Capítulo 34

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El momento correcto

—Sabía que iba a pasar. Es que lo sabía.

—¿Lo sabías? —repito, enarcando una ceja aunque Yuka no pueda verme.

Mi mejor amiga chasquea la lengua.

—Lo intuía.

Acabo de contárselo todo. Desde lo del beso falso cuando los Foster vinieron de visita hasta lo que hemos hecho en la cama hace un par de horas, pasando por el beso de verdad en la pista de hielo.

—No sé qué hacer ahora.

—¿Decirle que te gusta? —sugiere.

Estoy a punto de replicar de forma inconsciente, pero me muerdo la lengua justo a tiempo y sujeto el teléfono con fuerza. Porque es absurdo negar lo evidente. Me gusta. Joder, jamás pensé que diría esto, pero me gusta muchísimo Wesley Foster. O al menos creo que esa es la expresión correcta para describir lo que siento, ese deseo tan intenso por seguir como hasta ahora, por que nada de esto se acabe después de la boda, que es cuando se supone que finaliza nuestro trato.

No quiero volver a lo de antes. Quiero que se quede en mi casa, despertarme con él a mi lado todas las mañanas. Quiero ver su sonrisa todos los días, a todas horas, pasar más tiempo con él, conocerle mejor. Y para eso...

—Sí —decido—. Voy a decirle que me gusta.

Yuka suelta un chillido al otro lado de la línea.

—¿En serio?

—Sí. Pero...

—Nada de peros, tía.

—Pero tengo que encontrar el momento para hacerlo —termino de hablar—. Ahora... Ahora tengo otras cosas más urgentes de las que preocuparme.

Como de mis planes para disculparme con los Graham, por ejemplo. ¿Cómo te disculpas con dos personas cuya hija está muerta en parte por tu culpa?

Sigo preguntándomelo mucho después de colgar, mientras me seco el pelo, me lo aliso y me lo trenzo para hacerme un recogido más o menos formal. Doy vueltas por la habitación como un animal enjaulado después de enfundarme en el vestido, esperando a que Wes termine de arreglarse en el baño, y sigo dándole vueltas al mismo asunto. Solo con visualizarme hablando con los padres de Audrey se me revuelve el estómago.

Estoy tan ensimismada que no me doy cuenta de que Wes ha salido del servicio hasta que lo tengo delante.

Joder.

—Estás... —empiezo, embelesada—. Estás guapísimo.

El traje le queda de fábula. Estoy a punto de pronunciar esas palabras, pero soy incapaz de hacerlo cuando me sonríe.

—Yo preferiría estar desnudo —comenta—. Y deshacerme de esto también —añade, acercándose y metiendo un dedo bajo el tirante de mi vestido, de modo que cae, resbalando por mi hombro.

A mí también me gustaría. Me encantaría quedarme para siempre en esta habitación con él. Pero no puedo. Tengo que salir ahí y enfrentarme a la realidad.

Lo aparto con suavidad, poniendo las manos en su pecho.

—Joder —masculla—. Estás temblando otra vez.

Tiene razón. No me había dado cuenta, pero me tiemblan las manos.

Alzo la mirada a su rostro y clavo mis ojos en los suyos, sintiéndome una completa idiota.

—Sierra —susurra.

Vuelve a eliminar la distancia que nos separa, pero ahora para devolver el tirante a su sitio. Envuelve con las suyas mis manos, todavía contra su pecho. Tiene los dedos calientes y aprieta con fuerza los míos.

—Todavía estamos a tiempo de volver a casa.

Niego con la cabeza.

—Voy a hablar con los Graham —le confieso, con un hilo de voz.

Me besa la palma de una mano, después la otra.

—¿Quieres que te ayude?

Disiento de nuevo.

—Tengo que hacerlo sola. Pero no tenemos por qué quedarnos a la boda. Cuando hable con ellos, podemos irnos —sigo diciendo, mientras él aparta los labios de mis manos y se dedica a acariciarme los nudillos con los pulgares—. ¿Te parece bien?

—Me parece perfecto, cielo.

No puedo apartar la vista de sus ojos. No hay diversión en ellos, ni lujuria. No hay nada que enturbie su profunda mirada, tan intensa, tan sincera... A la mierda lo de esperar al momento correcto. Voy a decírselo ya.

—Wes...

—¿Sierra? ¿Puedes abrirme?

La voz de mi madre y los golpes en la puerta de la habitación que la acompañan hacen que tanto Wes como yo demos un respingo, sobresaltados.

Me planteo la posibilidad de ignorarla, pero descarto esa opción cuando pasan un par de segundos y ella no deja de aporrear la puerta.

Mierda.

No tengo más remedio que separarme del chico e ir a abrir.

—He venido a decirte que he estado hablando seriamente con tu hermana —me suelta en cuanto asomo la cabeza por la puerta, sin siquiera molestarse en saludarme.

—¿Qué?

—Le he explicado a Mia que no puede seguir tratándote así —aclara mi madre—. Se ha comprometido a no volver a... Bueno, ya sabes, a hacer lo que hizo anoche en la cena.

Asiento un par de veces, en señal de agradecimiento.

—No tenías por qué mediar, mamá —es lo que respondo, sin embargo.

—Bobadas —resopla ella, haciendo un gesto para quitarle importancia al asunto—. ¿Wes y tú ya estáis listos? Tu padre nos está esperando al final del pasillo.

Echo un vistazo al interior del cuarto, a Wes. Está justo donde lo he dejado, con las manos en los bolsillos del pantalón de traje y no me cabe duda de que prestando atención a nuestra conversación. Enarco una ceja, preguntándole qué opina. Él asiente, esbozando una pequeña sonrisa, y se acerca para abrir la puerta del todo y saludar a mi madre.

—Todo un detalle pasar a recogernos, señora Visentin —comenta.

Mi madre se sonroja a lo bestia al ver que él sonríe solo para ella y yo... Bueno, yo no puedo culparla por reaccionar así. Ni por habernos interrumpido.

Supongo que el momento correcto será más tarde.

Dime que me odiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora