Prólogo.

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Sábado, 11 de Febrero de 2012.


Leví Zimerman estaba preocupado. Hacía dos días que no sabía nada de su hermana Astrid, y eso no era normal. Ella siempre le llamaba o le enviaba un mensaje cada día, para contarle cómo le iba en la universidad, en el trabajo, en el amor. Eran unos hermanos muy unidos, sobre todo desde que sus padres murieron en un accidente de coche cuando eran adolescentes.

Leví intentó llamarla de nuevo, pero su móvil seguía apagado. Miró la hora en su ordenador. Eran la once de la noche. Decidió que ya no esperaría más. Agarró su chaqueta, su maletín, sus llaves, y salió de la estación policial donde trabajaba como polícia.

Sus camaradas le hicieron muchas preguntas antes de salir, debido a que Leví era el nuevo del equipo, y debía de quedarse en la noche de guardia. Pero él no podía seguir soportando otra noche más en la que no sabría nada de su hermana. Sabía que probablemente le darían una sansión, pero aun así Leví salió de la estación policial con una sensación incómoda.

Tenía esa sensación de un mal presentimiento. Como si algo malo le hubiera pasado a Astrid.

Algo horrible.

Y despues de todo, nadie podía culparlo. Se ha dicho siempre, que los gemelos pueden sentir cuando algo va mal con el otro. Y Leví y Astrid eran hermanos gemelos.

Leví subió a su coche, aparcado en la calle. Encendió el motor y condujo hacia el centro de la ciudad Luminica. Donde Astrid vivia en unos departamentos.

El centro era una zona antigua y pintoresca, llena de cafeterías, centros comerciales, librerías, galerías de arte y tiendas de todo tipo. Leví conocía bien el lugar, pues solía visitar a su hermana con frecuencia. Sabía dónde estaba su edificio, un bloque de siete pisos con fachada de ladrillos y balcones de hierro forjado.

Cuando llegó, aparcó cerca y se bajó rapidamente del coche. Entró como una bala al edificio, y al darse cuenta de que el ascensor tardaría en llegar, y por la preocupación, subió de prisa las escaleras. Movió sus largas piernas comiendose a tres escalones de un solo paso, y aunque comenzó a sudar exageradamente, llegó en un pestañeo. Y tocó insistentemente la puerta de su hermana. Todo parecía normal, pero nadie respondió. Leví volvió a insistir, pero el silencio fue la única respuesta.

Leví se impacientó. Miró a su alrededor, buscando una forma de entrar. Hasta que recordó que su hermana siempre solía dejarle una copia de la llave, dentro de la maceta, a un lado de la puerta. Leví se inclinó de golpe, y revisó la planta. Hasta que agarró la llave escondida. La introdujo en el orificio de la puerta. Escuchó un clic. La puerta se abrió.

Cuando la puerta se abrió una inminente oscuridad golpeó el rostro de Leví de una manera espeluznante. No vio nada más que la penumbra. De repente, comenzó a llover, y el polícia se quedó paralizado en el marco de la puerta.

—¿Astrid? —su grave voz salió casi en un susurro, y sus ojos se movieron de un lado a otro tratando de encontrarle forma a la habitación.

Pero todo estaba a oscuras. Y él no se movió. Hasta el momento en que un relámpago que se reflejó en las ventanas, deslumbró el departamento por completo en tan solo un segundo, que bastó para que el polícia se diera cuenta de que el sitio estaba hecho un desastre.

Leví se quedó helado.

Pero cuando cayó otro brutal relámpago, el hombre entró con un temblor en una de sus manos, y encendió las luces en el interruptor de la entrada. Las luces blancas se encendieron, y finalmente Leví se dio cuenta de una espeluznante forma que su presentimiento era cierto. Algo había pasado. Algo le había pasado a Astrid.

Todo el departamento estaba patas arriba. Los muebles estaban volcados, los cojines rasgados, los libros esparcidos, la mesa estaba rota a la mitad, los platos rotos, las cortinas rotas. Era como si un huracán hubiera pasado ahí dentro. Pero lo peor de todo fue el olor, ese olor penetrante y metálico que él ya conocía. Ese crudo hedor de la sangre.

La cara entonces se le desencajó de horror cuando sus ojos se encontraron con el camino de sangre, que estaba en una esquina. Era un diabólico rastro que parecía llevar al pasillo de las habitaciones. Leví se quedó sin respiración, y con su corazón latiendo a toda prisa, avanzó con cautela en el departamento, sacando sigilosamente su arma, y gritando al detenerse en el pasillo ensangrentado:

—¡Astrid! ¡Astrid! ¡¿Estás ahí?!

Leví llamó entre gritos angustiados a su gemela. Pero no obtuvo respuestas. Lo único que escuchó fue el sonido de los relámpagos que se reflejaban en las paredes rasgadas. Y el sonido de su respiración agitada.

Su mano seguía temblando mientras que sostenía el arma, pero aun así su coraje fue mayor, y avanzó entre el pasillo cubierto de sangre. Leví caminó con dificultad hacia donde conducía la sangre: la habitación de su hermana gemela.

Y fue en ese momento, donde se replanteo si debía abrir esa puerta. Sin embargo, la incertidumbre fue más, y en medio de su desesperación abrió violentamemte la puerta, y le dio una patada. La puerta se abrió en un pestañeo, y Leví con lágrimas en los ojos solo se encontró con la habitación destrozada. Estaba igual que como afuera. Y sin rastros de Astrid. Lo único que llamó su atención fue donde el rastro de sangre terminaba, justo en el centro de la habitación, donde se encontraba una jaula dorada en el suelo.

La jaula estaba vacía, y la rejilla abierta, con una etiqueta colgando.

Leví se acercó despacio, recordando que la última vez que habló con Astrid, esta le había dicho algo sobre una tienda. Le había contado que por estos lados, encontró una tienda muy curiosa, donde vendían animales raros y bonitos. Le había dicho que compraría un animal especial. Uno que nadie más tendría. Pero que lamentablemente no podría enseñarselo. Que era una regla sumamente estricta.

¿De qué se trataba todo esto?, pensó el polícia.

Y otro relámpago cayó al momento en que Leví se inclinó hacia la jaula, preguntandose qué demonios había pasado, y dónde estaba su hermana. Pero se quedó sin palabras cuando agarró la etiqueta que estaba colgando de la jaula, y la leyó.


"La tienda de animales extraños de Madame Fame. Vuelva pronto, y recuerde, no mostrarle la criatura a nadie más".


Leví se preguntó qué significaba eso. Pero torció el gesto de dolor cuando repentinamente, la etiqueta se prendió en fuego. El polícia la dejó caer. Y entonces, se le desencajó la cara cuando vio como la etiqueta lentamemte comenzó a desvanecerse, quemandose. Hasta desaparecer en las cenizas. Y ahora, no quedaron rastros de que su hermana compró en la tienda de Madame Fame.

La tienda de animales extraños de Madame FameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora