Un beso de mentira
En Fairbanks no nieva y los caminos del parque por el que estamos paseando están cubiertos de un manto de nieve sucia salpicada de pisadas. Chloe corretea por delante de nosotros, bajo nuestra atenta mirada. La madre y la hermana de Wes le están acribillando a preguntas sobre cuándo piensa ir a verlas a Washington.
—No lo sé —repone él por enésima vez.
—Os avisará con tiempo, descuidad —intervengo yo. Sueno borde y me da igual.
Cuando nos hemos encontrado en el aeropuerto, Wes ha hecho las presentaciones pertinentes y tanto su madre como Grace me han saludado y abrazado con educación. Después hemos intercambiado un par de comentarios en los que ellas han dejado claro lo sorprendidas que están de que él tenga pareja y yo he respondido con una risita y una sonrisa incómoda.
Ahora intento limitarme a apretarle con fuerza la mano mientras escucho la conversación. Noto que la tiene helada a pesar de los guantes que cubren nuestros dedos entrelazados.
Mis esfuerzos por permanecer al margen dan al traste cuando la señora Foster se dirige directamente a mí.
—Wes nos ha dicho que eres actriz —comenta—. ¿Eres buena?
—Pues la verdad es que...
«Todavía estoy aprendiendo», voy a responder, pero su hijo se me adelanta.
—Es muy buena.
—No es verdad —resoplo.
—El otro día, en el estreno, estuviste brutal —replica él.
—No es verdad —repito, pero lo cierto es que suena de lo más sincero y ya me he sonrojado. A lo mejor Yuka tenía razón.
Su hermana se ríe.
—Sois muy monos, ¿lo sabéis? Estáis tan enamorados que me dais envidia.
Eso hace que me ardan todavía más las mejillas.
Ojalá pudiera decir que mi rubor se debe al orgullo de saber que lo estoy haciendo tan bien que ni a la señora Foster ni a Grace les cabe ninguna duda de que Wes y yo estamos juntos, pero no. Lo que siento es pura vergüenza.
—¡Tío Wes!
La voz chillona de Chloe se adelanta a lo que fuese que el chico iba a responderle a su hermana. La niña viene corriendo hasta nosotros como un mini torbellino de energía e ilusión.
Wesley se agacha antes de que llegue hasta donde estamos para recibirla estando a su misma altura.
—¿Qué pasa, mi vida?
—He encontrado una flor. Para que se la des a tu amiga.
Pronuncia la última palabra con una risita mientras le tiende a Wes un clavel pequeñito y con algunos pétalos rotos que, milagrosamente, ha sobrevivido a la nieve.
Ahora sí que me muero de la vergüenza.
Y Foster no hace más que empeorarlo.
—Es mi novia —corrige a su sobrina, aceptando el clavel. Ella se ríe y entonces él se levanta y se vuelve hacia mí—. Toma, para ti.
Cojo la flor, por supuesto. Y me quedo quieta como una puta estatua cuando, sin previo aviso, me besa en la sien.
—Gracias —atino a decir.
No es más que un murmullo y queda totalmente eclipsado cuando Chloe se queja.
—¡Eso no es un beso de novios! —exclama.
—¿Y qué sabes tú de cómo se besan los novios, renacuaja? —bufa Wes, sonriente.
—Tengo ocho años, no soy tonta —repone la niña, muy digna—. Además, he visto a mamá hacerlo. Su novio y ella se besan en la boca.
Wes enarca ambas cejas y yo espero a que se le ocurra algo, cualquier cosa que decirle para salvar la situación. Pero pasan un par de segundos y no pronuncia ni una sola palabra.
—Nosotros también —salto yo, sin pensar.
—¿En serio? —inquiere la niña.
—Chloe... —empieza su madre.
—Nos besamos en la boca todo el rato —le asegura Wes, interrumpiendo a Grace para que no le eche la bronca.
Chloe no dice nada. Se nos queda mirando con mucha atención, expectante.
Me cuesta un poco entender que está esperando una demostración, pero, en cuanto lo comprendo, entro en pánico.
Clavo mis ojos desorbitados en los de Foster, en cuyos irises marrones brilla la sorpresa.
Abre la boca, hace amago de volverse hacia su sobrina y sé que va a poner una excusa. Una excusa que va a hacer que nuestra mentira se tambalee.
No me lo pienso. Doy un paso hacia él, le agarro del brazo y eso es todo lo que hace falta para que toda su atención vuelva a estar centrada en mí.
Ahora es confusión lo que veo en el fondo de sus pupilas. Pero creo que sabe tan bien como yo que solo hay una manera de que salgamos airosos de esta situación.
Asiento levemente, tirando un poco de él, bajo la curiosa mirada de su madre, su hermana y Chloe.
—Bésame, idiota —le gruño cuando se queda mirándome sin saber qué hacer.
Incluso después de pedírselo, tarda un poco en reaccionar.
Me aprieta la mano con fuerza, como preguntándome qué coño me pasa. Yo le devuelvo el apretón. O me besa ya o vamos a levantar sospechas.
Intento decirle eso endureciendo la mirada.
Lo siguiente que sé es que sus labios están sobre los míos. Es poco más que un pico. Solo un roce, una caricia tan suave que podría estar imaginándomela.
Pero no me he imaginado nada. Chloe aplaude satisfecha y la señora Foster y Grace se deshacen en comentarios sobre lo adorables que somos.
Cuando Wes se aparta, devolviéndome mi espacio personal, me doy cuenta de que había dejado de respirar. Cojo una gran bocanada de aire e intento sonreír, pero lo único que me sale es esbozar una mueca un poco temblorosa. Me tiembla todo el cuerpo, en realidad.
Seguimos paseando, se abren otros temas de conversación y Chloe no deja de insistir hasta que su madre no me compra un chocolate caliente en uno de los puestos del parque. Sonrío un poco mejor, me rio, me quejo y hago algún que otro comentario ingenioso a lo largo de toda la tarde.
Pero no puedo dejar de pensar en que, si un beso de mentira me ha afectado tanto, creo que me desmayaría si Wesley Foster me besara de verdad.
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Dime que me odias
RomansaDesde que hace cuatro años se mudó a Alaska, Sierra vive aislada para mantener a raya la culpa y los remordimientos, pero la boda de Mia amenaza con hacer estallar su burbuja de control y secretos. Desesperada, Sierra decide seguir los consejos de...