Capítulo 31

1.8K 127 128
                                    

Un beso de verdad

—Si nos damos prisa en rehacer las maletas, podemos estar de vuelta en Birchwood antes de...

—No —corto a Wesley—. No quiero volver a casa. Solo... Necesitaba salir de ahí.

Estamos en el vestíbulo del hotel, después de haber recorrido un par de pasillos tras salir del restaurante ante las miradas atónitas y reprobatorias de todos.

En realidad, sí que quiero volver a casa. Quiero ver a Izzy y a Yuka y que mi mejor amiga me abrace hasta que me quede sin lágrimas. Y luego dormir con Foster en mi cama, donde hay suficiente espacio como para que pueda sentir su tranquilizadora presencia sin que sea incómodo para ninguno de los dos.

Pero necesito hacer esto. Y lo que ha dicho Mia solo ha servido para reafirmarme. A ella le he pedido perdón mil veces por lo que pasó con Preston, pero nunca ha querido escucharme. Que ahora exija que vuelva a disculparme con ella no tiene ningún sentido excepto que quiera... Castigarme. Pero me da igual. Puedo pedirle perdón las veces que haga falta. Con los Graham, sin embargo, nunca me he disculpado. Jamás he tenido el coraje para hacerlo.

Pero mañana van a estar en la boda y, por primera vez en mucho tiempo, me planteo la posibilidad de vencer el miedo y hablar con ellos. Solo por eso, tengo que quedarme aquí. Al menos hasta mañana.

Wes no hace preguntas, pero creo que lo entiende. Y, si no, al menos lo respeta.

—¿Quieres que pida que nos suban la cena a la habitación?

Niego con la cabeza.

—Se me ha cerrado el estómago.

—¿Tienes sueño?

Vuelvo a disentir.

Él sonríe.

—¿Quieres patinar?

—¿Qué? —bufo, porque esa pregunta no tiene sentido.

—Hay una pista de hielo en el hotel.

—Yo no sé patinar, Foster.

El muy imbécil se encoge de hombros.

—Eso tiene fácil solución.

Refunfuño un poco, pero solo para no darle la satisfacción de no ceder tan rápido, porque me parece un plan tan bueno como cualquier otro para distraerme un poco de todo lo que acaba de pasar y de lo que me espera mañana. Sé que, si quisiera, podría hablar con él de ello, pero hacer como si nada de esto esté sucediendo me parece una idea muchísimo mejor, al menos por esta noche.

No sé muy bien cómo se ha enterado de que el hotel cuenta con una pista de patinaje cubierta, pero descubro que es vedad cuando bajamos un par de tramos de escaleras y la tengo ante mis ojos. Es pequeña, enana comparada con la pista enorme que hay en el centro de Fairbanks, pero es suficiente para que los huéspedes de este hotel mediocre se diviertan un poco durante su estancia.

Aunque no hay nadie más aquí. Ni siquiera hay personal que se encargue de vigilar el equipamiento o, yo que sé, alguien que vigile que nadie se parta la crisma contra el hielo.

Wes se sienta en uno de los bancos que rodean el perímetro de la pista y empieza a descalzarse para ponerse los patines. Yo me siento a su lado y lo imito, pero cuando tengo los patines puestos y él se levanta no puedo hacer más que mirarlo, todavía sentada.

Dime que me odiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora