13| Lucir fresca para ser arrollada por el mar

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Creí que, desde lo que pasó con Hunter las cosas se arreglarían. Es decir, no lo sé... fui tan ingenua como para pensar que olvidaríamos el pasado, todas las discusiones tontas que había provocado yo en su mayoría y solo nos centraríamos en... disfrutar las vacaciones.

En su lugar, seguimos sin dirigirnos la palabra.

Ese día, después de que lo aventase de una patada de su propia cama y yo me cayera por el susto que me había provocado su cercanía, me levanté, me acosté de nuevo a su lado y volvimos a quedarnos dormidos. Y volvimos a despertar de la misma manera. Él tocándome la piel desnuda de la espalda baja porque el pijama estaba hecho un remolino a la altura de mis costillas. Las yemas de sus dedos jugando con las orillas de mi sujetador, nuestras piernas entrelazadas, nuestras respiraciones densas y profundas chocando contra el otro. La única comparación con la posición anterior era que en ese momento yo también estaba abrazándolo.

Me desperté y noté que tenía una palma encima de su pecho desnudo mientras que mi otro brazo se ajustaba a su cintura. Pecho con pecho, casi juraba que nuestros latidos iban a la par, lo sentía a la vez que escuchaba el pulso tras las orejas. Y por supuesto que volví a asustarme, solo que esa vez no di un respingo ni nadie terminó por los suelos. Simplemente me hice la dormida al notar que estaba removiéndose, a punto de despertar. Escuché como detenía la respiración luego de soltar un «mierda» y posteriormente, quitarme las manos de encima.

Se quedó quieto unos segundos, quise abrir los ojos para cerciorarme de que se había vuelto a dormir pero no podía arriesgarme a que notara que estaba despierta. Cuando creí que se había ido, metió el mechón que siempre muevo y muevo de los nervios y lo ubicó detrás de mi oreja. Mantuvo el contacto por más tiempo en la zona de mi mejilla y de mi mandíbula. Fui yo quien contuvo la respiración.

«Mierda» dijo de nuevo.

Y después sí que se fue.

Me apresuré a salir de su habitación, rezando para no encontrármelo, ni a ella ni a Savannah. No estaba en condiciones de enfrentarme a ninguno de los dos. Llegué salva y sana a mi habitación, donde a los minutos del día todo volvía a ser como era. Él y yo no hablamos de lo ocurrido, ni de nada más. Quería acercarme, no obstante, siempre lo encontraba entrenando muy duro. Hasta el punto en que me preocupaba el desgate que eso podría provocarle.

Soy consciente de que soy yo —como siempre, por supuesto— la que lo ha jodido. Ya sea porque fui yo quien le pidió que no me dirigiera la palabra tanto porque pese a eso, estoy odiando que así sea, que me haya hecho caso y que contradictoriamente esté hasta la coronilla de esa situación. Era todo una paradoja.

Quería hablarlo con Prescott, quien por cierto, me ha traído a rastras luego de que le dijese que había aprendido a surfear. Savannah y Hunter se le han pegado al plan y ahora debo hacer el vago intento de no humillarme al montar una ola.

Todavía no logro controlar a las más feroces; aquellas enormes, con una potencia tan alta que de tirarme, acabo con alguna magulladura en el cuerpo, sí o sí. En el peor de los casos... no quiero ni imaginármelo.

No le he dicho a ninguno de nuestros acompañantes que estoy en un nivel de aprendizaje muy bajo aun. Que no puedo ni acercarme con la tabla. Y escuchar a todos hablar de los grandes trucos que saben hacer, que no se roben la mejor ola sino quieren terminar en el fondo del mar porque esa solo le pertenece a Hunter, que el ultimo en surfear una es quien paga los tragos después, hacen que mantenga la boca cerrada.

A veeer, no debe ser tan difícil ¿cierto? Y sí que he practicado, cada vez me caigo menos y duro mucho más tiempo arriba. Antes, no pasaba de los cinco segundos cuando un chorro con fuerza me llevaba cuesta abajo, metiéndome agua en los pulmones y mucha sal en la lengua. Así que creo que puedo lograrlo. O al menos, no quedarme tan atrás en habilidades veraniegas y playezcas.

Un verano para enamorarnosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora