Capítulo 2

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La (mala) idea de Yuka

Escucho los consejos de mi mejor amiga sin mirarla. Tengo los ojos clavados en las vistas que me ofrece la ventana que se encuentra a mi derecha: nieva con timidez, apenas unos copos finos cayendo desde el cielo encapotado hasta el suelo ya cubierto de blanco gracias a la nevada de verdad que se apoderó de Birchwood hace un par de días y que nos ha dejado más de treinta centímetros de nieve por todas partes. A lo lejos, los abetos y abedules que pueblan las afueras del municipio se sacuden por el viento, el mismo que azota las calles y te ensordece cuando te atreves a poner un pie fuera.

Aquí, no obstante, queda opacado por la música de ambiente del local y la mezcla de conversaciones de todos los clientes que lo llenan por ser hora punta.

—¿Has pensado en decir la verdad?

La pregunta me hace apartar la vista de la ventana al instante para fijarla en Yuka.

—Eso no es una opción —me niego.

Mi mejor amiga suspira. Tiene una paciencia infinita, pero, a juzgar por cómo está frunciendo sus perfectas cejas oscuras, me parece que se le está acabando. Lleva el pelo negro ondulado recogido en una coleta alta y, aunque llevamos aquí sentadas un buen rato, el rubor que el frío exterior le ha puesto en las mejillas tostadas todavía no ha desaparecido.

—Entonces necesitas un novio —resuelve—. Todo lo demás puedes disimularlo mintiendo un poco más, pero, si te presentas sola a la boda... Nadie se creerá que tienes pareja.

—Lo sé —gruño.

Necesito un acompañante o todo lo que me he esforzado tanto por ocultar durante casi cuatro años terminará saliendo a la luz de la manera más vergonzosa posible.

—Bueno, pues habrá que ir buscando candidatos —continúa, resignada—. ¿Qué te parece Ronan?

Estoy a punto de escupir el trago de Coca-Cola que acabo de dar, pero logro detenerme a tiempo para que el líquido se me vaya por el lado equivocado y empiece a toser como una loca.

Miro por instinto hacia el mostrador, donde Ronan Sullivan está sirviéndoles sendas infusiones a la señora Moore y a una de sus amigas.

—¿Estás de coña? —le espeto a Yuka.

—Es mono, es reservado —empieza a enumerar razones por las que el chico es un buen partido—. Y juega con los Nanooks.

—Y se te olvida que está coladito por ti —añado.

Ella hace un gesto vago para quitarle importancia a mi comentario.

—Eso son imaginaciones tuyas.

Alzo una ceja, escéptica, pero sé que intentar llevarle la contraria es misión imposible. Está claro que Ronan bebe los vientos por ella, y no lo digo yo, sino el hecho de que siempre le dé mal las vueltas para pasar más tiempo hablando con ella. Y luego están esos corazoncitos amorfos que le dibuja en la espuma del café, claro. Cuesta creer que un tío de cien kilos que se dedica a partir huesos de universitarios en una pista de hockey pueda ser tan tierno, pero ahí está Ronan Sullivan.

—Da igual. Aunque no estuviera coladito por ti, es muy joven —argumento—. No nos sirve.

En realidad, Ronan tiene veintiún años, solo tres menos que Yuka y yo, pero cualquier excusa me vale para disuadirla.

Ella se queda observándolo durante algo más de tiempo del necesario. A mí nunca me ha llamado la atención, pero he de reconocer que lo de ser pelirrojo tiene su encanto, sobre todo porque Ronan viene con el pack completo, ojos azules y pecas incluidas. Yuka niega con la cabeza, apartando la mirada de él para volver a dirigirla a mí.

—¿A ti se te ocurre alguien más? —inquiere.

Casi me veo reflejada en la profunda oscuridad de sus irises. Disiento con franqueza.

—Puedo probar suerte en Tinder —propongo.

Ella pone cara de haber mordido un limón y yo la imito casi sin darme cuenta, porque la verdad es que los tíos que encuentro en esa aplicación suelen ser de todo menos el prototipo de novio que una estaría orgullosa de llevar a una celebración familiar para presumir de él.

—Utilizaremos eso como último recurso, solo si no encontramos a alguien a quien conozcamos en persona.

—No conocemos a nadie en persona que cumpla los mínimos necesarios para...

—¿Qué me dices de Nick Little?

¿Mi compañero de teatro?

Chasqueo la lengua.

—Bien visto, pero tiene novio.

—Joder —bufa ella y, entonces, de la nada, ahoga un grito—. ¿Y Wesley?

Abro mucho los ojos, segura de que no la he oído bien.

—¿Wesley Foster?

Yuka asiente, entusiasmada. Señala con el mentón a mi espalda y no tengo que girarme para saber que el aludido está ocupando una de las mesas que se encuentran detrás de mí.

—Es perfecto —susurra Yuka, sin quitarle la vista de encima.

Sus antepasados vivían a las orillas del Chena, cazando salmones con sus propias manos y distinguiendo bayas venenosas de las que no lo son con los ojos cerrados. Pero ella no ha heredado ni una pizca de su instinto de supervivencia, porque, de lo contrario, jamás se le habría ocurrido sugerir algo tan ridículo como que yo finja salir con el absoluto imbécil de Wesley Foster.

—Ni de coña —siseo—. Wesley no.

—¿Por qué no? —insiste—. Está bueno, tiene carisma, un trabajo súper complicado y bien pagado en la universidad y no sale con nadie, que yo sepa.

—Me odia —le recuerdo—. Y yo le odio a él.

—He visto las suficientes comedias románticas como para saber que eso no es ningún impedimento. Más bien...

—Nos odiamos —sigo diciendo, porque parece que no le ha quedado claro—. Ayer mismo me amenazó con estrangularme porque aparqué mi coche en su... ¿Qué coño haces?

Se está levantando. Se está levantando mientras sus labios pintados de rojo intenso esbozan una sonrisa que promete de todo menos cosas buenas.

—Voy a ver qué opina él —responde, guiñándome un ojo.

—¿Qué? —grazno—. No. Ni se te ocurra, Yuka.

Intento detenerla agarrándola del brazo, pero las horas muertas que pasa en el gimnasio juegan en mi contra, porque consigue soltarse con insultante facilidad y sigue su camino como si ni siquiera estuviera escuchando mis súplicas.

No tengo más remedio que girarme en mi silla para ver cómo cruza la cafetería camino de la mesa a la que está sentado el idiota de mi vecino.

Es una mala idea. ¿Qué digo? Es una idea malísma, tan mala que solo puede haberla tenido Yuka.

Wesley mira a mi mejor amiga con cierta confusión cuando descubre que se está acercando a él, pero la escucha con interés cuando ella se lanza a parlotear, de pie frente a él.

Los miro de hito en hito, deseando que esto sea una pesadilla de las mías y que me despierte de un momento a otro, pero me queda claro que no se trata de ningún sueño, por muy surrealista que sea, cuando Yuka se gira y me señala. Wesley sigue la dirección a la que apunta su dedo índice hasta que sus ojos oscuros topan conmigo y, entonces, una lenta sonrisa trepa por sus labios.

Una sonrisa burlona que me encantaría destrozarle a puñetazos.

Dime que me odiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora