Llevamos dos días en Los Ángeles y todavía no he conseguido acostumbrarme al clima templado de la ciudad. Ir en manga corta por la calle me resulta de lo más extraño y que el sol sea capaz de quemarme la piel también. Pero Sierra, por el contrario, está en su elemento.
Tamborileo con los dedos sobre el volante mientras veo a través de la ventanilla cómo le sonríe a la señora Graham cuando la mujer le dice algo que no alcanzo a escuchar. Acaban de salir del cementerio y Sierra se despide de ella con un beso y un abrazo antes de encaminarse hacia el coche.
Le dedico una sonrisa que espero que le transmita confianza cuando ocupa el asiento del copiloto. Con la madre de Audrey parecía estar contenta, pero ahora se ha puesto seria.
—¿Qué tal ha ido? —pregunto, cauteloso.
Ella se encoge de hombros.
—Bien —es su respuesta—. Ha sido... Liberador.
Asiento.
—¿Pero? —la insto a continuar.
Sierra resopla, sacando su móvil del bolso y abriendo WhatsApp para enseñarme la pantalla.
—Mia me ha escrito.
En efecto, el primer chat de la lista es el de su hermana. La chica le pregunta si pueden verse antes de que volvamos a Alaska.
—¿Vas a quedar con ella? —inquiero.
—Creo que sí —me contesta tras unos instantes de reflexión—. Creo que estaría bien aclarar algunas cosas de una vez por todas.
Vuelvo a afirmar con la cabeza. Desde luego, no se puede decir que no tengan asuntos pendientes.
Si el capullo de Nichols se ha librado de ir a la cárcel es porque ha pagado una generosísima cantidad de dinero a cambio de los años de prisión que le impuso el juez tras perder el juicio. A mí no me sentenciaron a ir a prisión, pero sí que me forzaron a indemnizar a ese gilipollas por la merecida paliza que tuve que darle para que accediese a eliminar los vídeos de Sierra.
Ha pasado más de un año de todo eso y la semana pasada supimos que Mia iba a pedirle el divorcio a Preston.
Así que sí, supongo que Sierra tiene mucho de lo que hablar con su hermana pequeña.
—¿Estás bien?
Su voz, con un deje de preocupación, me devuelve a la realidad. Me doy cuenta de que está esperando a que arranque el vehículo y me doy prisa en meter la llave en el contacto para ponernos en marcha.
—Sí —le aseguro—. Solo estaba pensando.
—¿En qué? —indaga, con una pequeña sonrisa que yo le devuelvo multiplicada por mil.
—En ti, cielo.
Ella se sonroja y a mí casi se me escapa la risa. Siempre estoy pensando en ella. Pero es que es maravillosa, joder. Es una buenísima persona, aunque ella todavía no se lo crea del todo y a pesar de que yo intente hacérselo ver constantemente. Es fuerte, tanto, que me parece que está dispuesta a olvidar y perdonar todo lo que Nichols y su hermana le han hecho, algo de lo que yo jamás sería capaz.
Me gusta tanto que a veces me siento un poco desbordado. Sobre todo, porque hay cosas que todavía no puedo decirle. Necesita espacio, tiempo para superar todo lo que le ha pasado estos últimos meses, de modo que tengo que aguantarme las ganas de contarle que me medio pillé por ella la primera vez que la vi y que, ese día del ascensor, me enamoré del todo, como un auténtico idiota. Algún día le confesaré que quería pedirle su número y por eso me puse tan nervioso que ni siquiera me lo pensé dos veces antes de comerme el bombón que me ofreció. Y eso es solo la punta del iceberg.
Pero no tengo prisa. La quiero y sé que ella me corresponde, puedo esperar el tiempo que haga falta hasta que esté lista para soportar la verdadadera intensidad de mis sentimientos. Si ahora supiera que compré un puto anillo de compromiso hace un par de meses, entraría en pánico. Lo último que quiero es presionarla, sobre todo teniendo en cuenta que cuando termine el verano va a empezar a estudiar la carrera de sus sueños en la UAF y tiene que estar centrada en eso.
Le echo un vistazo de reojo. Tiene la vista clavada en la carretera, pero todavía queda algo de rubor en sus mejillas y sigue sonriendo. Y yo me siento el tío con más suerte del mundo por tener la oportunidad de hacerla feliz y estar aprovechándola.
—Wes, en serio —dice de repente, al pillarme mirándola—. ¿En qué estás pensando?
Frunce el ceño y se mete un mechón de lacio pelo negro por detrás de la oreja. Le sonrío más todavía, si es que eso es posible.
—En ti —repito—. En ti y en mí. En que lo que tenemos ahora es solo el principio de algo más grande.
Si ella quiere, lo es.
Si Sierra quiere, el resto de mi vida es suya. Quiero compartir con ella cada segundo, y cada segundo quiero que esté completamente segura de que, si es lo que desea, nunca voy a irme. Porque no hay ningún otro sitio en el que quiera estar que no sea a su lado.
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Dime que me odias
RomanceDesde que hace cuatro años se mudó a Alaska, Sierra vive aislada para mantener a raya la culpa y los remordimientos, pero la boda de Mia amenaza con hacer estallar su burbuja de control y secretos. Desesperada, Sierra decide seguir los consejos de...