Como no me apetecía nadita entablar conversación con Hunter Black, llevaba los audífonos de diadema puestos. Coloqué mi playlist para viajar —no viajaba mucho pero la había creado con la esperanza de que algún día la utilizara y al parecer, Dios si había escuchado estas plegarias— y solo dedico mi atención a escuchar música y a observar a través de la ventana todo el camino que recorremos, es demasiado agradable ver la carretera pasar, el cielo celeste despejado que parece avanzar con nosotros y de vez en cuando, algunos árboles.
Trataba lo más posible de no girar la cabeza y mirar a Hunter. Ni siquiera de reojo y pese a eso, el ambiente no era incómodo. Solo... normal. No sabía si él trataba de hacer lo mismo, tampoco si había intentado hablarme en el transcurso del viaje y había desistido cuando notó que no lo escuchaba.
Quería seguir así, porque todo estaba tan tranquilo y lograba no pensar y pensar en la decisión que había tomado. Hasta que, aparca frente a una cafetería y me bajo los audífonos posándolos en mi cuello para ahora sí, voltear a verlo.
—Me ha dado algo de hambre —informa luego de ver la duda en mis ojos—. ¿Quieres algo tú?
—No, estoy bien.
— ¿Segura? ¿Ni siquiera un café?
—No me gusta el café. Aunque, bueno, un té helado estaría bien. ¿Podrías pagarlo y aquí te doy el dinero?
—Seguro —se inclina un poco hacia mí, pero para abrir la guantera y en su proceso, su mano roza levemente mi rodilla descubierta. Toma su billetera y sale del auto.
Suelto el aire que no sabía que estaba reteniendo y me acomodo el cabello detrás de las orejas. Apago los audífonos después de escuchar el sonidito característico de batería baja, y observo el cielo. Quizás hemos andando por treinta minutos y a estas horas, el sol comienza a descender.
A lo lejos, algunas nubes están tornándose lilas y naranjas, por el contraste del sol. Y desde donde estoy, si agacho un poco más la vista, alguna que otra palmera se asoma. Estas, junto al cielo, me provocan una sensación de tranquilidad que me recorre el cuerpo entero.
La puerta abriéndose interrumpe mi sesión de meditación exprés. El pelinegro entra sujetando los dos vasos y una bolsa de papel color café en una sola mano. ¿Cómo si quiera es posible sin que derrame o tire algo?
Me tiende mi bebida, al tomarlo, noto que tiene mi nombre y apellido escrito en el. La caligrafía es cuidada y detallada, como si hubieran puesto mucho empeño en escribirlo. Normalmente eso nunca pasa, lo escriben de prisa sin fijar atención.
—Meadow suena a meado —informa, de la nada.
Volteo a verlo, con los labios fruncidos. Tiene la cabeza recargada en el asiento, las mejillas hundidas por sorber de la pajilla y sus ojos están pintados de diversión.
—Muy gracioso —ruedo los ojos—. Y Hunter suena a... —quiero pensar en algo sumamente ofensivo pero nada llega a mi mente—, a imbécil.
—No queda, Meadow —deja el vaso aprensado entre sus muslos y me regaño internamente por observar, me doy otro regaño por hacer un pequeño recorrido de sus muslos hasta su abdomen, con las mejillas tintadas de rosa, giro la cabeza al frente.
—Tan agradable como siempre —finjo una sonrisa, apretando los dientes demás.
Sigo bebiendo de mi té. Cuando él vuelve a arrancar me permito seguir disfrutando de la vista. Con el transcurso del tiempo y de la carretera, se va haciendo más bonita, más agradable. Claro, hasta que Hunter rompe el silencio.
—Podríamos estar hablando de algo ¿no crees?
—Nop.
— ¿Por qué no?
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Un verano para enamorarnos
Teen FictionMeadow Davis no sabe decir no. Al menos, no a su mejor amigo. Es por eso que, cuando este le ruega que lo cubra en su partido de fútbol americano, termina aceptando. ¿Qué es lo peor que podía pasar después de todo? ¿Que el capitán del equipo, Hunter...