02| La decisión definitiva

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—No voy a acostarme contigo.

Es lo primero que sale de mi boca y me golpeo mentalmente. Me alejo de él hasta quedar de pie.

—Ahí vas de creída otra vez —ríe—. No es eso lo que quiero, porque si lo quisiera desde que entramos te hubiera aventado al casillero y ahorita estuvieras con las piernas alrededor de mi cadera, o en la ducha ¿te parece un lugar más excitante ahí?

—Asqueroso —ruedo los ojos y coloco los brazos en jarras—. ¿Qué es lo que quieres, entonces?

—Mi padre tiene una discoteca y mi madre una caseta de alimentos en San Diego —pareciera que se acuerda de algo. Tiene la vista en el suelo, sonríe y después ríe, por la sacudida de su cuerpo su cabello negro, húmedo, se mueve hasta caer en su frente—. Esa dualidad ¿no lo crees?

—Ve al grano, Black.

—No podrán encargarse de los establecimientos este verano y por eso quieren que vaya yo a tomar cargo, al menos, en las vacaciones. La verdad es que la idea no pintaba tan mal porque necesito ir a la playa, pero por ocuparme de ambas cosas no podría disfrutar del sol, tú me entiendes.

— ¿Y? —pregunto luego de ver que se queda callado un momento.

—Ya que, si yo fuera a decirle al entrenador que casi perdemos porque Nick, en realidad no era Nick, y esta vez que lo necesitábamos no estaba, lo echarían del equipo —se gana una mirada severa de mi parte—. Pero si tú me ayudas a cuidar el negocio de mamá, yo podré disfrutar del agua salada y me voy a callar. ¿Qué te parece?

—Me parece una estupidez.

—No creo que te parezca cuando se lo diga al entrenador.

— ¿Me estás chantajeando?

—Más bien —mete las manos en los bolsillos de su sudadera—, es un trato que nos beneficia a los dos.

Me quedo callada para pensar en la propuesta. Por el lado bueno, a todo el mundo le gustaría pasar las vacaciones en la playa pero por el malo, a nadie le gustaría pasar las vacaciones trabajando. Además, tendría que preocuparme por el dinero del lugar en donde me voy a quedar, lo que voy a comer y sobre todo los gastos del transporte de Los Ángeles a San Diego.

— ¿Qué parte de San Diego, específicamente?

—En La Jolla.

— ¡Eso está como a tres horas de aquí!

—Dos horas y tanto, si nos vamos en coche.

—P-pero son vacaciones e iría a casa de mis padres —me paso las manos por el rostro—. Y no tengo el suficiente dinero para pagar el viaje, comida y el lugar donde voy a quedarme.

—Solo te estoy pidiendo que vayas y me ayudes. Te irías conmigo, en mi coche. Te quedarías en mi casa, no te preocupes hay suficientemente espacio para ambos, y la comida, bueno, trabajarás en una caseta.

— ¿Me pagarás al menos o será explotación laboral? —lo acuso, entrecerrando los ojos.

—Obviamente recibirás parte de las ganancias.

—Aun así, significa que tengo que pasar tiempo contigo, dormir bajo el mismo techo que tú y sobre todo convivir dos horas seguidas mientras vamos para allá —hablo como si estuviera entrenado en crisis y él solo rueda los ojos—. ¡Serán unas vacaciones de tortura!

— ¿A caso te da miedo enamorarte de mí o por qué estás tan preocupada por el tiempo que pasemos juntos? —enarca una ceja y levanta levemente la comisura izquierda, formando una sonrisa que causa algo en mí, algo que no puedo identificar.

Un verano para enamorarnosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora