mi casa. Me rompo por dentro. No debería haberme ido anoche. Emilio aparca.

— Gracias — digo entre lágrimas.

Bajo del auto y me meto en casa a toda prisa. Mi madre
me recibe. Sus ojos rezuman temor.

— Mamá — musito —, ¿dónde está?

— Ay, cielo, no lo sé. Hemos buscado por todas partes.

Entonces, rompo a llorar.

— Dios mío… — Me dá un abrazo.

Acto seguido, oímos que la puerta se cierra detrás de
nosotras. Me doy la vuelta y veo a Emilio en el vestíbulo,
incómodo y sin saber qué hacer.

— Mamá, papá, os presento a Emilio.

Él les estrecha la mano con una sonrisa.

— Hola, encantado.

— Voy a matar a ese crío cuándo lo encuentre — murmura
mi padre.

Por el modo en que Emilio arquea las cejas sé que está
pensando: «Pues ponte a la cola».

— Voy a llamar a Jason, a ver dónde está — anuncia
Emilio.

— Vale.

Sale por la puerta principal.

— Yo voy a avisar a la policía — balbuceo.

— Buena idea — conviene mi madre.

— Se habrá quedado dormido en algún sitio — dice mi
padre para tranquilizarme —. Seguro que en menos de 1
hora ya habrá vuelto.

— Está aquí — grita Emilio.

— ¿Cómo? — tartamudeo y salgo a toda velocidad al
porche.

Emilio señala a Ethan con el dedo. Viene empujando la
bici. Diría que se le ha pinchado una rueda ó algo similar. Está sucio y empapado y lleva una mochila a la espalda. Parece que venga de la guerra.

Dejo caer la cabeza, aliviado. Pero, de repente, la rabia se
apodera de mí y me recorre de arriba a abajo. Cruzo el patio delantero con decisión hasta llegar a él.

— ¿Dónde estabas? — grito.

Pone los ojos en blanco.

— ¿Porqué no cogías el celular?

— Lo he perdido — brama con descaro.

— ¿Dónde estabas?

— ¡Por ahí! — grita.

— Mocoso egoísta. — Algo se desata en mi interior —.
¡Estás castigado! — espeto. He perdido los estribos —. Métete en casa y no vuelvas a salir de tu cuarto en la vida —grito.

LA FUSION 《ADAPTACIÓN EMILIACO》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora