Prólogo

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Si deslizan a la derecha, o encuentran el video o el gif, pero esa es la canción que suena en todo el capítulo. No sabía cómo hacer para que apareciera primero el gif, una disculpa jsjsjs.

Era la fiesta de bienvenida que preparaba anualmente la Universidad de California. Y pese a que Meadow no era la chica más fiestera del mundo, sí que se animó a ponerse lo más guapa posible y salir a divertirse un rato.

Tenía ganas de bailar, de besar a uno que otro chico y si tenía suerte, algo más placentero pasaría, si no, se limitaría a consumir un poco de alcohol para seguir danzando en la pista.

Cuando hubo llegado al lugar, se paró frente a toda esa multitud que al igual que ella, buscaban nada más y nada menos que embriagarse hasta perder la razón y disfrutar de la noche como si no hubiese un mañana. Lo que veía tenía un estilo alucinógeno porque la canción que el Dj tocaba y las luces blancas que parpadeaban al ritmo de los bajos de dicha melodía, creaban el escenario perfecto de una película. Esa escena que, incluso, pasa lenta para apreciar el vaivén de caderas, manos acariciando cabellos de forma sensual y el sudor resbalando de rostros cercanos a otros.

Un hombro chocando con el suyo para abrirse paso y adentrarse a la fiesta la sacó de su inesperado trance hipnótico. Volteó el rostro a la dirección del contacto solo para ver pasar a un chico más alto que ella, caminando con arrogancia y alzando el rostro sobre su hombro para verla. Notó unos ojos azules que brillaban de sobre manera con el flash parpadeante de las luces. Un brillo que se encendía y se apagaba. Observó también la chaqueta deportiva negra con mangas blancas y la letra «P» en un lado del pecho. ¿A quién se le ocurría venir a una fiesta con el uniforme de la escuela? Claro que al equipo de fútbol, nada mejor que presumir que era los chicos populares, los que eran deseados por todas las chicas y los encargados de encender, de subir a un nivel mucho mejor todo aquello.

Ya que el pelinegro no apartó la mirada, se obligó ella a hacerlo, enfocándola en la parte superior de su espalda donde su apellido se bordeaba de color blanco. Irónico ya que el apellido en cuestión era «B L A C K». No supo por qué ese chico, a lado de la canción que estallaba en los altavoces, retumbando cada pared, le provocó un escalofrío. Mejor dicho, una chispa que recorrió su columna vertebral y terminó posado en su vientre, encendiéndola por completo.

Se perdió de vista en el momento en el que el resto de los miembros del equipo fueron tras él. Varios se adentraron a la pista y no les resultó imposible encontrar parejas, tomándolas de las caderas y aprovechando para posar labios sobre otros. Creyó que la música era eterna porque en todo el rato el mismo sonido seguía y seguía, aunque, sin duda, combinaba perfecto con toda la fiesta. Ninguna otra canción pudo haber sido mejor, nada como ese coro que te animaba a bailar y a disfrutar como si fuese tu última noche, creyó que ese tipo de escenarios solo pasaban en la televisión, pero ahora estaba viviéndolo. Viendo cómo chicos y chicas se refregaban entre sí de forma patética y a la vez visual.

Y deseaba hacer lo mismo.

Se adentró al tumulto de gente, sin importarle que estaban casi todos apretados, sudando, con mucho calor y el sonido de las bocinas mil veces más potente. Comenzó a imitar los movimientos de las personas que veía, pasó las manos en su cabello intentado lucir sensual, seguro no lo logró, y seguro no le importó. Brincó cuando los demás brincaron, tocó cuerpos cuando los demás la tocaron a ella y bebió cuando se lo ofrecieron.

Sonrió. Y mientras seguía bailando, giró en dirección a donde estaba la pequeña tarima y el dj disfrutaba aplastando botones por doquier mientras escuchaba a Black que le susurraba al oído al mismo tiempo que clavaba la vista en ella. No le apartaba los ojos de encima ni cuando se puso recto, metiendo una mano en el bolsillo de su sudadera y la otra llevaba la bebida hasta sus labios. Una comisura se alzó por encima del borde del vaso rojo y otra chispa volvió a caer sobre su ya sudado cuerpo.

Le frunció el ceño. Sí que quería besar a alguien, quería terminar en una habitación junto a un chico que le pareciera guapísimo pero, algo dentro de ella, le gritaba que él no era el indicado. Así que, con esfuerzo se dio la vuelta y siguió bailando, que se la estaba pasando muy bien.

Pasado un rato, se encontró con un chico que, tal vez no era igual de atractivo que el chico de antes, sin embargo, era lo suficientemente mono para tomarlo de las mejillas y besarlo. Lo soltó solo para preguntarle cuál era su nombre.

—Nick —sonrió. Y era coqueto pero se encontró extrañando una chispa que se lo provocaba un extraño—. Nick Baker.

—Bueno, Nick Baker, bésame hasta que ya no podamos respirar.

Fue él entonces quien volvió a unir sus bocas. Ella disfrutó de la forma en que sus labios agrietados le raspaban los suyos, y, cuando la tomó de la cintura para acortar la distancia entre ellos y el sabor del alcohol de sandía de ambos. Se perdió tanto en ese disfrute que no se dio cuenta de que unos ojos azules no se apartaron de ella en toda la noche, ni siquiera cuando besó a alguien más.

Un verano para enamorarnosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora