05| Discusiones en el coche

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Resulta que el guapetón de cabello castaño, ojos oscuros y músculos para morirse era el tal Prescott. El chico con el que también voy a pasar todas las vacaciones y que ahora tenía en su memoria visual toda la ropa interior que yo utilizaba. Resulta, también, que no he salido de mi habitación desde ese momento porque la vergüenza me invade entera.

Sigo recordando perfectamente la oscura mirada de Hunter, la divertida sonrisa de Savannah y la indiferencia de Prescott. Al final de cuentas, sí que me había ayudado a recoger todo pese a que le rogué que no lo hiciera, mientras que Savannah encerraba al perro de Hunter y él arrebataba mi ropa de las manos de su amigo, enfurruñado.

Era la segunda experiencia con un Golden Retriever y no sé cuál odiaba más. Si esta, o la vez que uno arruinó mi peluche favorito, aquella foca que mi padre me había regalado en mi cumpleaños. Pude coserlo llegando a casa y aunque odie admitirlo, no puedo dormir sin él. Era el único lazo que me quedaba. Lo único que me hacía sentir cerca de aquella figura paterna que me abandonó cuando era pequeña.

Por mucho que quisiera resguardarme en mi guarida, inevitablemente es mi primer día de trabajo. Una notita apareció debajo de mi puerta para recordarme que tenía que ir a trabajar hoy. Decía algo así como «Lamento arruinar tus vacaciones pero tenemos un trato. Hoy por fin conocerás la preciada casetita de mi madre. Baja a desayunar antes de irnos» y como la familia de amigos pudientes que eran, tenían un orden para todo. Existía un horario para la hora del desayuno y de la comida, gracias a Dios, la cena era libre.

Bajo las escaleras propuesta a fingir que nadie había visto la ropa interior de encaje que utilizo, y me adentro a la cocina. No me había dado chance de poder echar un vistazo a los otros espacios que la casa tenía, pero como todo era asombroso, la cocina no podía quedarse atrás.

Me encuentro a Savannah sentada en la isla de mármol gris, con las piernas cruzadas y al descubierto por la falda negra que está utilizando. Entre sus manos se ubica una copa de vino y los hombros se le mueven de forma tan suave y delicada que, otra vez, no puedo evitar sentirme tan fuera de lugar a su lado. Incluso sin que esté sentada en una silla como una persona refinada y educada, sigue estando a mil gradas por encima de mí.

—Buenos días, Meadow —le da un gran trago a su bebida—. Creí que de nuevo no aparecerías, que seguirías encerrada en tu habitación —prosigue con un tono de voz apenas perceptible—. Tu habitación que está tan cerca de la de Hunter.

—Me hubiera encantado no aparecer por aquí, solo que los deberes me llaman.

— ¿Deberes? —frunce un poco el ceño, confundida. Olvidaba que le habían dicho que soy una invitada y no una trabajadorcita.

—Sí —asiento, inclinándome en la mesa para poder tomar una uva y llevármela a la boca—. Yo me encargaré de la casetita de la mamá de Hunter.

— ¿La... casetita? —si estaba confundida antes, ahora lo está más—. No sabía que su madre tenía un establecimiento aquí. Sé de la existencia del antro pero no de la caseta.

— ¿Cómo no? ¿Qué no son súper mejores amigos y lo conoces de toda la vida? Llevas muchos veranos aquí.

—Solo Prescott es quien vive aquí, por ende, solo él pasa todos los veranos aquí. Hunter y yo a veces nos vamos a otros lados —lo último lo menciona con mucha precisión. Remarcando de forma disimulada cada palabra. Y me observa, esperando a notar alguna reacción.

—Escuché mi nombre y decidí a honrarlos con mi presencia —Prescott aparece en la entrada. Se acerca a nosotras para darnos un beso en la mejilla a cada una, de forma de saludo—. ¿De qué hablan?

— ¿Sabías que la mamá de Hunter tiene un establecimiento aquí? —toma lo poco que queda de vino en su copa, baja de un brinco de la isla y supongo que por el alcohol, trastabilla. Prescott se apresura a tomarla de la cintura para evitar que caiga.

Un verano para enamorarnosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora