Capítulo 28

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Feliz cumpleaños

De nuevo en el coche, de vuelta a Birchwood, le digo a Foster que ya está olvidado cuando intenta sacar el tema del beso.

Jamás había dicho una mentira tan grande.

Soy incapaz de pensar en otra cosa. Me obligo a no mirarlo mientras conduce. Me esfuerzo todo lo que puedo por mantener la vista alejada de su boca.

No puedo parar de revivirlo todo en mi mente. Lo penetrante que es su agradable olor de cerca, lo firmes y suaves y húmedos que tenía los labios. La delicadeza con la que apenas me ha rozado.

Dios. Me estoy volviendo loca.

Ni siquiera ha sido un beso. Ha sido, como mucho, una caricia. Una tontería. Una mentirijilla para contentar a su sobrina y terminar de convencer a su madre y a su hermana de que somos una pareja que se adora.

Tengo que quitármelo de la cabeza. Ya.

Cuando entramos en casa, casi me entra la risa.

Hace horas, antes de salir, me estaba planteando seriamente acostarme con él. Me he sentido muy poderosa viendo cómo se ponía nervioso al verme vistiendo únicamente su camiseta de la UAF. Ahora la situación me parece de chiste, porque... Está claro que ese poder sobre él ha sido cosa de mi imaginación. Con él, la situación escaparía de mi control al instante. Joder, si solo me ha dado un mísero pico y ya estoy completamente trastornada.

Necesito hablar con Yuka. Hurgo en mi bolso en busca del móvil en cuanto me quito el abrigo, pero llevo tantas cosas dentro que no encuentro el teléfono. Termino vaciando todo su contenido en el sofá para poder dar con el dispositivo. Pero, al desbloquearlo y buscar el contacto de mi mejor amiga en la agenda, me entran las dudas. Me invade la vergüenza solo con pensar en confesarle que Foster me ha besado, se va a reír de mí cuando note lo afectada que estoy y va a salir con su rollo de que en realidad me gusta y debería aclarar las cosas con él antes de que la mentira y la verdad se confundan de forma irremediable. Y a mí no me gusta Wesley Foster. Ni de coña.

Bueno, vale, sí me gusta. Pero me gusta en un sentido puramente físico. Eso no puedo negarlo. Está bueno. Es una completa injusticia que esté tan bueno siendo tan idiota, pero es lo que hay. En lo que respecta al sentido romántico, no me gusta nada. Nada de nada. Puede que me caiga bien, después de haberle conocido un poco mejor, pero nada más.

—¿Para quién es ese regalo?

Su voz me devuelve de golpe a la realidad, cortando de golpe el hilo de mis confusos pensamientos.

Doy un respingo en sofá y lo miro sin entender a qué se refiere. Está de pie en medio de la estancia, clavando los ojos en mí con interés. Señala con el mentón al desastre que ha salido de mi bolso después de vaciarlo y... Mierda.

Llevaba su regalo en el bolso. Pensaba dárselo cuando su madre y su hermana le dieran los suyos, pero ninguna de los dos le ha regalado nada, así que he pensado que estaría fuera de lugar entregárselo delante de ellas y hacer que quedasen mal. El papel se ha roto un poco después de haber estado tanto tiempo dentro del bolso y deseo con todas mis fuerzas poder quedarme mirando el envoltorio estropeado toda la vida, sin tener que volver a enfrentarme a la mirada curiosa de Foster.

Pero tengo que volver a fijar la vista en él, claro. Noto cómo se me acumula la sangre en las mejillas incluso antes de abrir la boca para responder.

—Es para ti.

Resulta casi hipnótica la forma en que se transforma su rostro, con tanta rapidez que me deja fuera de juego. Enarca ambas cejas y curva los labios en una de esas enormes sonrisas suyas.

—¿Me has comprado un regalo? —inquiere, con ese tonillo entre burlón y divertido que tanto me saca de quicio.

Aunque, desde luego, prefiero mil veces a este Wes despreocupado y con ganas de molestarme que al Wes inseguro y triste que he visto en el coche antes. Ha habido algo especialmente doloroso y fuera de lugar en verlo tan roto cuando siempre está sonriendo y bromeando, contento, pese a que sea a mi costa.

—No te emociones tanto, es una tontería —repongo.

—¿Sí? ¿Qué es? —inquiere.

Su voz adquiere un matiz casi infantil que me hace querer poner los ojos en blanco y sonreír a la vez. Ya sé de quién ha heredado Chloe la sinvergonzonería.

—No sé si te va a gustar —le advierto, mordiéndome el labio inferior—. Es una estupidez, de verdad.

Le flaquea un poco la sonrisa.

—Hace años que nadie me regala nada —confiesa—. Ya me gusta aunque no sepa qué es.

Eso me da la confianza que me faltaba para coger el objeto envuelto, levantarme del sofá y acercame a él para tendérselo.

—Feliz cumpleaños.

Acepta el regalo y nuestros dedos se rozan cuando me lo quita de las manos.

—Gracias —murmura.

Me late el corazón en los oídos mientras lo desenvuelve. Si hubiera sabido antes que lleva tanto tiempo sin tener regalo de cumpleaños, le habría comprado algo mucho mejor. Algo más caro. Algo más formal. No una puta taza en la que he escrito por encima con rotulador permanente y que, además, es insultante.

Abre mucho los ojos al verla y la examina desde todos los ángulos antes de alzar la vista para clavar sus ojos oscuros en los míos.

—Es una mierda, lo sé —lo digo antes de que pueda decirlo él—. No debería...

—Sierra —me corta, muy serio—. Me encanta.

—Pero si es súper cutre, no...

—Es lo más cutre que he visto en mi vida —concuerda, sonriendo de oreja a oreja—, pero es todo un detalle. Muchas gracias.

—Yo... No hay de qué —consigo responder.

—Y gracias por todo lo que has hecho esta tarde —añade—. Y perdona por lo del beso.

—No hay nada que agradecer —es mi respuesta—. En cuanto al beso, ya te he dicho que está olvidado.

Eso es. ¿Y si lo digo un par de veces más, a ver si empiezo a creérmelo yo?

—Claro. Por supuesto —se apresura a contestar él—. Por mi parte también.

—Genial.

—Pero...

¿Pero?

Un millón de alarmas saltan en mi mente.

—¿Qué?

Soy incapaz de ocultar lo ansiosa que me siento.

—A lo mejor deberíamos establecer un código o algo así —dice. No meriendo nada—. Por si alguien más vuelve a pedirnos que nos besemos. Para saber si los dos estamos... De acuerdo.

—Ah. Claro. Tiene sentido.

Tiene todo el sentido del mundo. Pero algo muy parecido a la decepción se instala en mi pecho, algo pesado y molesto. ¿Qué coño me esperaba que dijera después de ese pero?

—¿Entonces...?

Me obligo a dejar de pensar en tonterías y se me ocurre que podemos hacerlo como lo hemos hecho hoy. Un apretón en la mano. Y, si el otro lo devuelve, significa que podemos besarnos.

Aunque espero que no vuelva a darse esta situación. Ya me siento lo bastante idiota después de un beso falso como para sentirme capaz de enfrentarme a otro.

Dime que me odiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora