Capítulo 24

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La lista de invitados

—Tendrías que haberlo visto, te miraba como hipnotizado.

—Eres una exagerada, Yuka —bufo.

—¿Exagerada? ¿Yo? —replica, indignada—. Para nada, tía. Yo nunca exagero. Soy la persona menos exagerada del mundo. Te juro que Wes estaba embobado contigo el otro día en el teatro.

Niego con la cabeza por enésima vez. Por muy incrédula que me muestre respecto a sus palabras, mi mejor amiga no desiste en su empeño de convencerme de que a Foster le encantó mi actuación. Lleva media hora persiguéndome por la biblioteca mientras yo saco libros de las estanterías para limpiar las baldas y vuelvo a ponerlos, un trabajo tan aburrido como rutinario y que llevo tanto tiempo haciendo que podría pasar el trapo hasta con los ojos cerrados.

Así que no es que me esté distrayendo, pero sí que me molesta que no deje de insistir. Sobre todo cuando lo que me está diciendo es algo tan inverosímil como que, de repente, a Wesley le pareciese que actúo de maravilla.

—No comentó nada al respecto, pero créeme. Sé lo que vi. Le gustaste un montón. Bueno, creo que le gustas un montón en general.

Pongo los ojos en blanco.

—No empieces otra vez con eso —casi le suplico.

No estoy preparada para tener de nuevo esa conversación con ella, y mucho menos ahora que está de lo más pesada.

—No, no. Ya me callo —me asegura, con una risita—. De hecho, tengo que irme. Así que te dejo pensando en ello.

—Tengo cosas mejores en las que pensar que en el idiota de Wesley Foster —mascullo.

—Claro, claro —me responde ella, con tanta condescendencia que me entran ganas de tirarle un libro a la cabeza—. Lo que tú digas. ¡Nos vemos luego!

Se escabulle entre los pasillos antes de que pueda darle rienda suelta a mi instinto agresivo y termino volviendo a colocar en si sitio el libro que estaba apretando con fuerzaa en la mano.

He mentido. Y, por supuesto, Yuka se ha dado cuenta. Porque la verdad es que de un tiempo a esta parte sí que pienso bastante en el idiota de Wesley Foster. Es... Frustrante. Mucho. Cuanto más intento quitármelo de la cabeza, menos lo consigo.

Estoy estudiando o trabajando o, qué sé yo, duchándome o conduciendo y, de repente, me viene a la mente la imagen de esa sonrisa enorme suya, con hoyuelo incluido. El brillo divertido que adquieren sus ojos marrones cuando se mete conmigo, su risa cuando pico como una tonta en sus bromas... Me estoy volviendo loca. No puedo parar de pensar en todo eso.

Es... Bueno, pensé que jamás diría esto, pero, cuando quiere, puede resultar encantador. Y que está bueno nunca ha sido un secreto. Pero, si me quedaba alguna duda, fue tajantemente disipada cuando hace un par de días le vi salir de la ducha con solo esa toalla.

Dios. Tampoco pensé que diría esto alguna vez, pero estoy deseando que llegue el día de la boda de Mia y Preston... Para poder dejar de fingir que soy la novia de Foster. Necesito terminar con nuestro antes de que se me vaya de las manos de un modo y otro, porque de ninguna manera puedo permitir que...

El hilo de mis pensamientos se corta de cuajo cuando me empieza a sonar el móvil y, al sacarlo del bolsillo delantero de la camiseta del uniforme, descubro que quien me está llamando es mi madre.

Descuelgo con el ceño fruncido, porque si ya de por sí es raro que me llame, lo es todavía más que lo haga a estas horas. Ella sabe que estoy trabajando. Aunque cree que lo hago en la recepción de una clínica dental, pero bueno, eso son detalles.

—¿Mamá? —inquiero nada más aceptar la llamada.

—¡Sierra! ¿Qué tal? —responde—. Sé que estás trabajando, pero es que me acabo de acordar de que... ¿Has visto la lista de invitados de la boda?

Alzo ambas cejas aunque ella no pueda verme. Y, aunque yo tampoco pueda verla a ella, me apostaría lo que sea a que está sentada en la esquina del sofá morfisqueando una de las patillas de las gafas, como siempre hace cuando está nerviosa. Porque suena bastante nerviosa.

—No.

¿Cómo iba a haber visto yo la lista de invitados? Mia no me daría acceso a ella por nada del mundo. Aunque supongo que en esa lista no habrá nadie sorprendente. La familia del novio, sus amigos. Las amigas de mi hermana, sus compañeros de trabajo... Nada destacable.

Pero resulta que me equivoco. Me equivoco de todas todas.

—Ay, Sierra... —suspira mi madre. Un suspiro un poco tembloroso que empieza a ponerme nerviosa a mí también—. ¿Cómo te digo esto?

—¿Decirme el qué, mamá?

Está empezando a asustarme. Me quedo quieta y los libros que acabo de dejar en su estante se caen hasta quedar en posición horizontal en la balda. Jugueteo con el trapo, a la espera de su contestación.

Suspira una vez más, más profundo.

—Sierra... Los Graham están invitados. Y han confirmado su asistencia.

—¿Qué? —grazno, aunque no sé cómo soy capaz de hacerlo, porque me he quedado sin aire en los pulmones.

No puedo respirar.

—He pensado que tenía que avisarte. Para que no te lleves la sorpresa el día de la boda y...

—¿Los padres de Audrey...? —farfullo, entre jadeos. Me duele el pecho, me tiemblan las manos—. ¿Mia ha invitado a los padres de Audrey a su boda?

—Son buenos amigos de la familia, ya lo sabes. Y ya hace cinco años de lo de Audrey, no creo que...

—Tengo que colgar —la corto.

No puedo seguir escuchándola. Necesito... Necesito salir de aquí. Respirar aire fresco en la calle.

—Ay, Sierra, no...

Corto la llamada sin dejar que diga nada más y, al quitarme el teléfono d ella oreja, me doy cuenta de que me tiemblan las manos más de lo que creía.

Casi salgo corriendo de la biblioteca, pero, una vez fuera, no me encuentro mejor.

Sin abrigo, el uniforme permite que el frío me cale hasta los huesos y casi consigue que las lágrimas se me congelen en las mejillas.

Tener que enfrentarme al desprecio de Preston y al odio de mi hermana es algo para que lo que ya estaba mentalizada, pero las miradas de los Graham sobre mí es otra cosa muy distinta que no sé si voy a poder soportar.

Dime que me odiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora