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Estoy tumbado en el sofá con el pié en alto. Me he puesto
una bolsa de hielo, pero me duele y está hinchado.
Genial. ¿Cómo diablos voy a trabajar si ni siquiera puedo
ponerme un zapato? Espero que la hinchazón baje durante la noche. Necesito que se cure pronto. Me incorporo para recolocar la bolsa de hielo y vuelvo a tumbarme. Mi mente repasa lo sucedido ésta tarde y lo que he visto en
casa de Joaquín. No tengo palabras. Cada escena es más alucinante que la anterior. Cuándo dijo que tenía 3 hijos, imaginé a 3 pequeñajos adorables que jugaban con piezas de LEGO. No podía estar más equivocado.

Sus hijos son prácticamente adultos y es evidente que
acumulan mucha rabia en su interior. Además, me odian.
Visualizo la casa de Joaquín, sus mascotas y los niños
psicópatas. Niego con la cabeza en señal de incredulidad.
Cuándo Joaquín dijo que estábamos en etapas diferentes de
la vida, no entendí lo que quería decir. Pero ahora está muy
clarito. No tenemos nada en común, aparte de nuestro sentido del humor, por supuesto, pero, en general, eso no es suficiente y, a decir verdad, ser consciente de ello me cabrea.

Podríamos haber tenido algo. Podríamos haber tenido algo
buenísimo. Joaquín Bondoni es casi perfecto. Pero la vida que lleva no lo es, y no quiero pasar ni 10 minutos cerca de esos niños salvajes. No sé cómo puede lidiar con ellos sólo, ya asume demasiadas responsabilidades. No sé cómo es capaz de aguantar tanto. ¿Cómo sería vivir su vida?
No es asunto mío. Siento un escalofrío al imaginarme al hijo mediano y odio admitirlo, pero el mayor, a pesar de ser tan violento, parece casi normal en comparación con el futuro asesino en serie. Recuerdo el ahorcamiento del osito de peluche.

¿Qué diablos ha sido eso?

¿Me lo habré imaginado?

Mi celular vibra sobre la mesita del comedor. Lo cojo y veo
el nombre de Joaquín en la pantalla.

Mierda.

— Hola — saludo al descolgar.

— Hola, Emi. — Sonrío con pesar al oír su voz.

Joder. ¿Porqué tiene hijos, animales ó lo que sean?

— Llamaba para asegurarme de que te encuentras bien —
dice.

— Sí, estoy bien — suspiro.

— Lo siento mucho.

Me quedo en silencio.

— Es que Jason es demasiado protector conmigo y
encontró unos calzoncillos que no son míos en mi maleta justo antes de que llamaras a la puerta. Los habrá cogido cuándo iba a hacer la colada — dice. Es probable que Jason esté escuchando la conversación y por eso mienta —. Ha perdido los estribos en ese momento.

— Sí, estaba ahí, Joaquín. Lo he presenciado todo,
¿recuerdas? De primera mano, además. El estado de mi tobillo es la prueba de ello.

— Bueno, dice que le gustaría hablar contigo — responde.

— No, no quiere…

— Hola — me saluda Jason al celular.

Pongo los ojos en blanco.

— Hola — contesto.

Exhala con pesadez. Imagino que Joaquín lo habrá obligado a hacer ésto.

— Lo siento. Me he pasado de la raya — se disculpa — No
sé que me ha dado.

— Podría denunciarte por agresión — replico.

Se queda en silencio.

— Sólo soy un amigo del trabajo de tu madre. Me has
juzgado mal, te has pasado de la raya.

LA FUSION 《ADAPTACIÓN EMILIACO》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora