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El amor es estúpido. Es ciego.

¡El amor es una puta mierda!

He abierto el grifo de la ducha al máximo para no oír cómo
se me rompe el corazón. No quiero que mis hijos me vean
llorar. Me quedo bajo el chorro de agua caliente mientras las lágrimas caen sin que pueda remediarlo. Tengo un nudo en la garganta y una grieta enorme en el corazón.

¿Por qué nos hemos peleado?

No sabía que Emilio tuviera intención de hacer todo eso.

Me ha dejado perplejo. No, «perplejo» se queda corto. Me
ha aterrado. Recuerdo lo dolido que estaba y se me parte el
alma.

«¿Qué he hecho?».

He alejado de mí a la única persona que me apoyaba.

Emilio.

Mi querido Emilio, el hombre que tanto me ama. El que
nos cuida a todos. El hombre que caminaría sobre brasas por complacerme... quiere hacerse cargo de mis hijos, pero yo... no puedo permitirlo.

No puedo actuar de una forma tan irresponsable y dejar que el amor me ciegue.

¿Por qué quiere adoptarlos? ¿Qué gana él con eso?

Puede disfrutar de ellos simplemente estando conmigo.

Si dejo que los adopte, tendrá la patria potestad de quitármelos cuándo ya no me necesite.

Ningún hombre ó mujer en su sano juicio permitiría que su pareja adoptara a sus hijos legalmente si tienen una relación estable y son felices juntos. No tiene ningún sentido que quiera adoptarlos, salvo... si rompemos.

Quiere asegurarse de forma legal de que, independientemente de lo que pase en nuestra relación, siempre los tendrá a ellos.

Y no.

Lo siento.

No puedo permitírselo.

Porque sé que, si rompemos, será porque él me ha sido
infiel ó ha cometido algún error. Yo nunca tiraría lo nuestro
por la borda, lo quiero demasiado. Y aunque sucediera algo, nunca en la vida les haría las maletas a mis hijos para que se fueran a pasar el fin de semana a su casa mientras fingen que son una familia feliz con su nuevo novio ó novia.

Ninguno aceptaría eso. No importa lo enamorado
que esté ni quién sea el hombre en cuestión ó qué prefieren sus hijos.

Mis lágrimas aumentan al recordar las caritas de pena de
mis hijos cuándo se ha ido.

«Has hecho lo correcto», me susurra mi conciencia.

«¿Tú crees? -pregunto-. Porque a mí no me lo parece».

Me tiemblan los hombros de tanto llorar. Una pesada bola
de plomo se instala en mi estómago y me dá náuseas. Quiero vomitar ó salir corriendo, e irme con él..., pero no puedo hacer nada de eso.

Me quedo quieto un buen rato bajo el chorro de agua caliente. Con cada minuto que pasa, me siento un poco más culpable.

La sensación de remordimiento me emponzoña las venas
cómo un veneno. Me repugna pensar en lo que le he dicho ésta tarde y me mortifica ser consciente de lo frío e hiriente que puedo llegar a ser. Lo único que él ha hecho es querernos.

«Siento que he traicionado a mi mejor amigo».

Recuerdo las lágrimas en sus ojos cuándo le he dicho esas
cosas horribles y lloro desconsolado.

LA FUSION 《ADAPTACIÓN EMILIACO》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora