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Joaquín

Suspiro con la mirada fija en la hoja de cálculo que tengo
en la pantalla del ordenador. No puedo creer que rechazara la ayuda que me ofreció Eduardo. ¿En qué pensaba?

Evidentemente, en nada.

Madre mía. Me pellizco el puente de la nariz. Qué horror.
Nos hemos quedado sin la campaña publicitaria más
importante que teníamos y la situación es cada vez peor. Me temo que tendré que despedir a más empleados éste mes. Joder. Hacemos lo que podemos con los pocos trabajadores con los que contamos. No sé cómo vamos a hacer bien nuestro trabajo, si somos tan pocos.

Agacho la cabeza, me llevo las manos a las sienes y
suspiro abatido. Ésto es demasiado duro. No sé qué hacer. ¿Cómo puedo evitar que nos vayamos a pique? Si Andrés estuviera aquí… Él sabría qué hacer. Era el cerebro del negocio. Cuándo surgía algún problema, siempre
encontraba la solución. Consideraba que eran desafíos ó
curvas de aprendizaje. Nada representaba una dificultad.
Pero se fué y ahora sólo quedo yo.

Por Dios, me siento inútil. Me quedo embobado con la
vista perdida en la pantalla del ordenador durante un buen rato. Tal vez, si la miro el tiempo suficiente, la respuesta
aparecerá cómo por arte de magia.

¿Qué voy a hacer?

¿Qué dirección debo seguir?

Sé que hay que hacer cambios, pero… ¿cuáles?

Para.

Deja de ser tan negativo. Puedes salir de ésta. Lo sé.
Modificar algunos procesos. Mover algunas cuentas.
Renovar el departamento de publicidad. Funcionará. Tiene que funcionar. Renunciar a ésta empresa no es una opción.
No caeré sin luchar. ¡Por supuesto que funcionará! Me aseguraré de que así sea.

Entonces, la puerta se abre de golpe.

— Por aquí — le indica Niko a alguien.

Un hombre entra por la puerta. Lleva el ramo de girasoles más grande que he visto en mi vida en forma de corazón.





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— Flores para Joaquín de Vázquez.

— Soy yo — respondo.

Los capullos son enormes y emanan un perfume
embriagador. Vienen en un armazón de una belleza
inigualable. El chico las deja en mi mesa y dice:

— Firme aquí, por favor.

Hago un garabato en la casilla correspondiente.

— Gracias — digo y sonrío.

— De nada. Aunque no las he comprado yo.

Nikolás y yo nos reímos. La broma no tiene gracia, pero,
por lo visto, estamos tan ilusionados que nos reiríamos por
cualquier tontería. El repartidor asiente con amabilidad y nos deja sólos. Abro la tarjeta.


LA FUSION 《ADAPTACIÓN EMILIACO》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora