Capítulo 11

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La cita

Entro en la cafetería temblando, con el pelo que la capucha del abrigo no me cubre empapado por culpa de la nieve y la nariz, las manos y los pies helados. Y eso que mi casa se encuentra a solo unos cinco minutos andando, que se han convertido en dos y medio cuando he empezado a correr en cuanto ha empezado a nevar con violencia.

Voy directa a la barra, decidida a pedir cualquier cosa bien caliente para librarme de la tiritona, pero no he dado ni un par de pasos dentro del local cuando capto por el rabillo del ojo a Wesley sentado en una de las mesas del fondo.

Ronan le está sirviendo una taza humeante mientras le dice algo con una sonrisa y él le responde con el mismo gesto sin dejar de teclear en su portátil.

Entones el camarero me ve, plantada como un pasmarote entre las mesas, me señala y debe de avisar al chico, porque, al segundo siguiente, los ojos oscuros de Foster están clavados en mí y se le ha borrado la sonrisa de los labios de un plumazo.

Desde lo del otro día en el teatro, todo el mundo está al tanto de que somos pareja. Además, por si con el numerito que montamos no hubiese sido suficiente, creo que vi a la señora Moore tras el cristal de una de sus ventanas delanteras cuando Wesley y yo llegamos esa misma noche. Observó cómo nos bajamos del coche y entramos ambos en mi casa.

De modo que, si mis compañeros no han difundido el rumor, mi vecina seguro que sí que lo ha hecho.

Queda confirmado cuando, al acercarme a la mesa de Wesley, Ronan amplía su sonrisa, que adquiere un deje pícaro que me pone enferma.

—Así que es cierto —me espeta en cuanto estoy lo bastante próxima como para no tener que gritarlo a los cuatro vientos—. Usted y Sierra... Es increíble —añade, ahora dirigiéndose a él, con una ceja enarcada.

Salta a la vista que el asunto le divierte, pero no se me escapa lo confuso que suena, ni el hecho de que le haya llamado de usted.

—Nosotros, sí —le ladro—. ¿Tienes algún problema con que estemos saliendo, Ronan?

—No, ninguno —repone el camarero—. De hecho, espero que sigáis haciéndolo durante, al menos, dos semanas y media más. He apostado veinte dólares.

¿Qué cojones?

—¿Por qué no le trae a mi novia un cocholate caliente y se deja de tonterías, Sullivan?

Tanto el aludido como yo nos volvemos hacia Wesley al mismo tiempo. Yo, anonadada. Él, casi asustado.

—Sí. Sí, por supuesto —balbucea—. Ahora mismo se lo traigo.

Ronan sale disparado hacia el mostrador y yo me siento en la silla frente a Foster sin ser capaz de comprender lo que acaba de pasar.

—¿Qué coño ha sido eso?

Mi novio falso se encoge de hombros.

—Soy su profesor. Está en la clase de Física Aplicada a las Ciencias de la Salud que imparto para los alumnos de tercero del grado de Medicina Deportiva.

Se me cae la mandíbula al suelo.

—Dios.

A ver, ya sabía que el tío es profesor en la UAF, pero escucharle hablar de ello hace que suene mucho más real. Y el hecho de que Ronan sea uno de sus alumnos es... Demasiado para que pueda asimilarlo.

Dime que me odiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora