Estoy un poco atareada en el trabajo. Ha sido un día en el que he tenido mucha gente pidiendo cosas por aquí y por allá. Bebidas en las mesas ocupadas y unos cuantos snacks en los ventanales.
Suelto un suspiro mientras apoyo la cadera en la pequeña mesa en la que tengo desperdigados un montón de ingredientes para todo lo que tengo que preparar, la licuadora que casi se cae y se quiebra, y salpiques de bebida, mientras me abanico con la mano en un intento vago de darme calor. La frente me suda, el pelo se me pega a la cara y la ropa parece ser una extensión de mi propia piel. Estoy asquerosa. Debo pedirle a Hunter que instale un ventilador.
Si le hablara.
Precisamente es un día bastante caluroso en La Jolla, aunque eso mismo ha sido la razón por la que esté ajetreado en la casetita. Lo agradezco, sin embargo, porque eso significa que el sueldo se seguirá manteniéndose igual de bueno.
El teléfono suena y doy brinquitos por dentro, aliviada de que sea en el rato en que puedo sentarme por un momento. Saco el celular del bolsillo trasero de mi short. La acción me cuesta un poco ya que la ropa se encuentra lo suficientemente húmeda para que se convierta en una sensación incomoda.
—Perdona por responder hasta ahora —le pido a Nick. Me ha llamado otras veces y casi a ninguna le he respondido porque he estado ocupada, en el trabajo, o bien surfeando con Rylie —hemos quedado en varias ocasiones. El manejo de las olas, pequeñas en su mayoría, se me da cada vez mejor— y cuando creo que es momento de devolver la llamada, me doy cuenta de que es demasiado tarde—. ¿Cómo estás?
—Hola a ti también —no me cuesta nada detectar el tono agotado disfrazado de la misma carisma de siempre.
—Hola —susurro—. ¿Estás bien?
—Creí que iba a ser mejores vacaciones, Meadow —chasquea la lengua—. Espero que tú te la estés pasando mejor con Hunter.
—He aprendido a surfear.
— ¡Eso es increíble! ¿Hunter te enseñó?
—Eso no importa —niego con rudeza. Recuerdo después de que no está viéndome—. ¿Tu mamá sigue mal y por eso no han sido buenas vacaciones?
La mamá de Nick sufre de una enfermedad rara, autoinmune, que últimamente la debilita más y más. Ha luchado la mayor parte de su vida por superarlo, pero parece que no ha sido suficiente y que cada vez está más cansada de intentarlo y va rindiéndose, cosa que no ayuda ni a ella ni a Nick.
—Ujum —suspira. Se detiene por unos segundos—. Bueno, lo mismo de siempre, ya sabes. Lo único que ha cambiado es que yo estoy más hecho trizas que antes. ¿Cómo puedo pedirle que no se rinda cuando yo...?
No termina la frase. Sé que le está costando horrores no echarse a llorar. He perdido la cuenta de las veces que trata de mantenerse fuerte frente a mí, cuando no debe hacerlo y en su lugar, permitirse ser vulnerable conmigo. Si no puede desbordar de vez en cuando sus emociones con su mejor amiga, ¿entonces para qué tenerme?
Momentos de risas te los puede dar cualquiera, momentos de compañía y compasión, no.
—Es justo que estés cansado. Y es justo que por días quieras rendirte, Nick. Eres humano y estás cargando con demasiado peso. Tranquilo, nadie va a juzgarte por lo más sano y real que podrías pensar.
Odio no ser buena para consolar a las personas. Para consolarlo a él, aunque, al igual que Nick, ¿cómo puedo esperar poder consolar a los demás cuando no puedo consolarme a mí misma?
—Llamé para distraerme un poco, de todos modos.
— ¿No... quisieras venir?
—No puedo dejarla sola, lo sabes. Papá está trabajando mucho, necesita un poco de ayuda.
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Un verano para enamorarnos
Novela JuvenilMeadow Davis no sabe decir no. Al menos, no a su mejor amigo. Es por eso que, cuando este le ruega que lo cubra en su partido de fútbol americano, termina aceptando. ¿Qué es lo peor que podía pasar después de todo? ¿Que el capitán del equipo, Hunter...