Estoy bien
El hotel en el que va a celebrarse la boda de Mia y Preston se encuentra a unos noventa kilómetros al norte de Fairbanks, lo que suponen cerca de dos horas conduciendo por caminos y carreteras secundarias para llegar a nuestro destino. Vamos a pasar allí todo el fin de semana. Llegaremos hoy, viernes por la tarde, justo a tiempo para la cena de ensayo y volveremos el lunes por la mañana, después de haber asistido a la boda el sábado y a la comida de despedida de los novios el domingo.
Pero, aunque solo vayan a ser dos días y medio de estancia, yo llevo dos maletas grandes. Wes gruñe cuando las echa al maletero de su coche mientras yo espero dentro, sentada en el asiento del copiloto con una Izzy inquieta en su transportín. Y eso que no sabe que se le viene encima un fin de semana en casa de Yuka.
Foster no abre la boca en todo el trayecto hasta el domicilio de mi mejor amiga, al otro lado del pueblo y, cuando me apeo para ir a cedecerle temporalmente la custodia de Izzy y despedirme de ella, el chico se queda en el coche.
Llamo al timbre un par de veces y estoy a punto de pulsarlo una tercera vez cuando la puerta se abre ante mí y al otro lado aparece una Yuka con el pelo alborotado y la ropa desaliñada. Ese par de detalles no me resultarían raros de no ser porque les acompañan un intenso rubor en sus mejillas y una sonrisa bobalicona.
—¿Tienes compañía? —inquiero, intentando echar un vistazo por el hueco de la puerta que deja libre su cuerpo ocupando el umbral.
Ella cierra un poco más para que no pueda ver nada.
—No es nadie —bufa.
Enarco ambas cejas, escéptica.
—Espero que a nadie no le moleste enrollarse contigo con una eriza mirando —me burlo sin poder evitarlo.
—Trae, anda —replica ella, quitándome el transportín de las manos—. Jamás dejaría que los inocentes ojos de Izzy vieran algo así. ¿A que no, preciosa? —añade, dirigiéndose a ella con un tono mucho más agradable que el que ha utilizado conmigo.
—No la dejes suelta —le advierto—. No quiero que vuelvas a perderla como la última vez.
—Tranquila. Aprendí la lección.
Nos pasamos un día entero buscando a la pobre Izzy por toda su casa, hasta que la encontramos toda asustada en el cajón de un armario. Se había metido ahí sin que Yuka la viera y cerró el cajón sin darse cuenta, dejándola encerrada.
—Bien —asiento—. Si pasa cualquier cosa me llamas, ¿vale? —agrego, adelantándome para darle un abrazo.
—Lo mismo digo —contesta ella contra mi pelo—. Espero que vaya genial. No la cagues con Wes.
—No voy a cagarla —le aseguro.
Aunque la verdad es que tengo mis dudas. Hay un millón de cosas que pueden salir mal y, para ser sincera, estoy aterrada. Hace cuatro años que no veo a Preston y no tengo ni idea de cómo va a reaccionar él ni de cómo voy a hacerlo yo cuando nos reencontremos. Por no hablar de que Mia va a estar de lo más desagradable conmigo. Y, lo más importante: tendré que convencer a todo el mundo de que estoy total y perdidamente enamorada de Wesley Foster.
En cuanto a los Graham, no quiero ni pensar en el hecho de que también van a estar presentes.
Precisamente para no pensar en eso ni en nada referente a la dichosa boda, me ofrezco a conducir. Pero seguir las instrucciones del GPS no es tan difícil y no me mantiene lo suficientemente distraída de mis preocupaciones. Al final, me paso todo el viaje dándole vueltas a todo lo que puede salir mal, con Foster mirándome de reojo de vez en cuando desde el asiento del copiloto, pero sin decir nada.
Cuando llegamos, tampoco cruzamos palabra.
El hotel está perdido en medio de la nada y parece tan poquita cosa que no me creo que Mia haya elegido que este sea el escenario de su boda de ensueño en lugar de una playa californiana.
Pero me convenzo de que mi hermana ha sido muy consciente de todas y cada una de sus decisiones cuando subimos a nuestra habitación y, al abrir la puerta, descubrimos que hay una sola cama. Es decir, ya esperaba que hubiese solo una. Pero no tan pequeña.
—Es individual —digo, más para mí misma que para Wes, pero, aunque hablo en voz baja, me escucha.
—¿Se habrán equivocado?
Niego con la cabeza.
Mia nunca se equivoca.
Pero no se lo digo al chico. Estoy más ocupada con mi nueva preocupación: ¿cómo vamos a dormir apretujados ahí?
Mi mente salta de un tema a otro sin control. Me muevo frenética por el cuarto, sacando las cosas más básicas de la maleta mientras Foster hace lo mismo con la suya, guardando silencio.
Hasta que deja de hacerlo.
—No tienes por qué hacer esto.
—¿Qué?
Llevo tantas horas sin oír su voz y la mía lleva tanto tiempo sonando en mi cabeza con tanta insistencia que por un momento creo que me lo he imaginado.
Me vuelvo hacia él. Está de pie en medio de la habitación, mirándome. Calava en los míos sus ojos oscuros.
—No tienes por qué sentirte obligada a estar aquí —añade, en un tono serio tan impropio de él que casi consigue asustarme—. No tienes que demostrale nada a nadie, Sierra. Ni a tu hermana, ni a Nichols ni a los padres de Audrey. No les debes nada. Si quieres que volvamos a casa...
—¿Crees que no voy a ser capaz de hacerlo? —le corto, con un hilo de voz.
Yo, desde luego, no estoy muy segura.
Pero él niega con la cabeza.
—No es eso. Sé que eres capaz —repone—. Eres lo suficientemente valiente y lista y buena. Pero...
—¿Pero qué? —inquiero, con el mismo temblor de antes en cada palabra.
Wes respira hondo. Aparta la mirada un instante solo para volver a fijarla en mí al segundo siguiente.
—No deberías hacerlo a costa de ti misma —opina al final—. Mira cómo estás.
—Estoy bien —le rebato.
Él suelta un resoplido.
—Y una mierda.
Tiene razón. Me escuecen los ojos a causa de las lágrimas que no me permito derramar y, si me lo propusiera otra vez, aceptaría sin dudarlo volver por dónde hemos venido. Solo quiero irme a casa y meterme en la cama a llorar.
Cuando quiero darme cuenta, ha eliminado en dos zancadas la distancia que nos separaba y me quita de las manos la ropa que acabo de sacar de la maleta. Deja las prendas sobre la cama y entrelaza sus dedos con los míos con fuerza.
—Estoy bien —repito, mintiendo de nuevo y soltándome de su agarre tras unos instantes.
No lo estoy. Pero tengo que estarlo.
ESTÁS LEYENDO
Dime que me odias
RomanceDesde que hace cuatro años se mudó a Alaska, Sierra vive aislada para mantener a raya la culpa y los remordimientos, pero la boda de Mia amenaza con hacer estallar su burbuja de control y secretos. Desesperada, Sierra decide seguir los consejos de...