16| A la mierda los límites de amigos

12 2 3
                                    

Me quedo callada tanto tiempo que creo que empieza a ser preocupante. Y lo mismo ha de pensar Hunter, pues ha borrado la sonrisa y ahora frunce el entrecejo, mientras me observa con cautela. Quiero pasar mi dedo pulgar entre las líneas que arrugan su frente solo para tranquilizarlo un poco.

Sí que quiero vomitar. Y quiero salir corriendo a esconderme a mi habitación, pero a partes iguales, quiero saltar a sus brazos y besarlo. Eso es lo que me asusta. Que esa parte gane y termine rindiéndose a aquello que tanto me he esforzado en evitar.

Pestañeo, tratando de salir del trance en el que me he quedado atrapada de repente. Entonces, la sonrisa más grande que puedo esbozar aparece en mi rostro, y aunque enarco una ceja, hago lo que puedo para no tener un tono acusador.

—Parece una cita romántica.

—Bueno —baja la vista hasta los tablones de madera oscura que es el piso del muelle—, es solo por tu cumpleaños.

—Creí que solo ir en moto acuática ya era por mi cumpleaños.

—No bastaba con eso —al posar de nuevo la vista en mí, nota que trato de deshacer los nudos del chaleco y se acerca—. Espera, yo me encargo.

Esta vez, soy yo quien da el último paso para acortar la distancia. Y esta vez, estoy ansiosa que utilice las mañas que utiliza siempre que está cerca solo para tocarme. Me enfoco en sus dedos largos desenvolviendo el nudo del lado izquierdo, en cómo con un nudillo roza la pequeña parte de mi cadera que queda expuesta entre la blusa y el pesquero.

Un abrazo no le hace mal a nadie ¿verdad? Y es el mínimo gesto que puedo realizar ante todo lo que Hunter Black, el mariscal de campo del equipo de futbol de mi escuela, el que se pasa tacleando cada que puede a mi mejor amigo, ha hecho por mí. El aguantarme pese a ser insoportable ya es demasiado, incluso.

Coloco mi mano en su bíceps, cosa que lo tensa y detiene sus acciones. Si lo pienso dos veces, voy a detenerme, así que arrastro esa misma mano hasta subirla a su cuello. Ya no es solo el nudillo que roza mi piel en estos instantes, sino que se trata de su mano entera ahuecando mi cadera. Imitando mi acción, la arrastra hasta ubicarla en mi cintura para jalarme y acercarme a él.

Quería hacerle una caricia con la nariz justo en el cuello, sin embargo, es tan alto que apenas y le llego al hombro. Me muerdo el labio inferior para no echarme a reír por eso. Al final, mis brazos le rodean los hombros y el me sujeta con ambas palmas.

—Gracias —menciono en voz baja—. Es precioso, me encanta.

—Creo que nunca había querido algo con tantas ganas como besarte ahora —agacha la cabeza para susurrarme al oído—. Es que estás tan cerca... —él sí que juguetea mi cabello con la punta de su nariz—. Es mentira. Joder, siempre quiero besarte.

—Hunter... —le pido. Aunque no sé qué. No sé si le estoy pidiendo que se aleje y que se calle, o si le estoy pidiendo que se calle y que me bese.

—Lo estoy arruinando, lo sé —inhala brusco—. Mierda.

—Vamos a comer ¿sí? —no rompo el contacto por completo, simplemente entrecruzo nuestros dedos para que me siga, para que caminemos juntos hasta lo que ha preparado.

De cerca, me percato mejor de todo. Se me encoge el corazón de solo imaginármelo planeando todo esto, siendo atento con los detalles, o con las cosas a comprar. Quizás no fue así, pero mi mente así lo ha maquinado. Y me encanta.

Nos sentamos, uno al lado del otro, sin dirigirnos la palabra. Él se apresura a abrir la caja de unicel que contiene comida. Termino riendo al ver cómo tira los rollos de sushi porque no ha sabido utilizar los palillos chinos.

Un verano para enamorarnosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora