Capítulo 04: Hada.

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Sábado, 25 de Febrero de 2012.


Evita, era una niña de diez años con ojos grandes y tristes, que solía comtemplar desde su silla de ruedas el mundo que se movía sin ella. La leucemia la había convertido en una expectadora de la vida, confinada en su habitación, con la única compañía de sus padres, y de los cientos de libros de fantasía que cargaba en su librero.

La pequeña amaba los libros de criaturas que no existían. De princesas, y de castillos con dragones. En su mente, ella se veía así misma como una princesa. Y sus padres, tan atentos con ella, nunca dejaron de decirle que era realmente una princesa.

Evita creía muy dentro suyo que lo era. ¿Pero por qué pasaba la mayoría del tiempo sentada en una silla de ruedas, mirando por la ventana de su dormitorio como los niños de afuera podían caminar, y tener una vida normal?

La leucemia cada vez empeoraba en la pequeña. Tanto así que estuvo internada en el hospital durante cuatro meses, y había perdido todo su cabello por la quimioterapia. Hasta que aquel día, por la tarde, finalmente pudo irse. Sus padres no dejaban de hacerla sentir especial. Atendida.

Pero Evita se encontraba triste, sentada en los asientos traseros, mirando sus manitas con melancolía. Pero no estaba así porque no pudiera caminar. Si no, porque había escuchado a sus padres hablando con el doctor. Los escuchó en secreto, y supo que no le quedaba mucho tiempo de vida. Pero no le dijo nada a sus padres.

Estos le dieron su cuaderno de dibujos, y la pequeña a duras penas podía dibujar a la princesa que soñaba ser. Pensó en dibujarse así misma como una princesa, en un castillo, feliz. Pero justo cuando apartó la cara de su cuaderno por un segundo, miró por la ventanilla, y sus ojos se encontraron con un letrero dorado que llamó su atención: "La tienda de animales de Madame Fame. Encuentra a tu compañía exótica ideal".

—Ahora que has salido..., puedes pedir cualquier cosa, Evita. —su padre le estaba hablando, y justo la niña respondió:

—Quiero entrar a esa tienda, papá. —señaló con la mirada, con ojos brillantes de curiosidad, a la tienda de la esquina por donde pasaban—. Me gustaría tener una mascota.

Sus padres se miraron a las caras, pero sin más, aceptaron, conmovidos. El padre aparcó cerca, y enseguida bajó a su pequeña princesa mediante la silla de ruedas. Luego, los tres fueron directo hacia la extraña tienda que quedaba casi escondida en la esquina.

Cuando entraron se dieron cuenta de que el interior de la tienda parecía ser un laberinto de cortinas rojas, impregnado de un aroma a incienso y vainilla. Se oía una suave balada, y muy pronto se escuchó una voz de soprano antes de que Madame Fame saliera de entre las cortinas.

—Bienvenidos a mi tienda. —habló la mujer como de costumbre, y se paseó al frente de aquella familia. Luciendo ese vestido blanco, que a la pequeña en silla de ruellas, le recordó como al de la bruja blanca de Narnia—. ¿En qué puedo ayudarles?

Fame miró rápidamente a sus clientes, con sus ojos rasgados, oscuros e intimidantes. Se dio cuenta de que los padres, la miraban como si fuera algo extraño. Pero que la niña en silla de ruedas la estaba mirando con ojos de admiración.

—Solo pasamos para ver los animales. —el padre respondió, algo incómodo por la mirada de esa mujer.

—Oh, es una pena. —dijo Fame, triste—. Mis animales no están en exhibición. Ellos no son parte de un circo. Son animales especiales..., pero sí desea un perro puede conseguirlo en la tienda de mascotas que está detrás. Venden animales muy corrientes, pero bonitos. —estiró la piel de sus mejillas, sonriendo.

La tienda de animales extraños de Madame FameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora