09| Con las manos entrelazadas

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He decidido seguir la misma línea de pensamiento que las personas con outfits tremendos pero destapados en plena temperatura de 9°C, tienen. El frío es mental.

Solo que de una manera más... ¿consciente? Y definitivamente, no hablando de ropa.

Así como ellos se convencen de que no sienten frío, yo voy a convencerme de que Hunter Black no provoca nada en mí. Nada de sensaciones extrañas y desconocidas, porque, aparte de que solo han pasado nueve capítulos en mi vida donde él ha estado involucrado —de una manera más cercana—, es la única persona por la cual he tenido miedo de quedarme pillada.

Ese es un sentimiento inaceptable para mí.

Solo tenía que pensar lo mismo de siempre; lo guapo, caliente e imbécil que era. Fin de la historia.

Y eso iba a hacer.

O eso estaba haciendo, más bien.

Andaba caminando muy tranquilita hacia la cocina, cuando de la nada escuché unos quejidos un poco extraños provenir de una puerta de cristal. Me acerqué asustada —curiosa también, no voy a negarlo— a verificar que todo estuviese en orden. Lo estaba, por supuesto. Yo no había preguntado nada ni tampoco me había marchado, pero no se trataba de nada malo, indecente o preocupante.

Era solo Black haciendo ejercicio en una especie de gimnasio personal. Obvio un deportista como él iba a tener algo así, aunque es muy arrogante de su parte que la puerta sea transparente para que todo el que pasara se diera cuenta de lo bien que tenía trabajado el cuerpo. O de los músculos tensársele al hacer fuerza, el abdomen tonificado acompañado de una v que yo maldecía por dentro y la capa fina de sudor que adornaba su cuerpo casi desnudo.

No podía, juro que no podía, despegar la vista de su persona. Apuesto que llevaba ya casi cinco minutos, entre escondida para que no me viera pero a la vez bien ubicada para que yo sí pudiera observar bien. Era aterrador la manera en que era atractivo sin siquiera intentarlo y sobre todo haciendo algo tan banal como entrenar. ¿Qué acaso no debería verse asqueroso todo lleno de sudor y rojo por el esfuerzo?

Al menos estaba logrando mi cometido. Solo pensaba en lo guapo y caliente que es. Me falta pensar en lo imbécil pero ya lo dejaremos para después.

Justo en el momento en que sube la velocidad de la caminadora, mi teléfono suena avisando una llamada entrante y yo maldigo por dentro. Es lo suficientemente fuerte para que él lo note, pierda la concentración al girar la cabeza hacia mi dirección, se tropiece y caiga en la barra deslizadora del equipo, arrastrándolo hasta el suelo.

Al mismo tiempo a mí se me resbala el celular de las manos por la impresión. Apresurada, con las mejillas bastante rojas por la vergüenza, levanto el aparato del piso, entro al lugar y corro hasta él. Entrecierra los ojos con fuerza y todo su rostro se contrae en una mueca de dolor.

—Mierda —menciono al notar el raspón enorme que se le ha hecho en el hombro—. ¿E-estás bien? Yo n-no quería distraerte, no es como si estuviese viendo tampoco, solo... solo pasaba por aquí exactamente en el momento en que me llamaron.

Sonríe al escuchar mi tonto discurso nervioso, sin abrir los ojos. Le doy unas palmaditas suaves en las mejillas para que me responda.

—Si tengo que usar cabestrillo por el resto de mi... ¡Au! —se queja cuando le toco la herida.

—Por ser un exagerado.

Lo ayudo a ponerse de pie e ignoro los mohines adoloridos que expresa. La mayor parte porque me siento culpable y la mínima parte porque me recuerda que él ha provocado lo mismo en Nick, así que a lo mejor se trata de un dulce karma de la vida.

Un verano para enamorarnosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora